Lutero mismo puso a las Escrituras como garantía de la verdad y estuvo dispuesto a dar su vida por esta convicción. Frente a la Dieta de Worms y en presencia del emperador Carlos V, con gran firmeza afirmó sus convicciones y declaró:

“Como, pues, Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías pedís   una respuesta simple, la daré de un modo que no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al Papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y se han contradicho a sí mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia. . . . ¡Que Dios me ayude!”

De esta manera, la Reforma puede ser interpretada como el replanteo fundamental y revolucionario de la cuestión de la autoridad religiosa. Aquellos creyentes que pronto fueron llamados “protestantes,” y que incluían a líderes como Lutero y a sus seguidores inmediatos, pero también a muchos otros que compartían sus ideas, elevaron la Biblia, como la Palabra de Dios, por sobre toda cualquier otra supuesta autoridad. Para estos reformadores, estas autoridades eran meramente humanas y debían estar sujetas al juicio de la Palabra de Dios, es decir, a las Escrituras. De esta manera, para todos ellos, la Biblia se transformó en su única fuente de autoridad en materia de fe y práctica.

Es difícil para nosotros captar la importancia de este replanteo. De ninguna manera el mismo presuponía que la Iglesia Católica había rechazado la autoridad de las Escrituras. Por el contrario, la tradición católica antigua había establecido y conservado el canon de los escritos sagrados, esto es, la lista de los libros que constituían las Escrituras Sagradas. A su vez, la Iglesia, en continuidad con esa tradición, había considerado a las Escrituras, así constituidas, como el legado de Cristo mismo a sus apóstoles y sus sucesores, esto es, a la Iglesia misma como su guardiana e intérprete. De esta manera, la autoridad de las Escrituras era una con la autoridad de la Iglesia. Es más, este concepto de la autoridad religiosa era parte del fundamento del orden mismo de la sociedad europea. Lo que hizo la Reforma, al elevar la autoridad de las Escrituras por sobre la autoridad de la Iglesia fue minar ese fundamento y, en consecuencia, ese orden que se había establecido a lo largo de toda la Edad Media. De allí la convulsión que se produjo.

Las implicaciones de este cambio de concepción en cuanto a la autoridad religiosa fueron enormes. Una vez que la autoridad de las Escrituras fue puesta por sobre la autoridad de la Iglesia, la siguiente pregunta obvia era: ¿Quién decide entonces el significado de las Escrituras? ¿Quién la interpreta? De hecho, una variedad de grupos y movimientos protestantes de diversos colores emergieron casi inmediatamente, como resultado de las numerosas respuestas que resultaron de estas preguntas. Cada teólogo o el grupo de sus discípulos pretendían interpretar las Escrituras de manera definitiva. A su vez, estas nuevas facciones diferían no sólo en cuanto a cómo concebían ahora a la Iglesia Católica Romana (i.e., como una tradición cristiana más, que para la mayoría de ellos era falsa y apóstata), sino también se distanciaban unos de otros en cuestiones pequeñas y grandes.

La ostensible unidad de la Cristiandad y de la Iglesia (la Unan Sanctam) estaba ahora atomizada y destruida. Incluso la propia Iglesia Católica Romana, si bien mantenía con firmeza su concepción histórica de sí misma en relación con las Escrituras, participaba de esta re-comprensión de la autoridad religiosa. De hecho, en la reafirmación de las doctrinas tradicionales de la Iglesia en el Concilio de Trento (1545-1563) y en cierto resurgimiento espiritual en los años que siguieron al mismo, la Iglesia Católica Romana volvió a afirmar el lugar de las Escrituras como fundamento de su fe, sin renunciar a la autoridad de la tradición. De esta manera, la Iglesia reconoció implícitamente el nuevo papel que el asentimiento individual tendría que jugar en la aceptación de estos principios, dentro de la nueva situación de cierta pluralidad de creencias.

LATINOAMÉRICA

Para nosotros como cristianos evangélicos en América Latina, el gran legado de la Reforma está en su revisión fundamental del concepto de autoridad religiosa que ésta produjo. De modo más particular, y tomando en cuenta la preocupación de Lutero al comienzo del movimiento, su afirmación de la gran doctrina de la salvación obrada sólo por Cristo, que nos es dada sólo por gracia, que se recibe sólo por la fe, conforme a lo que aprendemos sólo por las Escrituras se ha transformado en el fundamento de nuestra comprensión evangélica de la fe cristiana. Esta doctrina ha llegado hasta nosotros, no precisamente a través del legado de Lutero y sus seguidores inmediatos los luteranos, que se concentraron mayormente en el norte y centro de Alemania y Escandinavia, sino a través de la tradición reformada, que comenzó de manera separada en Suiza y se esparció por todo el mundo. Por cierto, estas tradiciones protestantes se han enriquecido notablemente con el correr de los siglos y han adquirido una gran diversidad y modalidades de expresión. Muy particularmente en el siglo XX, esta comprensión evangélica se ha enriquecido notablemente con la experiencia pentecostal y carismática en nuestro continente. El resultado es que la fe cristiana evangélica latinoamericana sostiene como columnas fundamentales de la misma los cuatro principios cardinales de la Reforma: solo Christo, sola Gratia, sola Fide, y sola Scriptura.

OTROS EFECTOS

Los cristianos evangélicos latinoamericanos aceptamos y recordamos esta doctrina de la salvación como el gran legado de la Reforma. Pero es importante notar que también reconocemos la tragedia de la Reforma, es decir, su violencia y divisionismo. La pluralidad de grupos religiosos que generó la Reforma lamentablemente llevó a las devastadoras guerras de religión, que se prolongaron hasta mediados del siglo XVII. Si bien la Reforma levantó inevitablemente la cuestión en cuanto a quién decide el significado de las Escrituras, no pudo elaborar una respuesta que permitiera a los adversarios teológicos vivir juntos en paz y evitar considerarse enemigos irreconciliables. Esto es, en los días de la Reforma no había todavía una idea de tolerancia religiosa y mucho menos de libertad religiosa. Pasaría mucho tiempo antes que estas ideas adquirieran expresiones concretas. La ignorancia, el prejuicio, el fanatismo y la ambición de poder han llevado a la creación de un mosaico veneciano de facciones en pugna entre sí por considerarse dueños absolutos de la verdad o por querer imponer sobre otros sus propias conclusiones. El denominacionalismo, nacido como ideología en las colonias norteamericanas entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, ha sido la expresión máxima de este absurdo carnal, mundano y diabólico.

LA UNIDAD

En años más recientes, una serie de intentos fracasados de ensayos ecuménicos ha puesto en evidencia al menos el deseo de marchar hacia la unidad de los cristianos a nivel global. Más recientemente y como resultado de movimientos de renovación espiritual, millones de cristianos evangélicos, especialmente en América Latina, están orando y trabajando por la unidad del cuerpo de Cristo en respuesta a la oración de Jesús registrada en Juan 17. Este proceso es incipiente, pero está en desarrollo y en grado creciente. Los principios de la Reforma del siglo XVI continúan siendo columnas sólidas sobre las que construir un testimonio cristiano común y una respuesta concreta a la oración de Jesús por la unidad de su cuerpo.

Por Pablo Deiros

(Extraído de e625.com)

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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