«AUNQUE ANDE EN VALLE DE SOMBRA DE MUERTE, NO TEMERÉ MAL ALGUNO, PORQUE TÚ ESTARÁS CONMIGO». Salmos 23.4

SEXTO HÁBITO: PROTEGER

El escritor nacido en África, Phillip Keller, describe detalladamente en su excelente y reconocido libro: A Shepherd Looks at Psalm 23 [Un pastor mira el salmo 23], el por qué un pastor lleva por los valles y las cuencas a las ovejas para alcanzar las colinas más altas. Allí se encuentra el pasto de mayor calidad. Explica que por esas zonas se encuentran los caminos más suaves por donde subir. Además, son rutas que van pegadas a los ríos y arroyuelos donde pueden detenerse las ovejas a tomar agua y descansar. Sin embargo, advierte Keller, el peligro más grande que enfrenta el rebaño son las repentinas lluvias heladas que pueden ocurrir, debido a la época del año en que las suben a las colinas. Cuando comienza la lluvia, la ovejita debe encontrar refugio de inmediato; de lo contrario, se le empapará la lana de agua y, dadas las temperaturas bajas, esta se convertirá en hielo, exponiendo al peligro la salud del animal. Simplemente, pueden morir congeladas o también, como resultado de estar al descubierto, les puede dar un resfriado que finalmente acabe con ellas. En pocas palabras, cuando se anda por valles, se está expuesto a la sombra de la muerte. O sea, es peligroso. El salmista David, siendo pastor, conocía de primera mano de estos peligros cuando escribió: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo».

El buen pastor debe ser tan sensible a las necesidades de sus ovejas que siempre estará alerta para protegerlas y cuidarlas de todo daño. Cuando estén pasando por un mal momento es cuando más se deben proteger. Cuando estén saludables y tranquilas, las podemos dejar en paz. Pero en sus momentos de dificultad es cuando más debemos pedirle sabiduría a Dios para ayudarlas a navegar por los valles de la «sombra de muerte». El solo hecho de estar con ellas durante esos tiempos difíciles les ayuda a saber que las cosas van a estar bien. Como lo comenté en un capítulo anterior, la hermana que al verme llegar dij o: «Ya llegó el pastor. Todo va a estar bien».

En el año 2008 nos visitó un tremendo huracán en la ciudad de Houston, donde radico actualmente. Le pusieron por nombre Ike, y ha sido, hasta el momento de esta escritura, el tercer huracán más costoso en la historia de Estados Unidos, después de Katrina, en 2005, y Sandy, en 2012. Mi familia y yo nunca habíamos vivido la experiencia de un huracán, y nuestro hogar queda a escasos 120 kilómetros de la costa del Golfo de México, por donde entraría esta bestia de tormenta. Nos informamos muy bien de lo que teníamos que hacer, así que nos abastecimos de agua limpia, comida enlatada y de lo necesario para vivir esta experiencia.

El día que se aproximaba, desde muy temprano comenzó mucha nubosidad, llovizna y vientos. Conforme avanzaba el día, los vientos se hacían cada vez más fuertes. Habíamos preparado la casa para este evento, removiendo cualquier mueble, maceta o bote de basura que pudiera tomar el viento y lanzar como misil, causando destrucción a nuestra casa o a la de algún vecino. Habíamos movido todos los muebles al centro de la casa, distante de los vidrios, y colocamos cinta gris en todas las ventanas para fortalecerlas contra los vientos. Estaba enterado de que el huracán entraría a nuestra ciudad a las tres de la mañana aproximadamente, ya que no me despegaba del televisor para conocer todos los detalles más recientes. Mis hijos se aburrieron de esperar la acción y se fueron a dormir como a las diez de la noche. Poco tiempo después, se fue la energía eléctrica, lo cual significó que ya no tenía acceso a la información más reciente porque se apagó de una el televisor. Eso no me preocupó en gran manera porque me había previsto de una radio portátil a la que le había puesto pilas nuevas y a través de la cual recibía toda la información que necesitaba para mantenernos seguros.

Una de las advertencias que hacían los expertos a cada rato era escuchar el sonido del viento de cerca, y si de pronto podíamos distinguir algún sonido como el que hace un tren, debíamos todos correr a alguna habitación que quedara en el centro de la casa, lejos de los muros exteriores o las ventanas de la casa, en las que habíamos puesto colchones protectores. A manera de prevención, yo había ubicado esta habitación, que más bien era un baño, a donde nos refugiaríamos en dado caso. Era el baño de visitas que queda en el centro de la casa y que llené de colchones. No estaba seguro de cómo podríamos caber todos en ese pequeño recinto pero, ante la emergencia, sí estaba seguro de que lo lograríamos. Mis hijos se fueron a la cama sabiendo que era posible que los despertara en cualquier momento de la noche si es que escuchaba ese sonido como de tren.

Toda la noche quedé despierto. Cuando Ike pasó por nuestra casa, el ruido fue ensordecedor. Nunca me imaginé que pudiera haber sonidos tan violentos producidos por el viento. A la distancia lograba escuchar los estallidos de ventanas rompiéndose y ramas sueltas de árboles estallando contra paredes, pavimento o automóviles. Hora tras hora. Incesante. De vez en cuando me levantaba de la cama cautelosamente para revisar los daños a nuestra casa. Quería saber si algún vidrio se había roto o cualquier otra cosa. Gracias a Dios, los vientos comenzaron a disminuir una vez que el huracán hubo pasado por encima de la casa a las tres de la madrugada. Para las cinco o seis de la mañana, eran muy pocos los vientos y quedaba solo una llovizna. Fue más o menos a esa hora que me ganó el sueño y quedé profundamente dormido por un par de horas.

Cuando desperté, lo primero que quise hacer fue salir a la calle para reconocer los daños. Lo que encontré fue realmente sorprendente. Había enormes árboles caídos encima de las casas y bloqueando las calles. Vidrios rotos de las casas de varios vecinos. Autos golpeados por artículos sueltos que habían sido lanzados por los fuertes vientos que alcanzaron velocidades de 120 a 140 kilómetros por hora. Me bastó una vuelta muy breve para darme cuenta de que aquel huracán había causado daños excesivos. Nunca pudimos imaginarnos cuántos en verdad.

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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