Predicaciones Cristianas – Gestos Genuinos de Fe 1

 

Pasaje clave: Marcos 5.24–34.

 

No sabemos su nombre pero conocemos la situación de esta mujer. Su mundo era negro como la medianoche. Tan oscuro que sólo podía andar a tientas y albergar la esperanza de recibir alguna ayuda (Marcos 5.24–26).

Ella era una caña cascada: «Hemorragias desde hacía doce años», «sufrido mucho», «gastado todo lo que tenía» y «de mal en peor».

Un desorden menstrual crónico. Un constante flujo de sangre. Tal condición sería difícil para cualquier mujer de cualquier era. Pero para una judía, nada podía ser peor. No existía área de su vida que no fuese afectada.

Sexualmente. No podía tocar a su marido.

Maternalmente. No podía tener hijos.

Como ama de casa. Cualquier cosa que tocase era considerada impura. No podía lavar la vajilla. No podía barrer los pisos.

Espiritualmente. No se le permitía entrar al templo.

Físicamente estaba agotada y socialmente desterrada.

Había buscado ayuda «a manos de varios médicos» (v.26). El Talmud sugiere no menos de once curas para tal condición. Sin duda las había probado todas. Algunas eran tratamientos legítimos. Otras, tales como llevar en un lienzo las cenizas de un huevo de avestruz, eran supersticiones huecas.

Había «gastado todo lo que tenía» (v.26). El volcar tensión financiera sobre la tensión física es como agregar insulto a una herida. Un amigo mío que está luchando contra el cáncer me dijo que la persecución de los acreedores que exigen pagos para su tratamiento es tan devastador como el dolor.

«Iba de mal en peor» (v.26). Ella era una caña cascada. Se despertaba a diario en un cuerpo que nadie deseaba. Se le están acabando las plegarias. Y el día que nos encontramos con ella está a punto de elevar la última.

Pero cuando llega a donde está Jesús, Él está rodeado de gente. Se dirige a ayudar a la hija de Jairo, el hombre más importante de la comunidad. ¿Cuáles son las probabilidades de que interrumpa una misión urgente con un alto oficial para ayudar a alguien como ella? Muy pocas. Pero ¿cuáles son las probabilidades de que ella sobreviva si no se arriesga? Todavía menores. De modo que decide arriesgarse.

«Si logro siquiera tocar su ropa», piensa ella, «quedaré sana» (v.28).

Temeraria decisión. Para tocarlo, deberá tocar a la gente. Si uno de ellos la reconoce. Hola reprensión, adiós cura. Pero ¿qué opción le queda? No tiene dinero, ni influencias, ni amigos, ni soluciones. Lo único que tiene es un presentimiento loco de que Jesús puede ayudarla y una esperanza sublime de que lo hará.

Tal vez es lo único que usted tenga: un presentimiento loco y una esperanza sublime. No tiene nada para dar. Pero está sufriendo. Y lo único que puede ofrecerle es su dolor.

Tal vez eso ha impedido que se acerque a Dios. Puede ser que haya dado uno o dos pasos en su dirección. Pero luego vio a los otros que lo rodeaban. Parecían tan limpios, tan pulcros, con su fe en tan buen estado. Cuando los vio, bloquearon la visión que tenía de Él. De manera que retrocedió.

Si eso lo describe, preste atención, ese día sólo una persona fue elogiada por la fe que tenía. Esa persona no fue un opulento dador. No fue un leal seguidor. No fue un maestro de renombre. Fue una pobre y tímida marginada de la sociedad que se aferró a su presentimiento de que Él podía y a su esperanza de que lo haría.

Lo cual, dicho sea de paso, no está mal como definición de la fe: Una convicción de que Él puede y una esperanza de que lo hará. Se parece a la definición de la fe que da la Biblia en Hebreos 11.6.

No es tan complicado ¿verdad? La fe es la creencia de que Dios existe y de que es bueno.

La fe no es una experiencia mística ni una visión a medianoche ni una voz en el bosque. Es optar por creer que aquel que lo hizo todo no lo ha abandonado y que aún envía luz a las sombras y que responde a los gestos de fe.

Por supuesto que nada estaba garantizado. Ella tenía la esperanza de que Él respondiese. Lo anhelaba. Pero no sabía si lo haría. Lo único que sabía era que Él estaba presente y que era bueno. Eso es fe.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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