La Oración – ¿Por Qué No Pedir? 3

 

Continuemos.

Hay un relato acerca de un tal señor Pérez que muere y llega al cielo. Pedro lo espera en la puerta para hacer un re­corrido. En medio del resplandor de las calles de oro, de las hermosas mansiones y de los coros de ángeles que Pe­dro le enseña, el señor Pérez nota un edificio de aspecto extraño. Piensa que parece una bodega enorme. Carece de ventanas y solo tiene una puerta. Pero cuando pide ver el interior, Pedro vacila.

—En realidad usted no quiere ver lo que hay allí —le dice al recién llegado.

¿Por qué tendría que haber secretos en el cielo? Se pregunta el señor Pérez. ¿Qué increíble sorpresa me esperará allí? Cuando termina el recorrido oficial, aún sigue con la inquietud,  y de nuevo solicita ver dentro del edificio. Al fin Pedro accede. Cuando el apóstol abre la puerta, el señor Pérez casi lo golpea en su prisa por entrar. Resulta que el enorme edificio está repleto de filas de estantes, desde el piso hasta el techo, atestados de cajas atadas con cintas rojas.

—Todas estas cajas tienen un nombre escrito —musita el señor Pérez en voz alta. Luego se dirige a Pedro y le dice—: ¿Habrá una para mí?

—Sí, hay una para usted —Pedro trata de hacer que el señor Pérez regrese al exterior—. Con toda franqueza —dice Pedro—, si yo fuera usted… —pero el señor Pérez se lanza hacia el pasillo «P» para encontrar su caja.

Pedro lo sigue, mientras agita la cabeza. Lo alcanza cuando desliza la cinta roja de su caja y hace saltar la tapa. Al mirar su interior, el señor Pérez lo reconoce al instante, y deja escapar un suspiro como los que Pedro suele oír muchas veces.

Porque allí, en la caja blanca del señor Pérez, están to­das las bendiciones que Dios quiso darle mientras estaba en la tierra… pero nunca las pidió.

«Pide», prometió Jesús, «y se te concederá lo que pi­das…» (Mateo 7:7). «No tenéis porque no pedís», dijo San­tiago (Santiago 4:2). Aunque no hay límites para la bondad de Dios, si usted no le pidió ayer una bendición, no tuvo todo lo que se suponía que alcanzaría.

Esta es la trampa: Si no pide las bendiciones del Se­ñor, perderá las otras que le deben llegar por pedir una sola. De la misma manera en que a un padre le honra tener un hijo que le ruega su bendición, nuestro Padre se deleita en responder generosamente cuando su bendición es lo que usted más desea.

 

La Naturaleza de Dios es Bendecir.

Quizá piense que su nombre es simplemente otro sinóni­mo de dolor o problemas o que la herencia que ha recibido a causa de sus circunstancias familiares no es más que una desventaja. Simplemente, no se siente como un candidato ideal para recibir bendiciones. También es posible que sea uno de esos cristianos que creen que una vez que son salvos, las bendiciones de Dios vienen como una especie de llovizna sobre su vida a un rit­mo predeterminado, no importa lo que haga. Sin que se re­quiera ningún esfuerzo adicional.

Tal vez se ha deslizado hacia una mentalidad de llevarle la cuenta a Dios. En su cuenta de bendiciones hay una columna para depósitos y otra para retiros. ¿Ha sido Dios extraordinariamente bondadoso en los últimos días? Por eso cree que no debería esperar, mucho menos pedir que le acredite a su cuenta. Quizá piense que Dios debería pasar por alto sus deseos y necesidades por un tiempo o incluso hacer un débito en su cuenta al enviarle algún problema a su vida. ¡Esta clase de pensamiento es pecado y una trampa!

Cuando Moisés le dijo a Dios en el Sinaí: «Te ruego que me muestres tu gloria» (Éxodo 33:18), pedía una com­prensión más íntima de Dios. Como respuesta el mismo Dios se manifestó (Éxodo 34:6). ¡Increíble! La propia naturaleza de Dios consiste en que tiene bondad a tal grado de abundancia que sobrepasa la indignidad de nuestras vidas. Si piensa acerca de Dios en cualquier otro modo, le pido que cambie su manera de pensar.

¿Por qué no establecer el compromiso para toda la vida de pedirle a Dios que lo bendiga todos los días; y mientras Él lo cumple, que la bendición sea abundante y generosa?

Solo nosotros limitamos la liberalidad de Dios, no son sus recursos, poder o voluntad para dar. A Jabes se le ben­dijo simplemente porque rehusó dejar que cualquier obs­táculo, individuo u opinión fuese mayor que la naturaleza de Dios. Esta, precisamente, es bendecir.

La bondad de Dios para registrar la historia de Jabes en la Biblia es un testimonio que demuestra que no cuenta quiénes seamos o lo que nuestros padres hayan decidido por nosotros, ni el futuro al que estemos «destinados». Solo cuenta conocer lo que queremos ser y pedirlo.

Con una simple y sencilla oración de fe, es posible modificar el futuro. Usted puede cambiar lo que sucede en un minuto a partir de ahora mismo.

Extracto del libro “La Oración de Jabes”

Por Bruce Wilkinson

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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