Clásicos Cristianos – En Qué se Muestra Cómo Empezar Cada Día con Dios 3

 

Continuemos.

Tenemos algo que decir a Dios cada día. Muchos no se dan cuenta de esto, y esto es su pecado y su desgracia; viven sin Dios en el mundo, creen que pueden vivir sin Él, son insensibles a su dependencia, y por tanto, por su parte no tienen nada que decirle; Él ni tiene noticias de ellos, como no las tenía el padre del hijo pródigo cuando iba por el mundo por su cuenta. Preguntan con mofa qué es lo que puede hacer para ellos el Todopoderoso, y no es de extrañar que después de esto pregunten qué provecho les va a resultar de orar a Dios. Y el resultado es que dicen prácticamente al Todopoderoso que se aparte de ellos, con lo que están sellando su sentencia. Pero yo espero cosas mejores de vosotros, hermanos, y que vosotros no sois de los que han descartado todo temor y que restringen su oración a Dios; vosotros estáis dispuestos a confesar que hay mucho que el Todopoderoso puede hacer por vosotros, y que hay provecho en orar a Dios, y habéis resuelto acercaros más a Dios para que Él se acerque a vosotros.

Tenemos algo que decir a Dios diariamente como amigo a quien amamos y con el cual tenemos franqueza. A un amigo así cuando pasamos cerca de su casa lo visitamos, y nunca nos hallamos sin tener algo que decirle, aunque no haya ningún asunto especial pendiente entre los dos; con un amigo así podemos derramar nuestro corazón, podemos profesarle nuestro afecto y estima, y le comunicamos nuestros pensamientos con placer; Abraham es llamado el amigo de Dios, y este honor es asimismo el de todos los santos, pues dijo Cristo: no os he llamado siervos, sino amigos. Él guarda su intimidad con los justos; nosotros somos invitados a familiarizarnos con Él, a andar con Él como un amigo anda con otro amigo; la comunión de los creyentes ha de ser con el Padre y con su Hijo, Jesucristo; y ¿no tenemos algo para decirle?

¿No es bastante ir al trono de su gracia para admirar sus infinitas perfecciones que nunca podemos comprender plenamente, y que nunca contemplaremos bastante y en las que nunca tendremos bastante complacencia? ¿O para complacernos en contemplar la hermosura del Señor y darle la gloria que debemos a su nombre? ¿No tenemos mucho que decirle en reconocimiento de su gracia condescendiente en favor de nosotros, al manifestarse a nosotros y no al mundo, y en la profesión de nuestro afecto y sumisión a Él: Señor, tú sabes todas las cosas, Tú sabes que te amo?

Dios tiene algo para decirnos como amigo, cada día, por medio de su Palabra escrita en la cual hemos de oír su voz; por medio de sus actos providentes y en nuestras conciencias, y Él escucha para ver si nosotros tenemos algo que decirle como respuesta, y es un acto hostil si no lo hacemos. Cuando Él nos dice: Buscad mi rostro, ¿no tendrían que contestar nuestros corazones como a alguien a quien amamos «Tu rostro buscaré, Señor»? Cuando nos dice: «Volved, hijos descarriados», ¿no deberíamos contestar inmediatamente: He aquí, hemos venido a ti, porque Tú eres nuestro Señor Dios? Si Él nos habla por medio de la reprimenda y nos redarguye, ¿no deberíamos contestarle por medio de la confesión y la sumisión?

Si nos habla por medio del consuelo, ¿no deberíamos contestarle con alabanza? Si amas a Dios no tienes por qué estar buscando algo que decirle, algo que tu corazón derrame delante de Él, pues Él ya lo ha puesto allí por su gracia. Como amo a quien servimos y con el cual tenemos tratos. Piensa en los numerosos e importantes intereses que hay entre nosotros y Dios, y al instante reconocerás que tienes mucho de qué hablarle. Estamos en dependencia constante de Él. Toda nuestra expectativa es en Él; tenemos tratos continuos con Él; «todas las cosas están desnudas y descubiertas a los ojos de aquel a quienes tenemos que dar cuenta». (Hebreos 4:13.)

¿No sabemos que nuestra felicidad se halla entrelazada con su favor; que es vida, la vida de nuestras almas, mejor que la vida, que la vida de nuestros cuerpos? ¿Y no tenemos tratos con Dios para procurar conseguir su favor, para implorarle en nuestro corazón, para pedirle que nos alumbre con la luz de su rostro, para rogarle por la justicia de Cristo, como el único medio por el cual tenemos esperanza de conseguir la benevolencia de Dios?

¿No sabemos que hemos ofendido a Dios, que por medio del pecado nos hemos hecho detestables y dignos de su ira y maldición, y que nuestra culpa va aumentando cada día? ¿No tenemos tratos suficientes con Él para confesarle nuestras faltas y locuras, para pedirle perdón por la sangre de Cristo, y en Él, que es nuestra paz, hacer nuestra paz con Dios, y renovar nuestro pacto con Él en su propia fuerza e irnos y no pecar más?

¿No sabemos que tenemos trabajo cada día para hacer por Dios, y para nuestras almas, la obra de cada día, que hay que hacer en su día? ¿Y no tenemos tratos con Dios para pedirle que nos muestre lo que quiere que hagamos, que nos dirija en ello y nos fortalezca? ¿Para buscarle, para obtener ayuda y aceptación, para que obre en nosotros el querer y el hacer lo que es bueno, y luego, contemplar y reconocer su propia obra? Éstos son los asuntos sobre los cuales el siervo se relaciona con su amo.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Cómo Incrementar Nuestra Comunión con Dios”

Por Matthew Henry (Año 1712)

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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