minhkoi.net-472-12Predicaciones Cristianas – Cristianos de Palabra 3

 

Dios Quiere Que Seas Integro en tu Hablar (3º parte)

Hecha la Ley, Hecha la Trampa

Por cierto, el Antiguo Testamento era muy claro acerca de la seriedad de los juramentos. Además, en los Diez Mandamientos leemos: «No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios, porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso». (Éxodo 20: 7; Deuteronomio 5: 11, Biblia de Jerusalén).

Tomar el nombre de Dios en falso (o “en vano”) es una seria afrenta al dueño de ese nombre, que es Dios mismo. El temor, a veces supersticioso, a transgredir inadvertidamente este tercer mandamiento llevó, después de concluido el Antiguo Testamento, a que el nombre de Dios no fuera pronunciado jamás, ni siquiera cuando hubiera sido lícito y correcto hacerlo. En lugar de esto, se lo reemplazaba con un título como “el Altísimo”, un eufemismo como “el Nombre” o una alusión indirecta como “los Cielos” (lugar donde mora Dios). Hasta hoy, donde la Biblia dice Yahveh, los judíos leen “Adonai” (Señor). Por la misma razón – el temor – el nombre de Dios desapareció de los juramentos. Hubo diferentes posiciones dentro del judaísmo en cuanto a la mejor solución sobre esta cuestión.

Por ejemplo, los esenios (grupo al cual pertenecieron los famosos Rollos del Mar Muerto) se abstenían de jurar, excepto el juramento exigido para ingresar a la secta. Tenían “por mentiroso aquél a quien no se puede dar crédito sin que llame a Dios por testigo” (Flavio Josefa, Las guerras de los judíos, II, 7).

El filósofo Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús y principal exponente literario de los judíos influenciados por la cultura griega que vivían fuera de Palestina, dedica varias páginas a los juramentos. Dice que es preferible cumplir con la propia palabra, sin jurar. Y si se jura, hay que cumplir con lo prometido, pues “invocar a Dios para que atestigüe una afirmación que no es verdad es la cosa más impía”, dice. De todos modos, Filón aconseja no jurar “por el más alto nombre”, sino por la salud del padre o de la madre (o por su memoria si ya han fallecido), por la tierra, el sol, el cielo o las estrellas.

Por su parte, los fariseos también pretendieron resolver el problema a través de una serie de reglas que determinaban cuáles juramentos eran vinculantes y cuáles no lo eran. El Talmud es una obra monumental de compilación del pensamiento religioso judío, que recoge mayormente las tradiciones de los fariseos. El Talmud dedica un tratado completo a estos detalles sobre los juramentos (Shebuoth) y otro a los votos (Nedarim). Allí puede verse cuán fino hilaban. Por ejemplo, jurar “por Jerusalén” no era válido, pero sí lo era jurar con el rostro vuelto “hacia Jerusalén” (¡como dice literalmente el griego de Mateo 5:35!). Jesús denunció esta práctica en los términos más severos: Mateo 23:16-22.

 

El Verdadero Problema y su Solución

Los juramentos habían pasado de ser una garantía de veracidad a ser subterfugios para que quienes eran indignos de confianza parecieran ser veraces. A esto se le añade el intento de excluir a Dios de los juramentos. En el texto de Mateo 5:33-37 Jesús muestra cuán insensato y ridícula es esa pretensión.

Nuestro Señor alude a Isaías 66:1 y Salmo 48:1-2 para mostrar que jurar por el cielo (que es el trono de Dios) o la tierra (que es su escabel) o Jerusalén (que es su ciudad) no soluciona para nada el problema. Ni siquiera sirve jurar por la propia cabeza, porque nuestro ser, como todo lo que hay en el universo, pertenece a Dios.

La cuestión acerca de la fórmula usada al hacer votos no tiene pertinencia alguna (…) No importa con cuánto empeño se intente, dijo Jesús, no se puede evitar hacer referencia a Dios, porque todo el mundo es de Dios y no se puede eliminarlo de ninguna parte de él.  (Stott, p.113).

Ahora podemos ver más claramente qué denuncia y qué exige Jesús, y es simplemente que seamos veraces en todas nuestras afirmaciones, incluso las más triviales. No debe interponerse juramento cuando basta decir “sí” o “no”.

Literalmente el texto dice “sea vuestra palabra: «Sí, sí», «No, no».” Se han propuesto diversas explicaciones a esta duplicación, pero la más adecuada es la que considera la expresión como originada en el arameo que Jesús hablaba. Ni el arameo ni el hebreo tienen expresiones distributivas como otras lenguas, de modo que para expresar la idea de “en cada ocasión” o “cada vez” lo que hace es simplemente repetir la palabra (J. Jeremías, p. 257).

Esta interpretación es corroborada por la advertencia de Santiago 5:12. La Nueva Versión Internacional transmite fielmente el sentido al traducir: “Cuando ustedes digan «sí», que sea realmente sí; y cuando digan «no», que sea no.” Añadir voluntariamente un juramento implica nuestra falta de veracidad, y por esta razón “procede del Malo”.

[Jesús] reemplaza el juramento con un simple “sí” o “no” sin la invocación del nombre de Dios, pero esto no libera de responsabilidad (…) toda la conversación del cristiano tiene lugar en la presencia del Dios que todo lo sabe. Cada una de sus palabras debe ser nada más que la verdad, de modo que ninguna requiera ser confirmada por un juramento. Un juramento arroja una sombra de duda sobre todas sus demás palabras; por tanto, es “del Maligno”. (Link, p. 741).

No hay razón para suponer que Jesús simplemente quisiera reemplazar una fórmula religiosa por otra fórmula secular que excluya el nombre de Dios. Lo importante es la exigencia de absoluta veracidad, lo cual por supuesto está de acuerdo con el espíritu del Antiguo Testamento, y debe ser obedecida “en espíritu y en verdad”. Por eso, no es cierto que los discípulos de Jesús no deban jurar jamás y por ninguna razón, como piensan los cuáqueros.

Una cosa es dejar de proferir juramentos sólo porque elegimos jurar (lo que prohíbe Jesús) y otra muy diferente rehusarse a declarar bajo juramento cuando nos es exigido por las autoridades. ¡Jesús mismo no hizo tal cosa! (Mateo 26: 63-65). Tal negativa podría ayudar a ocultar la verdad, en lugar de sacarla a la luz. Si, por causa de negarnos a jurar, perjudicaríamos la verdad, entonces la conducta recta ante los ojos de Dios es prestar juramento y declarar verazmente, como se mandaba en el Antiguo Testamento.

De hecho, en la sociedad moderna estamos obligados a prestar juramento en muchos casos, incluso fuera de las cortes de justicia. En la administración pública, las declaraciones del horario que se cumple tienen carácter de declaraciones juradas – lo que implica un juramento. También, cuando uno busca trabajo o se presenta a un concurso de cargos, el curriculum vitae se exige “con carácter de declaración jurada”. Ni qué hablar de nuestras declaraciones de ingresos ante entes recaudadores de impuestos.

Cuando uno se recibe de médico, debe prestar un solemne juramento cuya formulación original se remonta al médico griego Hipócrates, aunque en sus versiones modernas ha sido limpiado de sus referencias a dioses paganos. Uno puede elegir por qué cosa va a jurar, pero debe jurar. Es un serio compromiso de usar rectamente su ciencia y su arte que cada nuevo profesional debe asumir.

(CONTINÚA…)

Por Dr. Fernando Saraví

Tomado de deloslibres.org.ar

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