Todas las personas del mundo han nacido para alcanzar un propósito. Dios nos creó a cada uno para resolver un problema. Hay algo que Él deseaba que se realizara y que requería de nuestra existencia, la exis­tencia de cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros existe por accidente. Ninguno está aquí por error. Nuestro lugar en este planeta está relacionado con una misión que Dios tenía en mente mucho tiempo antes de crear el mundo. Esto nos hace cruciales en su plan global.

REVERTIR LA MALDICIÓN DE LA DESERCIÓN DEL HOMBRE

El propósito de Dios para nosotros es el mismo de siempre: ejercer dominio y autoridad sobre el plano terrenal bajo su reinado soberano. Eso nunca ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es nuestra posición. La abdicación de Adán y de Eva de su lugar de autoridad legal le permitió a Satanás, un querubín desempleado, usurpar el trono que Dios planeó que ocupáramos nosotros. Relegados al estado de súbditos indefensos de un devastador reino de tinie­blas, no podemos regresar a nuestro lugar original sin la ayuda de Dios.

Afortunadamente para nosotros, Él no nos tachó ni hizo algo así como «a otra cosa, mariposa» con nosotros. Su propósito eterno nunca será torcido; su perfecta voluntad se cumplirá. Desde el comienzo mismo, Dios tenía un plan que resolvería el problema de nuestra deserción: «Pero cuando se cum­plió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos» (Gálatas 4:4-5). El propósito de Dios era restaurarnos a nuestro esta­do pleno como sus hijos e hijas, y traernos de regreso a su reino. Él envió a Jesús como el Camino. La fe en Jesucristo como el Hijo de Dios y en su muerte por nuestros pecados y resurrección de nuestra vida es la puerta a través de la cual entramos al Reino de Dios.

UN REY Y SU REINO

Jesús no solamente fue la puerta al Reino, sino que también fue el men­sajero que anunció la llegada del Reino a la Tierra. Antes de que ninguno de nosotros pudiera entrar al Reino de Dios, teníamos que saber que había llegado y dónde podíamos hallar la entrada. Por eso vino Jesús. Su propósi­to era doble: proclamar el arribo del Reino de Dios y, a través de su sangre, proveer la entrada al Reino para todos lo que vendrían.

El Reino de Dios es el centro de su propósito en la eternidad. Todo lo que Dios hace se relaciona con su Reino. Aun en el plano terrenal, el Reino de Dios estaba a la delantera en la creación y será el enfoque central del final de los tiempos. Jesús dijo: «Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin» (Mateo 24:14). Si el Reino es central para todo lo que Dios es y hace, es natural es­perar que sea central también en la misión y el mensaje de Jesús. De hecho, así es como La Escritura lo declara.

LA DECLARACION DE MISIÓN DE JESÚS

Toda organización exitosa, ya sea una en empresa, una organización sin fines de lucro, una familia o cualquier otra, precisa una declaración de misión. Tanto en una oración formal por escrito o simplemente un acuerdo informal, una declaración de misión debería definir claramente y cristalizar el propósito, la filosofía y los objetivos de la organización. Cada miembro debería internali­zar y entender la declaración, de modo que todos trabajen juntos para cum­plirla. Una declaración de misión ayuda a mantener a todos en un mismo curso de acción, lo cual es importante porque el producto, servicio o mensa­je de la organización saldrá de la declaración de misión que esta tenga.

Según el Evangelio de Mateo, cuando Jesús inició su ministerio público, su primera declaración pública fue un mensaje que reflejaba la declaración de misión para su vida: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cer­ca» (Mateo 4:17). Como ya hemos visto, arrepentirse significa «un cambio completo de mente y pensamiento -una mentalidad completamente nue­va- y un cambio completo de dirección». El Reino de los cielos se refiere a la presencia y autoridad soberana de Dios «invadiendo» e impactando la dimensión terrenal. Jesús desafió a sus oyentes a cambiar de una mentali­dad que ignoraba o negaba el Reino de Dios a una que reconocía y daba la bienvenida a su llegada.

La misión de Jesús era proclamar el Reino de los cielos. Esta misión asignada por el Padre se reflejaba en su declaración de misión, la cual Él anunció aquel día de reposo en la sinagoga de Nazaret, su aldea natal: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor» (Lucas 4:18-19).

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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