Clásicos Cristianos – En Qué se Muestra Cómo Empezar Cada Día con Dios 7

 

Continuemos.

Dirige tu oración a Dios en el cielo. Esto nos lo ha enseñado nuestro Salvador al comienzo de la oración dominical: «Padre nuestro que estás en los cielos.» No que se halle confinado en los cielos, ni se trata si el cielo o el cielo de los cielos le contiene, sino que se nos dice que allí ha preparado su trono, no sólo el de gobierno por medio del cual su reino rige sobre todos, sino su trono de gracia, al cual hemos de allegarnos por medio de la fe. Tenemos que verles como el Dios en los cielos, en oposiciones a los dioses de los paganos que habitan en templos hechos de manos.

Los cielos son un alto lugar, y hemos de dirigirnos a Él como a un Dios infinitamente por encima de nosotros; Él es el origen de la luz, y a Él hemos de dirigirnos como el Padre de las luces; el cielo es un punto para observar, y hemos de ver sus ojos sobre nosotros, contemplando a todos los hijos de los hombres; es un lugar de pureza, y hemos de ver a Dios en oración, como un Dios santo, y darle gracias al recordar su santidad; es el firmamento de su poder, y hemos de depender de Él, ya que es a Él que pertenece el poder. Cuando nuestro Señor Jesús oraba, dirigía sus ojos al cielo, para indicarnos a nosotros de dónde esperar las bendiciones que necesitamos.

Envía esta carta, o sea la oración, a través del Señor Jesús, el único Mediador entre Dios y los hombres. La carta se va a perder si no la pones en sus manos. Él es el «ángel» que pone mucho incienso en las oraciones de los santos, y así perfumadas las presenta al Padre, según vemos en Apocalipsis 8:3. Lo que pedimos al Padre debemos pedirlo en su nombre; lo que esperamos del Padre debe ser a través de su mano, porque Él es el Sumo Sacerdote de nuestra profesión; el que es ordenado para que los hombres entreguen sus ofrendas a través de Él. (Hebreos 5:1.) Deja la carta en su mano, y Él la entregará, y hará nuestro servicio aceptable.

Hemos de mirar hacia arriba en nuestras oraciones, como quienes hablan a un superior, alguien que está infinitamente más arriba, el alto y santo que habita en la eternidad; como los que esperan que todo don perfecto y bueno venga de arriba, del Padre de las luces; como los que desean en oración entrar en el lugar santísimo y acercarse con corazón verdadero. Con una mirada de fe hemos de mirar por encima del mundo y todo lo que hay en él hemos de mirar más allá de las cosas del tiempo; ¿qué es este mundo y todas las cosas de aquí abajo, al que sabe dar su valor adecuado a las bendiciones espirituales, en las cosas celestiales, por Jesucristo? El espíritu del hombre, al morir, va hacia arriba (Eclesiastés 3:21), porque vuelve al Dios que lo dio, y por tanto, conforme a su origen, tiene que mirar hacia arriba en toda oración, pues ha puesto sus afectos en las cosas de arriba, y allí es donde ha depositado su tesoro.

Por tanto, elevemos nuestros corazones y nuestras manos, en oración, al Dios de los cielos. (Lamentaciones 3:14.) Antiguamente era costumbre en algunas iglesias que el ministro estimulara al pueblo a la oración por medio de las palabras (arriba los corazones); «a Ti, ¡oh, Señor!, elevamos nuestras almas».

 

Hemos de mirar hacia arriba después de nuestras oraciones:

1. Con ojo de satisfacción y de complacencia. El mirar hacia arriba es una señal de contento, como el mirar hacia abajo es una señal de melancolía. Hemos de mirar hacia arriba, ya que habiéndonos encomendado en oración a Dios estamos tranquilos y hemos puesto nuestra confianza entera en su sabiduría y bondad, y esperamos pacientemente el resultado. Ana, después de orar, miró hacia arriba con aspecto satisfecho; siguió su camino, y comió, y su rostro ya no estuvo triste (1.a Samuel 1:18). La oración da tranquilidad al corazón del buen cristiano y cuando hemos orado deberíamos mostrar que la tenemos.

2. Con un ojo observador, por ver lo que Dios nos da como resultado de ellas. Hemos de mirar arriba como el que ha disparado una flecha y trata de ver cuán cerca del blanco ha dado; hemos de mirar dentro de nosotros y observar el estado de nuestro espíritu después de haber estado en oración, para ver lo satisfechos que estamos en la voluntad de Dios, y lo dispuestos que nos hallamos a acomodarnos a ella; hemos de mirar alrededor y observar cómo obra la providencia en nuestras cosas para que, si nuestras oraciones son contestadas, podamos regresar para dar gracias; si no es así podemos eliminar aquello que impide la respuesta y seguir esperando. Así que hemos de subir a nuestra atalaya para observar lo que Dios nos dice (Hebreos 2:1), y estar dispuestos a escucharle (Salmo 85:8), esperando que Dios nos dará una respuesta de paz, y hacer la resolución de no volver más a aquel error.

Por ello tenemos que mantenernos en comunión con Dios, esperando que siempre que elevemos nuestro corazón a Él, Él reflejará la luz de su rostro sobre nosotros. Algunas veces la respuesta viene rápidamente: mientras estamos aun hablando ya se oye la voz; mucho más rápido que nuestros mensajeros o correos, pero si no es así, cuando hemos orado tenemos que esperar.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Cómo Incrementar Nuestra Comunión con Dios”

Por Matthew Henry (Año 1712)

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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