52864_poster2000Estudios Bíblicos – ¿Qué es el Reino de Dios? 2

 

Continuemos:

El reino de Dios no es un lugar, un territorio. No es el cielo. No es la iglesia. No es alguna cosa, un objeto, un estado.

Gramaticalmente hablando, la palabra reino es un sustantivo. Hay sustantivos que indican cosas, personas, lugares, sentimientos, etc. Pero también hay sustantivos que indican acción. Por ejemplo: La palabra «salvación» es un sustantivo que indica acción. El diccionario dice: acción de salvar.  O «preparación» : acción de preparar. Reino es un sustantivo que indica acción. Reino es la acción de reinar.

El reino de Dios es una acción. Esa acción es un hecho. Es la realidad más absoluta del universo. El reino de Dios es el reinar de Dios. Esta realidad no se la puede ver  con los ojos físicos. Por eso Jesús dijo que “el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios”  (Juan 3.3).

El universo no está a la deriva. En el universo hay un centro. En ese centro hay un trono. En ese trono está Dios. ¡El reina! Siempre reinó. Su reino es reino de todos los siglos, y su señorío en todas las generaciones. Su trono es firme eternamente y para siempre. El reina sobre todo lo que existe. Sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Es la autoridad suprema del universo. Reina sobre los ángeles, sobre principados y potestades, sobre el mismo Satanás y sus demonios. Reina sobre las naciones, sobre los reyes, sobre los hombres, sobre la naturaleza. Es el Señor de la historia.

El reino de Dios significa que Él es el dueño de todo lo que existe. “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan”. Todo lo que existe en el mundo le pertenece. Todos los campos, las montañas, los mares, los peces, los animales. Toda la flora, la fauna, los minerales, los hombres, todo, absolutamente todo es suyo. Legítimamente le corresponde por derecho inherente: es el Creador de todo. Nosotros no somos dueños de nada. Nada es nuestro. Nuestro cuerpo, nuestra familia, los hijos, el terreno, la casa, el dinero, el tiempo, la salud, los dones, los talentos; todo, absolutamente todo le pertenece a él.

Él es el juez universal. Un día todos debemos presentarnos ante él para rendirle cuentas de los que hicimos con la vida que nos dio. Si vivimos de acuerdo a la voluntad de Dios o a la nuestra. Qué hicimos con los bienes que nos confió para que lo administráramos. Nadie podrá escapar de ese día. “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez y después de esto el juicio”.

Ese Rey del universo, se hizo hombre en la persona del Hijo de Dios. El Verbo eterno se hizo carne. El Rey se hizo siervo,. El Dueño de todo se hizo pobre. El Creador se hizo criatura. El Juez dejó su estrado para ocupar el lugar del reo, del pecador. ¿Por qué? ¿Para qué?

Porque todos nosotros nos rebelamos contra su reino, pecamos contra él. Desconocimos su autoridad. Vivimos como quisimos. Pero él nos amó. Vino para salvarnos, para darnos una nueva oportunidad. Vino a llamarnos al arrepentimiento, llamarnos a su reino. Por eso fue por todas partes anunciando las buenas noticias del reino, diciendo: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios ha llegado. Arrepiéntanse, crean en el evangelio, crean en esta buena noticia que les estoy anunciando”.

¿El reino de Dios ha llegado?  ¿Dónde? ¿Cómo?

El que reina está entre ustedes. Bienaventurados los que creen. Bienaventurados los humildes, los que lloran, los mansos… porque de ellos es el reino de Dios. Busquen primero el reino de Dios, dejen que él gobierne sus vidas, lo demás es secundario,  el Padre se los dará. Cuando oran, háganlo de corazón, y digan así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Sea hecha tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra…”

Ese Hijo de Dios, para poder salvarnos, cargó nuestros pecados sobre su cuerpo. Murió en la cruz en nuestro lugar. Pagó nuestra condena. Al tercer día resucitó. Ascendió a los cielos. El Padre lo exaltó. Lo sentó en su trono, y lo proclamó SEÑOR.

Hoy, al igual que Jesús y los apóstoles, debemos predicar el evangelio del reino de Dios. Y decir como Pablo (Ro.10.8-9) :

“Esta es la palabra de fe que predicamos:

que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,

y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,

serás salvo”.

Por Jorge Himitian

 Enviado por Héctor Vitale

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