Sexualidad Sana – El Cuerpo 1

 

 

1. Introducción.

El cuerpo (en realidad toda la per­sona) juega un papel muy importante en la sexualidad. Nos comunicamos a través de las palabras, pero también a través del cuerpo. Nuestra comunicación puede ser verbal, es decir a través de las palabras, pero existe un aspecto «analógico» de la comunicación, el cuerpo habla, piensa y expresa.

Alguien ha dicho con certeza que el cuerpo no miente. Es fácil mentir con las palabras, pero no tanto con nuestras actitudes corporales. Un «te quiero» y una mi­rada hacia otro lado, o un «te escu­cho» mientras se lee el diario, o «que alegría verte» con rostro rígido e in­móvil da cuenta de lo que estamos diciendo.

 

2. ¿Qué Hago Con Mi Cuerpo?

Desde que nacemos nuestro cuerpo nos acompaña, y lo hace a lo largo de toda nuestra vida. Por eso mismo necesitamos quitar de nues­tra mente todos los conceptos tóxicos que hemos incor­porado, revertirlos, aprender a disfrutar y hacer con el cuerpo. Tratare­mos en este capítulo de darle al espíritu, al alma y al cuerpo el lugar que merecen.

 Veamos qué dichos y conceptos falsos la religión nos  ha enseñado con respecto al cuerpo:

  • A Dios no le interesa el cuerpo.
  • El cuerpo es malo, es sucio.
  • Lo importante es lo de adentro, lo de afuera no sirve.
  • Si en una iglesia se habla mucho del cuerpo, se dirá que es humanista.
  • Si en una iglesia las mujeres se visten de acuerdo a la moda, se las califica como indecentes y sin decoro.

Por años la religión señaló al cuerpo como el asien­to de los pecados, de la carnalidad. Comúnmente se decía: «Vamos a evangelizar las almas», no a una vida, como si la persona fuera un alma caminando sin cuer­po. Se ha predicado sobre la oración, sobre los sacrifi­cios, pero rara vez sobre el cuidado del cuerpo.

Dice Roxana: “Tengo 25 años y desde el kinder he estudiado con per­sonas tóxicas. En sus familias las mujeres no se podían pintar la cara ni el pelo, tampoco recortarlo, tenían que llevarlo largo. Mientras más largo, más motivo de orgu­llo y pureza. Nadie se podía maquillar, si lo hacías eras considerada una cualquiera. No se usaba pantalón, era indebido. Las muchachas que usaban pastillas anticon­ceptivas eran muy mal vistas (no conocen sus múltiples usos). Tus amistades debían ser de tu mismo sexo. El uniforme escolar tenía que ir por debajo de la rodilla. Muchas de las chicas no salían porque no se les permitía sentarse en «sillas de pecadores». Si había cualquier acti­vidad fuera de la escuela, la madre tenía que estar presen­te para velar por el bien de su hija”.

 

Cuenta Paula: “Lo que he identificado en este último tiempo es que durante muchos años no cuidé mi cuerpo porque se entendía que hacerlo (ir al gimnasio, por ejemplo) no era ser «espiritual». Sin darme cuenta, durante años me até a esa idea y el sobrepeso en mi cuerpo fue en aumento”.

De hecho, en los primeros siglos surgieron varias sectas que decían que Jesús no tenía cuerpo, que era un espíritu, como un fantasma. Otra secta de aquellos tiem­pos sostenía que, cuando Jesús murió en la cruz, el espíritu de Cristo se fue antes de la muerte física, por­que no podía ser crucificado con el cuerpo.

Los gnósticos decían que el cuerpo era la prisión del espíritu, por lo que algunos de ellos lo castigaban diciendo lo importante es lo interior, el cuerpo que se pudra, lo importante es cuidar nuestro espíritu. Es por eso que, durante años, mujeres y hombres escondimos nuestro cuerpo en las iglesias, pensando que era una parte mala, que atentaba contra las creen­cias y contra la gente que asistía a la iglesia. Un instru­mento del diablo utilizado para tentar a los hombres.

 

Veamos el testimonio de Viviana: “Fui laica consagrada, esta institución religiosa que se proclama como la liberadora de los cautivos me ha afecta­do tremendamente. Viví bajo una disciplina de miedo a ser pecadora, de desprecio a mí misma por mi condición de mujer, causante del pecado del hombre. Sufrí por mal­tratos físicos, psicológicos y espirituales que requirieron atención de profesionales. Salir de ese entorno me ha dado libertad y paz de espíritu, pero aún debo luchar con ciertos fantasmas”.

A las mujeres se les decía: «No muestres», «No mires», «No te maquilles», «No te arregles», «No te depiles», porque si lo hacés los pobres hombres «serán tentados».

 

Nos cuenta Haydeé: “Mi pelo es ondulado, y por lo tanto, tenía que poner­me cremas para volverlo lacio, pero al mismo tiempo cor­tarlo para que se fortaleciera. Hice eso dos veces, y la junta de la iglesia me llamó a una reunión y me puso en disciplina. O sea, tres meses fuera de toda actividad…”.

Pensamientos tóxicos y más tóxicos han enfermado emocional y psíquicamente al pueblo cristiano que concurría a la iglesia. Pensamientos que llenaban a la persona de culpa y de mentiras.

 (CONTINÚA…)

Extracto del libro “Intoxicados Por La Fe”

Por Bernardo Stamateas

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