Reflexiones Navideñas – La Oración de José de Arimatea 2

 

Continuemos.

En cualquier momento María dará a luz. No a un niño sino al Mesías. No a una criatura sino a Dios. Eso es lo que dijo el ángel. Eso es lo que cree María. Y Dios, Dios mío, eso es lo que quiero creer. Pero con seguridad puedes comprender; no me resulta fácil. Parece tan… tan… tan… raro.

No estoy acostumbrado a tanta rareza Dios. Soy un simple carpintero. Me dedico a lograr que las cosas encajen. Hago que cuadren los bordes. Respeto la línea de la plomada. Mido dos veces antes de cortar. Las sorpresas no son amigas de los constructores. Me gusta conocer el plano. Me gusta verlo antes de comenzar.

Pero en esta ocasión yo no soy el constructor ¿verdad? Esta vez soy sólo un instrumento. Un martillo en tus manos. Un clavo entre tus dedos. Un cincel en tus manos. El proyecto es tuyo no mío.

Supongo que es necio de mi parte cuestionarte. Perdona mi forcejeo. La confianza no es algo que me venga con facilidad Dios. Pero nunca dijiste que sería fácil ¿verdad?

Por último Padre. ¿Ese ángel que enviaste? ¿Existe alguna posibilidad de que pudieses enviarme otro? ¿Si no puede ser un ángel, tal vez a una persona? No conozco a nadie por aquí y me vendría bien un poco de compañía. ¿El mesonero o un viajante tal vez? Hasta un pastor me vendría bien.

Me pregunto. ¿Alguna vez expresaría José una oración semejante? Quizás lo hizo. O tal vez no.

Pero es probable que lo haya hecho usted.

Ha estado parado en el sitio donde estuvo José. Atrapado entre lo que dice Dios y lo que le parece lógico a usted. Ha hecho lo que Él le dijo que hiciera para luego cuestionarse si realmente fue Él quien le habló. Ha elevado su vista a un cielo oscurecido por la duda. Y ha preguntado lo que preguntó José.

Ha preguntado si usted sigue estando en el camino correcto. Ha preguntado si se suponía que girase a la izquierda cuando lo hizo hacia la derecha. Y ha preguntado si existe algún plan que apoye este proyecto. Las cosas no han resultado de la manera que pensaba.

Cada uno de nosotros conoce la sensación que produce buscar luz en la noche. No del lado de afuera de un establo, sino tal vez afuera de una sala de emergencias. En la grava al costado del camino. En el césped bien cuidado de un cementerio. Hemos formulado nuestras preguntas. Hemos cuestionado el plan de Dios. Y nos hemos preguntado por qué Dios obra de la manera que lo hace.

El cielo de Belén no es el primero en escuchar las plegarias de un peregrino confundido.

Si usted está expresando las mismas preguntas que José se formuló permítame que le inste a hacer lo que él hizo. Obedezca. Eso fue lo que hizo. Obedeció. Cuando lo llamó el ángel. También cuando María le explicó. Obedeció cuando Dios lo mandó.

Fue obediente a Dios.

Fue obediente cuando el cielo brillaba.

Fue obediente cuando el cielo estaba oscuro.

No permitió que su confusión alterara su obediencia. No lo sabía todo. Pero hizo lo que sabía. Cerró su negocio, empacó con su familia y se fue a otro país. ¿Por qué? Porque eso fue lo que Dios le dijo que hiciese.

¿Y usted? Al igual que José, no puede ver el cuadro completo. De la misma manera que José, su tarea es ver que Jesús sea conducido adentro de una parte de su mundo. Y al igual que José puede escoger: obedecer o desobedecer. Por haber obedecido José, Dios lo usó para cambiar al mundo.

¿Puede hacer lo mismo con usted?

Aún hoy en día Dios busca hombres como José. Hombres y mujeres que crean que Dios no ha terminado su obra en este mundo. Gente común que sirve a un Dios poco común.

¿Será usted de ese tipo de persona? ¿Servirás aun cuando no comprendas?

No, el cielo de Belén no fue el primero en escuchar las plegarias de un corazón sincero, ni el último. Y posiblemente Dios no respondió a todas las preguntas de José. Pero contestó la más importante. “Dios, ¿aún estás conmigo?” Y por medio de los primeros llantos del niño Dios llegó la respuesta.

“Sí. Sí, José. Estoy contigo”.

En nuestros cuestionamientos existe una pregunta que nunca hace falta que formulemos. ¿Se interesa Dios? ¿Le importamos a Dios? ¿Ama aún a sus hijos?

Por medio del pequeño rostro del bebé nacido en el establo dice que sí.

Sí, tus pecados te son perdonados.

Sí, tu nombre está escrito en los cielos.

Sí, la muerte ha sido derrotada.

Y sí, Dios ha entrado a tu mundo.

Emanuel. Dios con nosotros.

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

Artículo anteriorDevocional – Max Lucado ÉL PUDO HABER DESISTIDO
Artículo siguienteReflexiones – Max Lucado LA ORACIÓN DE JOSÉ DE ARIMATEA 1

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingresa para comentar!
Por favor ingresa tu nombre