Continuemos.

En uno de los desayunos de oración que anualmente se celebra en Washington D.C., sede del presidente de los Esta­dos Unidos, hubo más de tres mil asistentes. Entre ellos asistieron, desde luego el Presidente Bill Clinton, su esposa Hillary y el vice presidente Al Gore. También hubo senadores, congresistas, gobernadores de estados, miembros del Tribu­nal Supremo, personalidades de la ciencia, las artes, los deportes y el mundo económico.

Una de las invitadas era Teresa de Calcuta, Premio Nobel de la Paz. Iba a ser la conferenciante en esa ocasión. Entre otras cosas dijo lo siguiente: «Estados Unidos contaba con el prestigio de ser un país conocido por su generosidad hacia el mundo. Hoy esta gran nación se ha vuelto egoísta. La prueba de ese egoísmo la dan las leyes que permiten el aborto. Si aceptamos que una madre mate a su hijo, ¿cómo podemos moral y legalmente señalar, criticar y castigar a los que matan a otros o que se matan entre sí? Cualquier país que acepta el aborto no enseña a amar a su pueblo. Le enseña que con la violencia de un crimen silencioso puede conseguir lo que desee… Mucha gente está preocupada por la niñez de la india, del África, de la América Latina, donde sin duda muchos de ellos mueren de hambre. A otros le preocupan las enfermedades que pudieron prevenirse. Sin embargo, estas muertes están precedi­das de pobreza, no de maldad humana… ¿Por qué agonizar con la muerte indiscriminada en Bosnia, cuando tantísimos niños se asesinan en clínicas, aunque estos crímenes no aparezcan en televisión?»

Teresa de Calcuta terminó diciendo: «Toda madre embarazada que no quiera a su hijo, que me lo entregue. Estoy dispuesta a aceptar cualquier niño, antes que sea abortado. Lo daré en adopción a un matrimonio que sepa amarlo y cuidarlo».

La noticia que un medio dio sobre el evento dijo: «La mayoría de los presentes se pusieron de pie y aplaudieron sin reservas. El presidente Bill Clinton bebió agua y levantó los ojos a cualquier parte. La señora Clinton y el vice presidente Al Gore miraron sin expresión a la madre Teresa de Calcuta. Ninguno de ellos aplaudió».

¡Gracias a Dios por mujeres y hombres cuyo carácter y convicciones no se doblegan al paso de ningún año! Gracias a Dios por hombres y mujeres en todo el mundo que han decidido hipotecar sus carreras universitarias, sus carreras políticas, sus carreras religiosas. Sin importarles las conse­cuencias profesionales o personales, como modernos profetas de Dios levantan la voz para denunciar a los que hacen, toleran y fomentan estas leyes antinaturales. Denunciar a los que, infieles a su juramento hipocrático de conservar la vida del ser humano, se ensañan con sus instrumentos quirúrgicos en el frágil cuerpecito de un niño no nato. Denunciar a los padres irresponsables que dejan mujeres embarazadas y no las amparan ni con su amor, ni con su sostenimiento para que la criatura nazca en el seno de una familia. ¡Y denunciar a las mujeres egoístas que en aras de una belleza exterior no se dan cuenta que su corazón está horrible y carcomido por los mismos gusanos que devoraron a Herodes!

Antes pregunté lo siguiente: ¿Quién va a detener esto? Solamente una Iglesia valiente, intercesora, con carácter profético, con fuerza moral y espiritual para denunciar, quitar y cambiar leyes. Solo una Iglesia con espíritu evangelizador, con espíritu de urgencia por ver vidas transformadas por la fe y el arrepentimiento. Solo una Iglesia que prepare a sus jóvenes para tomar las bancas del congreso, la silla presiden­cial, los estrados de los tribunales, la administración de los hospitales, las cátedras universitarias, los quirófanos del médico. En fin, una Iglesia que comience a ejercer la autoridad que Cristo le dio para “resucitar los muertos, sanar los enfermos, liberar a los cautivos y predicar el nuevo año agradable al Señor”.

Soy optimista, ya lo afirmé varias veces. Creo que vendrá un nuevo soplo del Espíritu Santo sobre todo el mundo. Y sin duda las iglesias de los países anglosajones se van a despertar y ayudar en esta tarea. Sin embargo, mi gran esperanza está en la voz profética que en este campo se levantará desde la América Latina. Solo una Iglesia así, repito, detendrá tanta barbarie, maldad y ensañamiento con­tra lo más precioso que tiene la humanidad: la niñez.

¡Gracias, Señor, todavía no te has quedado sin testimonio. Por favor, refrena tu ira. Danos tu gracia para poder ir por el mundo que nos corresponde, nuestra amada América Latina, previnien­do, sanando y salvando, tanto a madres como a niños que todavía no han nacido!

Extracto del libro “El Poder de su Presencia”

Por Alberto Mottesi

Artículo anteriorSermones – A. Mottesi LA IGLESIA EN AMÉRICA LATINA 1
Artículo siguienteSermones – A. Mottesi EL VALOR DE LA NIÑEZ 4
Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingresa para comentar!
Por favor ingresa tu nombre