La mayoría de nosotros que crecimos en una sociedad democrática tenemos problemas a la hora de entender el concepto de reino. Por la misma razón, también frecuentemente tenemos dificultades para entender La Biblia, ya que ella no habla sobre democracias. Como vivimos bajo un sistema de­mocrático de gobierno, tendemos a suponer que Dios es democrático. Y no es así. Aunque muchos de los fundamentos y piedras angulares de la democracia son bíblicos, tales como los principios de derechos humanos, libertad y dignidad, la democracia en sí misma no es un concepto bíblico. La democracia surgió en la antigua Grecia, como producto del pensamiento de los filósofos griegos como Platón, Sócrates y Aristóteles. La democracia es un invento del hombre, no proviene de la Biblia.

En nuestro mundo moderno, las democracias usualmente adoptan una república o una democracia parlamentaria. Una república es una nación democrática dirigida por un presidente elegido por el pueblo. El poder final de una república descansa sobre los ciudadanos en vez de sobre el liderazgo. Los Estados Unidos, Canadá, Nigeria, Inglaterra, España, Jamaica, Brasil o cualquier otra forma democrática de gobierno o una democracia parlamentaria, como en el caso de las Bahamas, son todas repúblicas porque han elegido a sus presidentes.

Yo soy ciudadano de las Bahamas. Ella se rige por una democracia parla­mentaria bajo una mancomunidad de naciones. La mayor posición de lide­razgo en nuestro país no es un presidente, sino un gobernador designado, bajo el cual hay un primer ministro elegido por el pueblo. El primer mi­nistro es el jefe ejecutivo de las Bahamas y es responsable por ejecutar los mandatos del gobernador. Luego de cada elección, el primer ministro le da su plan de gobierno al gobernador, que lo revisa y se lo devuelve. En una democracia parlamentaria, el primer ministro, aunque es el jefe ejecutivo, recibe órdenes del gobernador, quien mantiene la posición más elevada en el gobierno. Simbólicamente, sin embargo, incluso el gobernador no tiene la posición más alta, ya que la Reina de Inglaterra es, de nombre, quien gobierna nuestro país (aunque en realidad no gobierna nada). En nuestra mancomunidad de naciones, ella es la titular del estado.

Ya sea que vivamos en una república como los Estados Unidos o en una nación parlamentaria como las Bahamas, el problema que tenemos como ciudadanos de una democracia es tratar de entender lo que significa como creyentes vivir en un Reino. Esta es una distinción muy importante. La Bi­blia enseña sobre un Reino regido por Dios. Un reino es totalmente opuesto a una democracia. Para vivir exitosamente en el Reino de Dios debemos hacer un cambio completo en nuestra mente. No podemos ser ciudadanos efectivos del Reino de Dios y continuar pensando de manera democrática.

DESARROLLAR UN PENSAMIENTO DE REINO

Las primeras palabras registradas del ministerio público de Jesús se dirigen directamente a nuestra necesidad de pensar y actuar en un contexto de Rei­no. Jesús, luego de ser bautizado por Juan en el río Jordán y pasar cuarenta días en el desierto siendo tentado por Satanás inició su ministerio terrenal de este modo: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar: ‘Arrepiéntanse porque el Reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17)

Jesús vino al mundo a introducir el plan de Dios para este planeta, y lo primero que dijo fue: «¡Arrepiéntanse!». En su primer discurso al mundo, Jesús comenzó diciéndonos que necesitábamos cambiar nuestra mente. Eso es esencialmente lo que significa la palabra arrepentirse. Tal vez una mejor manera de decirlo es que necesitamos cambiar nuestro pensamiento o nues­tra mentalidad.

Hablando literalmente, arrepentirse significa parar, dar la vuelta e ir en la dirección contraria. Es como cuando uno va caminando por la calle y de pronto se da cuenta de que está yendo en la dirección equivocada, entonces gira ciento ochenta grados para dirigirse al sentido correcto. Esto sugiere acción, pero la acción sigue al pensamiento. Antes de poder darnos vuelta, tenemos que haber decidido hacerlo. Algunos consideran que la primera palabra de Jesús hacia nosotros es insultante, ya que Él está diciendo: «Us­tedes tienen un pensamiento errado. Todo lo que aprendieron está mal, y necesitan cambiar». Por ejemplo, en nuestro entorno democrático hemos sido enseñados que los gobiernos operan por la voluntad y el voto del pue­blo, aun al escoger a nuestro propio líder. En una democracia, cada voto vale, y cada opinión es importante. La mayoría gobierna. No así en un reino. El voto de la gente no significa nada en un reino, y una sola opinión es la que importa: la del rey.

No hay votaciones en el Reino de Dios; su Palabra es suprema y abso­luta. No votamos por nuestro Líder; Él ya está en su posición, y el suyo es un oficio permanente. La posición de Dios como Rey es eterna, un reino que nunca terminará, ni por muerte ni por conquista. En el Reino de Dios, nuestra opinión no tiene importancia. Su opinión es todo lo que cuenta; su voluntad y sus caminos suplantan a todo lo demás. El concepto de mayoría no es aplicable en el Reino de Dios. Aunque una mayoría de la población de la Tierra vive en ignorancia y rebeldía contra Dios, Él es y seguirá siendo el soberano Rey de la creación. No hay votación en el Reino de Dios; su Palabra es suprema y absoluta.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

Lee Contraste entre un Reino y una Democracia

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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