Clásicos Cristianos – Pablo, su Capa y sus Libros 4

 

Continuemos.

2. Veamos ahora los libros.

No sabemos de qué trataban esos libros, y sólo podemos hacer algunas conjeturas en cuanto a los pergaminos. Pablo tenía algunos libros que había dejado, tal vez envueltos en la capa, y Timoteo debía ocu­parse de traerlos.

A. Aun un apóstol debe leer.

Al­gunos de nuestros hermanos piensan que un mi­nistro que lee libros y estudia un sermón debe ser un deplorable espécimen de predicador. El hombre que sube al pulpito, toma un texto en el momento, y dice una cantidad de tonterías, es el ídolo de muchos. Si habla sin premedita­ción, o pretende hacerlo, y nunca presenta lo que ellos llaman un plato de sesos de cadáver, oh, ¡ese es un predicador! ¡Cuán confundi­dos son los tales por el apóstol! 

Pablo está inspira­do, ¡Y sin embargo, necesita libros! Ha estado predicando al menos por treinta años, ¡y, sin embargo, necesita libros! Ha visto al Señor, ¡y sin embargo, necesita libros! Ha tenido una ex­periencia más vasta que la mayoría de los hombres, ¡y sin embargo, necesita libros! Ha sido arrebatado al tercer cielo, y ha visto cosas que un hombre no puede decir ¡y sin embargo ne­cesita libros! Ha escrito la mayor parte del Nue­vo Testamento, ¡y sin embargo necesita libros!

El apóstol aconseja a Timoteo, y a todo predi­cador: «Ocúpate en leer». El hombre que nunca lee, nunca será leído; el que nunca cita a otros, nunca será citado. El que no emplea los pensa­mientos de otros cerebros, demuestra que no tiene cerebro propio. Hermanos, lo que se pue­de afirmar de los ministros se puede afirmar de toda nuestra gente. Vosotros necesitáis leer.

Re­nunciad todo lo que queráis a la literatura livia­na, pero estudiad exposiciones de la Biblia. Es­tamos persuadidos de que la mejor manera de emplear vuestros ocios es leyendo u orando. Po­déis obtener mucha instrucción en los libros, que luego podéis emplear como verdaderas armas en el servicio de vuestro Maestro y Señor.

 

B. Nuestra segunda observación es que el após­tol no se avergüenza de confesar que lee.

Está escribiendo a su joven hijo Timoteo. Ahora bien, a algunos predicadores viejos no les agrada de­cir algo que permita a los jóvenes penetrar en sus secretos. Suponen que deben asumir un aire muy respetable y hacen un misterio de toda la preparación de sus sermones, pero todo esto es ajeno al espíritu de confianza. Pablo necesita libros, y no se avergüenza de decírselo a Timo­teo; y Timoteo puede decírselo a Tíquico y a Tito, si quiere; a Pablo no le importa.

Pablo es aquí un ejemplo de ingeniosidad. Es­tá preso, no puede predicar. ¿Qué puede hacer? Como no puede predicar, leerá. Como leemos de los antiguos pescadores y sus botes. Los pes­cadores habían desembarcado. ¿Qué estaban haciendo? Remendando sus redes. Así, si la pro­videncia te ha echado en el lecho de enfermedad y no pueden enseñar tu clase, si no puedes tra­bajar públicamente para Dios, remienda tus re­des leyendo. Si pierdes una ocupación, toma otra, y permite que los libros del apóstol te ense­ñen una lección de industria.

Dice Pablo «mayormente los pergaminos». Yo pienso que los «libros» serían obras latinas y griegas, pero los pergaminos serían orientales; y posiblemente fueran pergaminos de las Sagradas Escrituras; o probablemente, sus propios perga­minos, en los cuales estarían escritos los origi­nales de sus cartas que tenemos en la Biblia. Ahora bien, ese «mayormente los pergaminos» significaría para nosotros «especialmente la Bi­blia». ¿No os dice nada este consejo?

Creo que este consejo es más necesario hoy que en ninguna otra época, porque creo que el número de personas que leen la biblia es menor cada día. La gente lee las opiniones de sus propias denominaciones presentadas en los periódicos; leen las opiniones de sus guías presentadas en sus sermones y sus libros, pero el Libro, el bueno y viejo Libro, la divina fuente de la cual brota toda revelación, éste a menudo es dejado de lado. Podéis ir a las cisternas humanas hasta ol­vidar la corriente cristiana que fluye del trono de Dios.

Leed libros, por todos los medios, pe­ro especialmente los pergaminos. Escudriñad la literatura humana, si queréis, pero especial­mente afirmaos en el Libro que es infalible, la revelación de nuestro Señor y Salvador Jesu­cristo.

Por C. H. Spurgeon

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

2 Comentarios

  1. Hola Salvador. ¡¡Bienvenido!! Pienso igual que vos, es una enseñanza impresionante de un hombre lleno de Dios. Feliz año nuevo y bendiciones para tu vida.

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