Devocionales Cristianos – Bienaventurados los de Limpio Corazón

 

Pasaje clave: Mateo 5:8.

 

Limpios de Corazón.

Resulta obvio que las palabras «de corazón» indican la clase de limpieza a la que Jesús alude, de igual modo que las palabras «en espíritu» indicaban la clase de pobreza a la que se refería. «Los pobres en espíritu» son los espiritualmente pobres, distintos de aquellos cuya pobreza es puramente material. ¿De quién, entonces, deben distinguirse «los de limpio corazón»?

La interpretación popular considera la limpieza de corazón como una expresión de limpieza interior, de la calidad de aquellos que han sido limpiados de inmundicia moral, en oposición a la ceremonial. Y existen buenos antecedentes bíblicos para esto, especialmente en los salmos. Se reconocía que nadie podía subir al monte del Señor o permanecer en su lugar santo a menos que fuera «limpio de manos y puro de corazón».

Así David, consciente de que su Señor deseaba «verdad en lo íntimo’: pudo orar, «en lo secreto me has hecho comprender sabiduría» y «crea en mí, oh Dios, un corazón limpio».

Jesús trató este asunto en su controversia con los fariseos y se quejó de la obsesión de ellos por la limpieza ceremonial externa. «Vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad». Eran «semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia»,»

A esta distinción entre limpieza interior y exterior Lutero le dio un giro característicamente terrenal. Contrastó limpieza de corazón no sólo con inmundicia ceremonial, sino también con suciedad física real. De nuevo, «Aunque un obrero común, un zapatero o un herrero, puede estar sucio y lleno de hollín o puede oler mal debido a que está cubierto de suciedad y alquitrán… y aunque apeste por fuera, internamente es incienso puro delante de Dios porque considera la palabra de Dios en su corazón y la obedece».

Este énfasis en lo interior y moral, cuando se contrasta con lo exterior y ceremonial o con lo exterior y lo físico, está verdaderamente en consonancia con todo el Sermón del Monte, que requiere justicia de corazón más que simple justicia de reglamentos. No obstante, en el contexto de las demás bienaventuranzas, «limpieza de corazón» parece referirse en algún sentido a nuestras relaciones. El Profesor Tasker define a los de limpio corazón como «los de una sola pieza, que están libres de la tiranía de un ser dividido».

En este caso, el de limpio corazón es el de un solo corazón y prepara el camino para el «ojo…bueno» que Jesús menciona en el siguiente capítulo. De manera más precisa, la referencia primordial es a la sinceridad.

En el Salmo 24 ya se ha mencionado que la persona «limpia de manos y pura de corazón» es aquella «que no ha elevado su alma a cosas vanas (un ídolo), ni jurado con engaño». Es decir que en sus relaciones tanto con Dios como con el hombre está libre de la falsedad. De modo que los de limpio corazón son «los absolutamente sinceros». Toda su vida, pública y privada, es transparente ante Dios y los hombres. Su mismo corazón incluyendo sus pensamientos y motivaciones, es limpio, sin mezclarse con nada equívoco, subrepticio o ruin. Aborrecen la hipocresía y el engaño; carecen de segundas intenciones.

Sin embargo, ¡cuán pocos de nosotros vivimos una sola vida y la vivimos abiertamente! Estamos tentados a portar una máscara diferente y desempeñar un papel diferente de acuerdo con cada ocasión. Esto no es realidad sino representación teatral, la esencia misma de la hipocresía.

Algunas personas urden en torno a sí mismos tal tejido de mentiras que ya no pueden decir qué parte de ellas es real y cuál es fingimiento. Entre los hombres, sólo Jesucristo ha sido absolutamente limpio de corazón, al ser totalmente sin engaño.

Sólo los de limpio corazón verán a Dios: lo ven ahora con los ojos de la fe y verán su gloria en aquel día, porque sólo los plenamente sinceros podrán soportar la deslumbrante visión, cuya luz hará desvanecer las tinieblas del engaño y cuyo fuego consumirá toda simulación.

Extracto del libro “El Sermón del Monte”

Por John Stott

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