Predicaciones – Cuando Dios Toma las Riendas 1

 

Que Él Siempre Lleve las Riendas.

Era donde menos yo hubiera querido celebrar una cru­zada evangelística. Por supuesto que amo entrañable­mente a Chile y tengo una profunda admiración por su gente y su país. Pero a pesar de ser tan grande la obra cristiana en esa nación, había allí tantas divisiones que me asustaba solo de pensar ir a celebrar una cruzada en ese bello país. Sin embargo, Dios nos confirmó que teníamos que ir. La visita incluiría ministerio durante dos semanas: un congreso de pastores, concentraciones en varias ciudades del interior y la cruzada principal en Santiago, su bella capital.

El congreso de pastores, con unos 2000 líderes presen­tes, se celebraría en el Centro de Convenciones Diego Portales. Diego Portales es uno de los centros de convenciones más bellos de la América Latina. Había sido sede del gobierno nacional mientras se reconstruía La Moneda, casa de gobier­no bombardeada durante la revolución. Detrás de sus gigan­tescos cortinajes en la plataforma hay un cuarto que usába­mos para orar y descansar antes de predicar. Allí teníamos café, refrescos, galletas, y pasábamos un tiempo de reposo antes de ir al púlpito.

Cometí el error de ir excesivamente cansado. Muchas veces lo he cometido. Cuando me indicaron que era el momento de mi participación, fui casi arrastrando los pies hasta el comien­zo del túnel que formaban las enormes cortinas desde la esquina hasta el centro de la plataforma. Mi cansancio era muy evidente. El maestro de ceremonias mencionaba mi nombre y la congregación me daba un gran aplauso de bienvenida. Mientras caminaba entre las cortinas rumbo al púlpito, algo salió de mi ser interior. Fue como un grito de angustia de lo más recóndito de mi ser: «Señor, porque no te buscas a otro. ¡Estoy tan cansado! Mejor búscate a otro».

¡Casi instantáneamente sentí una terrible vergüenza! ¡Qué real era mi carne! Ya estaba a mitad de camino, cuando escuché aquella voz, ¡la misma voz de siempre!: «Alberto, déjame tener el control. Permíteme tener el control total de tu vida». Muy cansado, pero firme en mi espíritu, le respondí: «Señor, lo que quieras. Señor, eres el dueño de mi vida».

Aquella fue una mañana gloriosa. Volqué mi corazón, predi­qué la Palabra, el Espíritu de Dios actuó, y aun sé que el corazón de Dios se derramó sobre esos líderes. Al terminar, centenares de pastores pasaron al frente para renovar sus votos al Señor, y pude orar personalmente por docenas de ellos. ¡Una unción, poderosa y cargada de amor, del Único Santo, posaba sobre todos nosotros! Cuando terminamos la cruzada nos dimos cuenta lo que significaba que El tuviera todo el control.

Hubo noches cuando la gente corría a la plataforma antes de la predicación para entregar cuchillos, pistolas, bolsitas de drogas, amuletos, símbolos de brujería. En una de ellas sentí que tenía que llamar a seis criminales que estaban huyendo de la justicia y que debían arrepentirse y entregarse a Cristo.

Dócilmente, como he aprendido a hacerlo a través de los años, le dije a la multitud: «Aquí hay seis criminales que huyen de la justicia. Hoy deben arrepentirse y entregarse incondicionalmente a Jesucristo». Cinco pasaron al frente. Algo me dijo: «¡Ya basta! Sigue adelante, que es tiempo de predicar, pero aquella voz volvió para decirme: «La sexta persona es una mujer que mató a su marido. Llámala para que se entregue a Cristo». Casi me asusté, pero dócilmente repetí: «Aquí hay una mujer que ha matado a su marido y esta noche necesita arreglar cuentas con Dios». La mujer apareció, se arrepintió, se entregó al Señor, y vino un gran temor reverente en el pueblo frente a la santidad de Dios.

Una noche, los ujieres se sorprendieron al ver que una limusina se acercaba. Bajó una pareja de novios. Ella era hermosa, de traje largo y blanco. Él, elegante, vestido de traje de gala. Un ujier les preguntó: «¿Qué hacen aquí?»

La respuesta fue inolvidable: Nos acabamos de casar y supimos de esta cruzada. Antes de salir para nuestra luna de miel quisimos venir a poner nuestro nuevo hogar en las manos de Dios.

La última noche de la cruzada, aunque nosotros declara­mos una asistencia de 54.000, unos periodistas presentes reportaron que asistieron más de 80.000. Era muy emocio­nante ver a los líderes de la iglesia chilena con los ojos llenos de lágrimas al ver a la multitud que respondía al llamado de aceptar a Cristo. Y también era hermoso verlos juntos, abra­zados y amándose. Había líderes de todos los contextos cristianos alabando juntos al Señor. La unidad también había sido un fruto de que Dios llevara las riendas en esa cruzada.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “El Poder de su Presencia”

Por Alberto Mottesi

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

4 Comentarios

  1. excelente , ese tipo de experiencias frescas y sinceras, son las que dan testiimonio y nos animan a seguir adelante desarrollando nuestra fe firme en Dios.

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