Los autobuses estaban en fila en las calles de la pequeña ciudad, traían a los turistas lejanos y cercanos para visitar la pequeña casita de madera. Muchos viajaron desde el otro lado del océano para ver esta estructura tan antigua que no tenía relación arquitectónica con la moderna jungla de cemento que la circundaba. Parecía como una rebanada de historia servida sobre las calles del siglo XXI. Ahora se había convertido en una atracción turística que absorbía los dólares para la penosa economía local y proveía muchos empleos necesarios para los ciudadanos de esa pequeña ciudad.

No obstante, no fue hace mucho tiempo que la misma vieja casa se des­moronaba y caía en ruinas de forma horrorosa. Sus paredes contenían mu­chos recuerdos e historias del grandioso pasado de la ciudad. Algunos de los habitantes exigieron que fuera demolida porque estaba afectando el valor de sus propiedades linderas. Sin embargo, un anciano que miraba y actuaba como si fuera tan viejo como la casa comenzó a peticionar para salvar la original pequeña estructura. Finalmente, consiguió bastante apoyo como para que la calificaran para la conservación de antigüedades de la ciudad, y así comenzó el largo camino de restauración de esta pieza de arte de arqui­tectura histórica.

Cuando fui como visitante a aquella ciudad, quise conocer a ese anciano y le pedí a mi chofer que me condujera hasta él, así podía escuchar la histo­ria completa de la salvación de la condenada casa.

UNA LECCION SOBRE RESTAURACION

Cuando el automóvil estacionó junto a la valla que rodeaba la vieja casa de madera con la pintura descascarada, tres perros corrieron para salimos al encuentro con unos ladridos impensadamente amigables. El anciano sen­tado en su crujiente mecedora nos llamó con una seña, como si hubiese estado esperándonos por años. Avancé hacia el porche y me senté en un viejo cajón provisto para que descansáramos. Luego de presentarme, él me preguntó cuál era nuestro interés en la casa. Le pedí que nos contara cómo la había salvado de la destrucción inminente. Con un brillo en los ojos, re­unió sus pensamientos y procedió a guiarme en un viaje mental que atrajo mi atención como un niño que oye una leyenda por primera vez.

Habló entusiastamente sobre la historia de la casita y de sus experien­cias de la niñez con su vida. Cuando lo interrogué sobre el proceso de restauración, me relató una historia que jamás olvidaré. Él dijo que la casa era una restauración germina.

-¿Qué quiere decir con eso de restauración genuina? -le pregunté.

– Bueno –respondió-, usted verá algunas llamadas restauraciones que no son genuinas porque sustituyen al original con otros materiales. Luego, haciendo un gesto hacia la plaza de la ciudad, dijo:

– Pero ese proyecto es restauración genuina porque los arquitectos fueron a los archivos y hallaron los planos originales, luego usaron exactamen­te los mismos materiales para cada parte de la reconstrucción. De hecho, la pequeña casita luce como el día en que fue construida.

-De modo que una restauración verdadera requiere de los planos y mate­riales originales para ser completa y genuina -afirmé a modo de pregunta.

-¡Absolutamente! Por ello, el valor de la casa restaurada es superior al de los rascacielos que la rodean -me respondió el viejo hombre.

Abandoné ese porche aquel día con una mayor apreciación por el com­plicado proceso llamado restauración y también entendí más cabalmente el gran programa de restauración que el Creador ha estado ejecutando sobre la Tierra.

La estrategia divina concebida por el sabio Padre sigue el mismo princi­pio que la historia de este anciano. La pérdida del Reino de los cielos sobre la Tierra a través del acto de desobediencia de parte de Adán y, consecuen­temente, la pérdida de su enviado especial, el Espíritu Santo, exigía una restauración. Esto requería un programa celestial para la preservación de la Tierra. Este programa se hizo conocido como «la obra redentora de Dios». Su objetivo es la recuperación y el restablecimiento del Reino de los cielos sobre la Tierra y la readmisión de la humanidad como su representante real legal.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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