La Doctrina de la Biblia – La Suficiencia de las Escrituras 5
Continuemos.
4. La suficiencia de la Biblia nos muestra que no debemos colocar ninguna revelación moderna de Dios en nivel igual de autoridad al de la Biblia.
En varias ocasiones en toda la historia de la iglesia, y particularmente en el movimiento carismático moderno, ha habido quienes han aducido que Dios ha dado revelaciones por medio de ellos para beneficio de la iglesia. Sin embargo, como quiera que evaluemos tales afirmaciones, debemos tener cuidado de nunca permitir (ni en teoría ni en la práctica) que se coloquen tales revelaciones a igual nivel que la Biblia.
Debemos insistir en que Dios no nos exige que creamos nada en cuanto a sí mismo o su obra en el mundo que esté contenido en esas revelaciones pero no en la Biblia; y debemos insistir que Dios no nos exige que creamos u obedezcamos ninguna directiva moral que nos venga mediante tales medios pero que la Biblia no confirma. La Biblia contiene todo lo que necesitamos que Dios nos diga para confiar en él y obedecerle perfectamente.
También se debe notar en este punto que siempre que han surgido desafíos a la suficiencia de la Biblia en forma de otros documentos que se pretende colocar junto a la Biblia (sea de literatura cristiana extra bíblica del primer siglo o de las enseñanzas acumuladas de la Iglesia Católica Romana, o de libros de sectas como el Libro de Mormón), el resultado siempre ha sido:
A. Restarle énfasis a las enseñanzas de la Biblia misma.
B. Y empezar a enseñar algunas cosas que son contrarias a la Biblia. Este es un peligro respecto al cual la iglesia siempre debe estar consciente.
5. Con respecto a vivar la vida cristiana, la suficiencia de la Biblia nos recuerda que nada es pecado si no está prohibido por la Biblia bien sea explícitamente o por implicación.
Andar en la ley de Dios es ser «perfecto» (Sal 111:1). Por consiguiente no debemos añadir prohibiciones a las que ya se indican en la Biblia. De tiempo en tiempo puede haber situaciones en las que podría estar mal, por ejemplo, que el creyente tome café o Coca-Cola, o que vaya al cine, o que coma carne ofrecida a los ídolos (1ºCo.8-10), pero a menos que se pueda mostrar alguna enseñanza específica o algún principio general de la Biblia que prohíba estas cosas (o cualquier otra actividad) para todos los creyentes, de todos los tiempos, debemos insistir que estas actividades no son pecado en sí mismas y que Dios no prohíbe esas cosas en toda situación para su pueblo.
Este es también un principio importante porque siempre hay en los creyentes una tendencia a empezar a descuidar la búsqueda diaria regular en la Biblia de dirección y empezar a vivir según un conjunto de reglas escritas o tácitas (o tradiciones denominacionales) respecto a lo que uno hace o no hace en la vida cristiana.
Es más, siempre que añadimos algo a la lista de pecados que prohíbe la Biblia misma, se le hace daño a la iglesia y a la vida de los creyentes como individuos. El Espíritu Santo no dará poder para la obediencia a reglas que no tienen aprobación de Dios en la Biblia, ni tampoco los creyentes en general hallarán deleite en la obediencia a mandamientos que no están de acuerdo con las leyes de Dios escritas en sus corazones.
En algunos casos los creyentes pueden repetida y fervientemente suplicarle a Dios «victoria» sobre supuestos pecados que en realidad no son pecados de ninguna manera, y sin embargo no se les dará ninguna «victoria», porque la actitud o acción en cuestión no es un pecado y no desagrada a Dios. Gran desaliento en la oración y frustración en la vida cristiana puede ser generalmente el resultado.
En otros casos lo que resulta es la desobediencia continuada o incluso creciente a estos nuevos «pecados», junto con un falso sentido de culpa y alejamiento de Dios. A menudo surge una creciente insistencia rígida y legalista a estas nuevas reglas de parte de los que en efecto las siguen, y la comunión genuina entre los creyentes en la iglesia disminuye.
Extracto del libro “Teología Sistemática”
Por Wayne Grudem
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