Devocionales Cristianos – No se Pierda la Fiesta 2

 

Continuemos.

¿De qué manera trata Dios con su corazón amargado? Le recuerda que lo que usted tiene es más importante que lo que no tiene. Aún cuenta con su relación con Dios. Nadie puede quitarle eso. Nadie la puede tocar.

Su salud puede ser quebrantada y su dinero robado… Pero su sitio a la mesa de Dios es permanente.

El hermano estaba amargado porque fijó su atención en lo que no tenía y olvidó lo que sí tenía. Su padre le recordó, y a nosotros también, que poseía todo lo que siempre había poseído. Contaba con su trabajo. Su ubicación. Su nombre. Su herencia. Lo único que le faltaba era ser la estrella de la función. Y por no estar dispuesto a ceder el sitial de honor, se perdió la fiesta.

Se necesita valor para poder dejar de lado los celos y alegrarnos ante los logros de un rival. ¿Te agradaría un ejemplo de alguien que lo hizo?

De pie ante diez mil ojos está Abraham Lincoln. Un Abraham Lincoln incómodo. Su incomodidad no se deriva de pensar en que va a pronunciar su primer discurso inaugural, sino de los ambiciosos esfuerzos de los sastres bien intencionados. No está acostumbrado a tal vestimenta: Saco negro de etiqueta, chaleco de seda, pantalones negros y sombrero de copa brillante. Sostiene un enorme bastón de ébano que tiene una cabeza dorada del tamaño de un huevo.

Se aproxima a la plataforma sosteniendo en una mano el sombrero y en la otra el bastón. No sabe qué hacer con ninguna de las dos cosas. Durante el tenso silencio que sigue al aplauso y antecede al discurso, busca un sitio dónde apoyarlos. Finalmente apoya el bastón en un rincón de la barandilla, pero aún no sabe qué hacer con el sombrero. Podría apoyarlo sobre el podio, pero ocuparía demasiado espacio. Tal vez sobre el piso… No, está demasiado sucio.

En ese preciso momento un hombre da un paso hacia adelante y toma el sombrero, luego regresa a su asiento y escucha con atención el discurso de Lincoln.

¿Quién es él? Es el amigo más querido de Lincoln. El presidente dijo de él: «Él y yo tal vez somos los mejores amigos del mundo».

Fue uno de los mayores defensores de las primeras épocas de la presidencia de Lincoln. Se le concedió el honor de escoltar a la señora Lincoln al gran baile de inauguración. Al entrar en ebullición la tormenta de la Guerra Civil muchos de los amigos de Lincoln se alejaron, pero este no. Amplió su lealtad al recorrer el sur en condición de embajador de paz de Lincoln. Suplicó a los del sur que no se separaran y a los del norte que brindaran su apoyo al presidente.

Sus esfuerzos fueron grandes pero la ola de ira fue aún mayor. El país se dividió y la guerra civil ensangrentó a la nación. El amigo de Lincoln nunca llegó a verlo. Murió tres meses después de la inauguración de Lincoln. Cansado por sus viajes sucumbió ante una fiebre y Lincoln debió enfrentarse a la guerra solo.

Al oír la noticia de la muerte de su amigo, Lincoln lloró abiertamente y dio la orden de que la bandera de la Casa Blanca ondeara a media asta. Algunos piensan que el amigo de Lincoln habría sido seleccionado como su compañero de fórmula en 1864 y de esta manera habría llegado a ser presidente luego del asesinato del Gran Emancipador.

Nadie sabrá jamás lo que habría sucedido. Pero lo que sí sabemos es que Lincoln tenía un verdadero amigo. Y sólo podemos imaginar la cantidad de ocasiones en que su recuerdo aportó calidez a una fría Oficina Oval. Él fue un ejemplo de amistad.

También fue un ejemplo de perdón.

Este amigo podría haber sido un enemigo con igual facilidad. Mucho antes de que él y Lincoln fuesen aliados, fueron competidores: Políticos en busca de la misma posición. Y desafortunadamente sus debates son más conocidos que su amistad. Los debates entre Abraham Lincoln y su querido amigo Stephen A. Douglas.

Pero en el día más esplendoroso de Lincoln, Douglas dejó a un lado sus diferencias y sostuvo el sombrero del presidente. A diferencia del hermano mayor, Douglas escuchó un llamado más sublime. Y a diferencia de este, asistió a la fiesta.

Somos sabios si hacemos lo mismo. Si superamos nuestras heridas. Pues si lo hacemos estaremos presentes en el festejo final del Padre. Una fiesta que acabará con todas las demás. Una fiesta donde no se permitirá entrar a los malhumorados.

¿Por qué no viene y participa de la diversión?

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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