Clásicos Cristianos – El Sacramento de la Vida 2

 

Continuemos.

Ese odio al cuerpo y el aspecto físico de la vida, que era característico de los monjes y preeminente en los escritos de algunos místicos cristianos, no tienen ningún apoyo en la Palabra de Dios. En la Biblia se hace referencia a la modestia, sí, pero de ninguna manera se alienta la mojigatería y los remilgos. El Nuevo Testamento asume claramente la posición de que nuestro Señor, en su encarnación, tomó perfectamente la naturaleza humana en su totalidad, y no se preocupa de evitar las implicaciones de este hecho. El vivió dentro de ese cuerpo humano, y nunca realizó un acto que no fuera sagrado. La presencia de Jesús en carne humana anula para siempre la perversa idea de que en el cuerpo humano hay algo ofensivo para la Deidad. Dios ha creado nuestros cuerpos, y no lo ofendemos a El por poner la responsabilidad de su creación en quien corresponde. El no se avergüenza de la obra de sus manos.

La perversión de nuestros instintos y el mal uso que hagamos de nuestro cuerpo, eso sí hace que nos avergoncemos de él. Los actos corporales hechos contra la naturaleza, nunca podrán honrar a Dios. En cualquier momento que la voluntad humana introduce el pecado, entonces perdemos la inocencia conque fuimos dotados en el principio. Habremos desvirtuado y distorsionado las facultades perfectas que Dios nos dio, y lo que hacemos es solo para vergüenza y condenación.

Pero supongamos que no hay ni perversión ni abuso. Pensemos en un cristiano que se ha arrepentido y ha nacido de nuevo. Está viviendo conforme a la voluntad de Dios, así como la entiende en la Palabra escrita. Podemos decir que cada acto de su vida es, o puede ser, tan sagrado como la Santa Cena, o el bautismo, o la oración. Al decir esto, no queremos poner todos los actos de la vida al nivel de la muerte, sino elevar todos esos mismos actos a las alturas del Reino, y transformar toda la vida humana en un sacramento.

Si un sacramento es la expresión externa de una gracia interior, no podemos vacilar en aceptar la tesis expresada arriba. Por un solo acto de consagración de nuestra vida entera a Dios, podemos hacer que cada acto de esa vida sea algo sagrado. Ya no hace falta que estemos avergonzados de nuestro cuerpo, ese siervo material que nos conduce por la existencia, como Jesús no se avergonzó del asnillo sobre el cual entró montado a Jerusalén. «El Señor lo ha menester», dijeron los mensajeros acerca del asno. Lo mismo podemos decir de nuestro cuerpo. Si Cristo mora en nosotros, bien podemos conducirlo, como lo hizo el pollino de antaño, y dar ocasión a las multitudes para que digan, «Hosana en las alturas.»

El hecho que veamos esta verdad no es suficiente. Si queremos escapar de ese dilema de lo sagrado-secular, debemos sentir esta verdad correr en nuestras venas y condicionar todos nuestros pensamientos. Debemos acostumbrarnos a vivir para la gloria de Dios. Meditando en esta verdad, hablando a menudo con Dios en nuestras oraciones, acordándonos de ella cuando estamos entre la gente, se apoderará de nosotros la potente sensación de que estamos viviendo para la gloria de Dios. La penosa sensación de dualidad desaparecerá, y dará su lugar a una placentera sensación de reposo debido a la esencial unidad de nuestra vida. La convicción de que somos totalmente de Dios, que él lo ha recibido todo y no ha rechazado nada, unificará nuestra vida interior, y hará que para nosotros todo sea sagrado.

Pero esto no es todo. Los hábitos adquiridos de largo tiempo no se abandonan así nomás. Se necesita mucha inteligencia, y mucha reverente oración para despojarse de la psicología sagrado-secular. Por ejemplo, le costará trabajo comprender al cristiano común que todos los actos de su vida diaria pueden convertirse en actos de adoración a Dios. La vieja antítesis volverá una y otra vez sobre su cabeza para robarle la paz mental. Tampoco la serpiente antigua, el diablo, nos dejará tranquilos. Nos atacará cuando viajamos en auto, o estamos en el taller, o en la oficina, para decirnos que no estamos consagrando a Dios lo mejor de nuestra vida. Y si nos descuidamos este astuto diablo nos creará confusión y desaliento.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “La Búsqueda de Dios”

Por A. W. Tozer

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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