Padres e Hijos – Cómo Disciplinar a Nuestros Hijos 3

 

Continuemos.

Algunos investigadores sostienen que todo acto de violencia de un adulto hacia un niño, por muy breve o leve que sea, deja una cicatriz emocional permanente. El efecto de estas cicatrices es acumulativo. Hasta cierto punto, nuestras propias experiencias nos lo demuestran.

La mayoría de nosotros debe­mos admitir que muchos de nuestros recuerdos imborrables, o los más desagradables, son aquellos del daño infligido por nuestros padres.

Algunas personas consideran la memoria de tales aconte­cimientos tan desagradable que pretenden que éstos fueron insignificantes y hasta graciosos. Usted observará que sonríen cuando describen lo que les hicieron. Sonríen por vergüenza y no por placer. Encubren el recuerdo de esos viejos sen­timientos para protegerse contra el dolor que todavía sienten.

Al intentar negar o disminuir los peligros relacionados con el castigo aquellas personas que pegan, dicen: «el castigo cor­poral es muy distinto al abuso de los niños» o «una palmadita nunca hizo daño a nadie.» Pero están equivocadas.

Una buena comparación con lo anterior es el envenenamiento con arsénico. Todo el mundo sabe que el arsénico tomado en can­tidades suficientes es mortal. Sin embargo, una módica ingestión del mismo puede que no tenga un efecto dañino. ¿Pero quién necesita veneno? El hecho de que una persona sobreviva dicha experiencia no es prueba de que tal experiencia sea beneficiosa.

Los padres informados y responsables reconocen que pegar­les a sus hijos es como darles de comer una substancia noci­va. Nada bueno va a resultar de ello, sólo daño. Pero algún padre puede preguntar: «¿Cómo se puede ser un padre responsable si no se le enseña al hijo que no debe cruzar la calle corriendo y se le da una buena paliza para que no lo olvide?»

La realidad es que las bofetadas producen en el niño un esta­do de fuerte agitación emocional haciendo difícil que apren­da las lecciones que los adultos pretenden enseñarle. Dar una «buena bofetada» puede servir para que el adulto libere su cólera, pero a expensas de causársela al niño.

Y mientras que el desahogo en el adulto es transitorio, el efecto en el niño es duradero. El pegarles no les enseña que los autos y los camiones son peligrosos. En cambio, sí les enseña que los adultos de quienes ellos dependen son peligrosos.

 

Algunas de las Peores Técnicas Disciplinarias son:

A. Coerción.

La coerción se relaciona mucho con el abuso físico. Algunos padres rara vez o casi nunca les pegan a sus hijos, pero constantemente les amenazan con actos de agresión: «si no te callas mientras estoy en el teléfono, te voy a coser la boca con una aguja bien grande».

O si no, dicen: «Alguien te va a cortar los dedos con las tijeras; eso es lo que le hacen a los niños malos que tocan las cosas de otras personas».

Consideran fácil controlar a sus niños por estos medios, al menos de forma temporal.

Al principio el niño obedece por miedo mientras cree en las amenazas del adulto. En esta etapa ya aprende a hacer cosas a escondidas y a decir mentiras para evitar los terribles casti­gos que él cree que le esperan. Más tarde, cuando comien­za a darse cuenta que las amenazas no tienen fundamento, llega a la conclusión (correcta, por otra parte) de que los adultos mienten.

Cuando la confianza entre los adultos y los niños a su cargo comienza a deteriorarse, la habilidad infantil de formar relaciones de confianza con los otros también se deteriora. Esto puede volverles incapaces de alcanzar intimi­dad o solidaridad.

Los lesionados de esta forma, se inclinan a ver las relaciones con otras personas como negocios u operaciones en las que se gana o se pierde. Consideran la honradez y la confianza en los demás como debilidades que han de ser explotadas, de igual manera que se hizo con ellos.

 

B. Gritos.

Este método es tan normal que la mayoría de los padres supo­nen que es un medio útil de hacer que los niños respondan. De algún modo los padres parecen creer, que si aumentan los decibeles, tienen una mayor oportunidad de que su hijo obe­dezca. De alguna manera todos gritamos en alguna oportu­nidad y sabemos que no es muy eficaz. Aun así, lo hacemos.

¿Por qué? Pues tal vez por costumbre, o porque lo aprendi­mos de nuestros padres, o para desahogar nuestros problemas o frustraciones, o porque es más fácil. El grito requiere menos tiempo y aptitud cognoscitiva que encontrar y aplicar una mejor técnica disciplinaria.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Dejadlos Venir a Mí”

Por Daniel Bravo

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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