Devocionales Cristianos – Bienaventurados los Pacificadores

 

Pasaje clave: Mateo 5:9.

 

Pacificadores.

La secuencia del pensamiento de limpieza de corazón a pacificación resulta natural, porque una de las causas más frecuentes de conflicto es la intriga, en tanto que la apertura y la sinceridad son esenciales para toda reconciliación verdadera.

Todo cristiano, según esta bienaventuranza, está llamado a ser un pacificador tanto en la comunidad como en la iglesia. En verdad, Jesús iba a decir más tarde que no había «venido para traer paz, sino espada” porque había venido «para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa» y que quiso decir con esto era que el conflicto sería el resultado inevitable de su venida, aun en la propia familia, y que, si vamos a ser dignos de él, tendremos que amarlo más y ponerlo en el primer lugar, aun por encima de nuestros parientes más cercanos y queridos».

Sin embargo, resulta claro y más allá de cuestionamientos, a lo largo de toda la enseñanza de Jesús y sus apóstoles, que nunca deberíamos buscar conflicto por nosotros mismos o ser responsables de él. Por el contrario, estamos llamados a la paz, debemos «procurar» activamente la paz, debemos «seguir la paz con todos’: y así, en cuanto dependa de nosotros, debemos estar «en paz con todos los hombres»

Ahora bien, la pacificación es una obra divina. Porque paz significa reconciliación, y Dios es el autor de la paz y de la reconciliación. Por medio de Cristo a Dios le agradó «reconciliar consigo todas las cosas… haciendo la paz mediante la sangre de su cruz». Y el propósito de Cristo fue «crear en sí mismo de los dos (judío y gentil) un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”.

Es difícil que nos sorprenda, por lo tanto, que la bendición particular que atañe a los pacificadores es la de que «ellos serán llamados hijos de Dios».

Porque ellos buscan hacer lo que su Padre ha hecho: amar a la gente con el amor de él, como Jesús muy pronto hará explícito. El diablo es un alborotador; Dios ama la reconciliación y es el que ahora mediante sus hijos, como anteriormente por medio de su unigénito Hijo, está determinado a pacificar.

Esto nos recordará que las palabras «paz» y «apaciguamiento» no son sinónimas. Porque la paz de Dios no es paz a cualquier precio. Él hizo la paz con nosotros a un costo inmenso, exactamente al precio de la sangre de su único Hijo. Nosotros también, aunque en formas menores, hallaremos que la pacificación es una empresa costosa.

Proclamar «Paz, paz», cuando no hay paz, es la obra del falso profeta y no del testigo cristiano.

Podrían darse muchos ejemplos de paz a través del dolor. Cuando nosotros mismos estamos involucrados en un conflicto habrá el dolor de pedir disculpas a la persona a quien hemos injuriado, o el dolor de reprender a la persona que nos ha injuriado. En ocasiones, existe el punzante dolor de tener que rehusarse a perdonar a la parte culpable hasta que se arrepienta. Por supuesto que una paz barata puede comprarse con un perdón barato. Porque la paz verdadera y el perdón verdadero son tesoros costosos. Dios nos perdona solamente cuando nos arrepentimos. ¿Cómo podremos perdonar una injuria si ésta no se admite ni se lamenta?

O podemos no estar involucrados personalmente en una disputa, sino encontrarnos luchando por reconciliar mutuamente a dos personas o grupos que están distanciados y en discordia. En este caso habrá el dolor de escuchar, de librarnos de prejuicios, de esforzarnos por comprender compasivamente los puntos de vista opuestos, y arriesgarnos a ser malentendidos, a la ingratitud o al fracaso.

Otros ejemplos de pacificación son la obra de unión y la obra de evangelización, es decir, buscar por una parte unir a las iglesias y por la otra, traer pecadores a Cristo. En ambos, la verdadera reconciliación puede degradarse a paz barata. La unidad visible de la iglesia es la búsqueda propia del cristiano, pero sólo si la unidad no se procura a expensas de la doctrina.

Jesús oró por la unidad de su pueblo. También oró para que pudiera ser guardado del mal y en la verdad. No poseemos ningún mandato de Cristo donde nos exhorte a buscar la unidad sin pureza, pureza tanto de doctrina como de conducta. Si existe una cosa tal como «la unión barata», existe también la «evangelización barata», es decir, la proclamación del evangelio sin el costo del discipulado, la demanda de fe sin arrepentimiento.

Estos son atajos prohibidos. Tornan al evangelista en fraude. Abaratan el evangelio y dañan la causa de Cristo.

Extracto del libro “El Sermón del Monte”

Por John Stott

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