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Continuemos.

Dirijo una pequeña organización misionera llamada Asociación Evangélica para la Promoción de la Educa­ción que ha desarrollado varios proyectos en países tercermundistas. Uno de ellos es un orfanato diseñado para cuidar a niños que han sido abandonados por sus padres y son las víctimas de la desnutrición. Esos niños están tan debilitados y arruinados que, a menos que reciban tratamiento intensivo, morirán en pocos meses. Planeamos el orfanato para cincuenta niños, con la creencia de que era suficiente para acomodar a todos los que vivían en los tugurios de la ciudad que nuestra organización había fijado como objetivo.

El día que abri­mos el orfanato, llevamos un autobús a la región de tugurios donde vivían esos niños desesperados. Sin em­bargo, en vez de cincuenta, encontramos esperándonos a cuatro veces más ese número. Todos ellos estaban en la misma condición debilitada y enfermiza. Todos pare­cían estar tan desnutridos que la muerte los acechaba en un futuro inmediato. Podíamos cuidar a cincuenta, lo que significaba que negaríamos a la mayoría el cuidado amoroso que necesitaban para sobrevivir. En las siguien­tes horas tuvimos que pasar por el increíble proceso de seleccionar cuáles de esos niños vivirían y cuáles mori­rían. Tuvimos que decidir cuáles niños irían a vivir en nuestro orfanato y cuáles continuarían viviendo en los tugurios hasta que los alcanzara la muerte.

No hay manera de que usted pueda imaginar el dolor y la conmoción que acompañó el proceso de elegir y decidir. Pero hicimos lo que debíamos y, cuando termi­namos la agonizante tarea, pusimos a los seleccionados en el autobús y los enviamos al orfanato. El sacerdote de la parroquia católica en el tugurio nos expresó su grati­tud por lo que hacíamos y compartió nuestra aflicción por haber rechazado a tantos otros necesitados. Enton­ces pidió a los que habían quedado atrás que cantaran para nosotros para mostrar su aprecio por haber ayudado a los demás. Sentí un profundo dolor en mi alma cuando oí a esos niños con sus estómagos alargados por la desnutrición, con piernas tan enflaquecidas que causa­ban admiración verlas sostener el peso de sus cuerpos. Con dificultad escuché mientras cantaban para nosotros en su idioma nativo, el conocido coro:

Oh, Dios es bueno, Oh, Dios es bueno,

Oh, Dios es bueno, Dios es bueno para mí.

Y El me ama,

Y El me ama, Sí, El me ama,

Dios es bueno para mí.

Algo dentro de mí parecía gritar y protestar. Apretando los dientes, pensé: ¡No es cierto! Dios no es bueno para ellos. El no los ama, o de otra manera no los dejaría en esa condición. El haría algo si los amara. Los libra­ría del hambre. Sanaría sus enfermedades. Entonces caí en la cuenta. Dios sí los amaba. Sí tenía un plan para librarlos del hambre y de la enfermedad. Ese plan era llevarles amor y asistencia por medio de personas como usted y como yo. Su plan era extenderse a esos niños por medio de los que están dispuestos a sacrificar su vida para ayudarlos en el nombre de Cristo. Ellos sufrían, no porque a Dios no le importara, sino porque personas como nosotros piensan que podemos ser religiosos sin responder a las necesidades de niños como esos que sufren. Si todos los que expresan su religiosidad con manifestaciones egocéntricas cambiaran y expresaran su entrega a Cristo dando su riqueza, y hasta su vida, en servicio de los que sufren, esos niños no tendrían que ser alejados y entregados al dolor y a la muerte.

Con frecuencia no com­prendemos cómo se sirve a Dios. Tenemos la tendencia de hacer del amor a Dios una simple experiencia interna, privada y meditativa. La meditación es importante. Yo sería el último en discutir la realidad de que Dios nos invita a tener un encuentro con El mediante el sentido profundo y la meditación. Pero nuestra fe cristiana tiene que ir más allá de la meditación.

Creo que es crucial que reconozcamos que el Cristo que encontramos dentro de nosotros es, primeramente, el Cristo que nos confronta en la forma de la necesidad de nuestro prójimo. Es esencial que reconozcamos que el Dios que podemos conocer en la contemplación mística se encarna en el último y menor de los dolientes que nos confrontan cada día. Estoy absolutamente convencido de que antes que podamos meditar en El y contemplar su maravilla, tene­mos que encontrarlo primero en esas personas necesita­das que nos confrontan. El espera en ellas para ser descubierto. En ellas El espera que se le encuentre. En ellas espera ser amado. Es por medio de ellas que apren­demos de Él.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Es Viernes Pero el Domingo Viene”

Por Tony Campolo

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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