te-invito-a-entrar-a-mi-presenciaDevocionales Cristianos – «Te Invito a Entrar a Mi Presencia» 2

 

Continuemos.

Para los lectores originales, estas cuatro palabras fueron explosivas: «cortina – cuerpo de Cristo». Según el escritor, cortina es igual a Jesús. Por lo tanto, lo que haya ocurrido al cuerpo de Cristo le ocurrió a la cortina. ¿Qué le ocurrió a su carne? Fue desgarrada. Desgarrada por los azotes, desgarrada por las espinas. Desgarrada por el peso de la cruz y las puntas de los clavos. Pero en el horror de su carne desgarrada, encontramos el esplendor de la puerta abierta (Mateo 27.50–51).

La cortina es nada menos que la cortina del Templo. El velo que colgaba a la entrada del Lugar Santísimo. Como recordarás, el Lugar Santísimo era una parte del Templo al que nadie podía entrar. Los judíos cuando iban a adorar podían entrar al patio exterior, y solo los sacerdotes podían entrar al Lugar Santo. Y nadie, salvo el sumo sacerdote solo un día en el año, entraba en el Lugar Santísimo. Nadie. ¿Por qué? Porque la gloria shekiná, la gloria de Dios, estaba allí.

Si alguien te dijera que puedes entrar libremente a la Oficina Oval de la Casa Blanca, seguramente moverías la cabeza y dirías a esa persona: «¿Qué te pasa? ¿Te volviste loco?» Multiplica tu incredulidad por mil y tendrás una idea de cómo se habrían sentido los judíos si alguien les hubiera dicho que podían entrar al Lugar Santísimo. «Sí, claro, y tu abuelita, ¿cómo se llamaba?»

Nadie sino el sumo sacerdote podía entrar al Lugar Santísimo. Nadie. Hacerlo equivalía a morir. Dos de los hijos de Aarón murieron cuando entraron al Lugar Santísimo para ofrecer sacrificios al Señor (Levítico 16.1–2). En términos inequívocos, la cortina decía: «¡Hasta aquí!»

¿Qué comunicaba 1500 años atrás una cortina colgada en la parte exterior del Lugar Santísimo? Sencillo. Dios es santo… separado de nosotros e inaccesible. Incluso a Moisés se le dijo: «Tú no puedes ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir viviendo» (Éxodo 33.20). Dios es santo y nosotros somos pecadores por lo tanto hay una distancia entre nosotros.

¿No es ese nuestro problema? Sabemos que Dios es bueno. Sabemos que nosotros no lo somos, y nos sentimos alejados de Dios. Las antiguas palabras de Job son las nuestras: «Si solo hubiera un mediador que pudiera unirnos» (Job 9.33).

¡Hay uno! Jesús no nos ha dejado con un Dios inaccesible. Sí. Dios es santo. Sí, nosotros somos pecadores. Pero, sí, sí, sí, Jesús es nuestro mediador (1 Timoteo 2.5). ¿No es mediador el que «se pone entre»? ¿No era Jesús la cortina entre nosotros y Dios? ¿Y no fue su carne desgarrada?

Lo que aparece como una crueldad del hombre fue, en realidad, la soberanía de Dios. (Mateo 27.50-51). Es como si las manos del cielo hubieran estado agarrando el velo, esperando el momento. Recuerda el tamaño de la cortina: 20 metros de alto por 10 de ancho. En un momento estaba entera; al siguiente, estaba partida en dos, de arriba abajo. Sin demora. Sin vacilación.

¿Qué significaba la cortina rota? Para los judíos significaba que no había más barreras entre ellos y el Lugar Santísimo. No más sacerdotes entre ellos y Dios. No más sacrificios de animales para expiar sus pecados.

¿Y para nosotros? ¿Qué significó para nosotros la cortina rota? Somos bienvenidos para entrar en la presencia de Dios., cualquier día, a cualquiera hora. Dios ha quitado la barrera que nos separa de Él. ¿La barrera del pecado? Abajo. Él ha quitado la cortina.

Pero tenemos una tendencia a tratar de volver a poner la barrera. Aunque no hay cortina en el templo, hay una cortina en el corazón. Las faltas del corazón son como el tictac del reloj. Y a veces, no, muchas veces, dejamos que estas faltas nos alejen de Dios. Nuestra conciencia de culpa se transforma en una cortina que nos separa de Dios. Como resultado, nos escondemos de nuestro Maestro. Pero Dios no está enojado con nosotros. Él ya ha arreglado el asunto de nuestras faltas.

En alguna parte, en algún momento, de alguna manera te has metido en el tarro de la basura y luego has tratado de evitar a Dios. Has dejado que un velo de culpa se alce entre tú y tu Padre. Te preguntas si alguna otra vez podrás estar de nuevo cerca de Dios. El mensaje de la carne desgarrada es que sí puedes. Dios te espera. Dios no te está evitando. Dios no te resiste. La cortina está caída, la puerta está abierta, y Dios te invita a entrar.

No confíes en tu conciencia. Confía en la cruz. La sangre ha sido derramada y el velo roto. Dios te da la bienvenida a su presencia.

Extracto del libro “Él Escogió los Clavos”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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