la-voz-que-hablaClásicos Cristianos – La Voz Que Habla 2

 

Continuemos.

El capítulo octavo del libro de Proverbios comienza así: “¿No clama la sabiduría, y da su voz la inteligencia?”. Entonces describe la sabiduría como una hermosa mujer que “se para en las alturas y en las encrucijadas de los caminos; dirige su voz a todas partes, para que nadie deje de oírla y dice: ‘Oh, hombres, a vosotros clamo; dirijo mi voz a los hijos de los hombres’“. Seguidamente se dirige a los simples y faltos de cordura y les aconseja que escuchen lo que les dice.

Lo que pide la sabiduría de Dios es atención espiritual, pero rara vez este pedido es escuchado. La tragedia consiste en que nuestro bienestar eterno depende de nuestro oír, y hemos enseñado a nuestros oídos a no escuchar.

Esta voz universal ha resonado siempre, y a menudo atribulado a los hombres, aun cuando estos no se daban cuenta de donde provenían sus temores. ¿No será esa voz que se cierne como niebla vital sobre los corazones de hombres y mujeres, lo que ha despertado sus conciencias y sus anhelos de inmortalidad en millones de seres humanos desde los albores de la historia? No tenemos por qué temer eso. La voz hablando es un hecho. Como los hombres han reaccionado ante ella, es algo que se debe observar.

Una vez que Dios habló a nuestro Señor desde el cielo, algunos que oyeron atribuyeron la voz a causas naturales. “Ha sido trueno’,’ dijeron. Este hábito de explicar la voz por causas naturales es la vera raíz de la ciencia moderna.

En el soplo de vida del cosmos hay algo misterioso, algo sumamente pavoroso, que la mente humana no alcanza a comprender. El creyente no pretende comprenderlo, simplemente cae de rodillas y exclama “¡Dios!”. El hombre común también cae de rodillas, pero no lo hace para adorar, sino para investigar, escudriñar, en su afán de hallar explicación natural a todas las cosas.

Estamos viviendo en un siglo secularizado. Nuestros pensamientos y hábitos son los del científico, no los del adorador. Estamos más dispuestos a explicar que a adorar. “Es un trueno” decimos, y seguimos nuestro camino, indiferentes. Pero todavía la Voz sigue resonando y escudriñando.

El orden y la vida del mundo dependen de esa Voz, pero los hombres están demasiado ocupados, o demasiado obstinados para escuchar. Cada uno de nosotros ha tenido alguna experiencia imposible de explicar: un súbito sentido de soledad, un sentimiento de maravilla o de pavor, al contemplar la vastedad del infinito. O tal vez un fugaz relámpago de luz, como venido de otro sol, que nos ha dejado la sensación de pertenecer a otro mundo, que nuestro origen es divino. Lo que hemos visto entonces, o sentido, o  aprendido, es diferente a todo lo que enseñan las escuelas, y en una amplia gama, distinto de todas nuestras anteriores experiencias y opiniones.

Nos vimos entonces forzados a suspender nuestras dudas cuando, por un breve momento, las nubes se retiraron y pudimos ver y oír por nosotros mismos. Cualquiera sea la explicación que demos a estos casos, no seríamos justos si excluyéramos completamente a Dios, negando que nos estuviera hablando en ellos. Nunca tengamos a tal petulancia.

Es mi propia creencia (y no me enojo si alguien opina de distinta manera), que todo lo bueno y bello que hay en el mundo, producido por el hombre, es el resultado de su falaz y pecaminosa respuesta a la Voz creativa que resuena por toda la tierra.

Los filósofos moralistas, que soñaron sueños de virtud; los pensadores religiosos, que especularon acerca de Dios y la inmortalidad; los poetas y artistas, que crearon de la materia común obras de imperecedera belleza, ¿cómo se pueden explicar? No es suficiente con decir “Se trata del genio.” ¿Qué es el genio? El genio podrá ser un hombre perseguido por esa Voz, que trabaja afanándose como un poseído, por ver si logra alcanzar un fin que vagamente comprende.

El hecho de que el genio, sea hombre o mujer, no crea en Dios, y aún hable o escriba en contra de él, no contradice lo que estoy diciendo. La revelación de la obra redentora de Dios que se halla en las Escrituras es necesaria para la obtención de la fe salvadora y la paz con Dios.

La fe en el Salvador resucitado es necesaria para la obtención de paz y tranquilidad y para adquirir fe en nuestra propia inmortalidad. Para mí todo esto es una adecuada explicación de todo lo bueno que existe fuera de Cristo. Pero usted puede ser un buen cristiano sin aceptar mi tesis.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro «La Búsqueda de Dios»

Por A. W. Tozer

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