Maestros de Niños – El Niño y el Lenguaje del Dolor 1

 

Jorgito, un niño de 7 años de edad que había sufrido un abuso sexual por parte de dos adolescentes vecinos, no pudo hablar en absoluto de lo que le había pasado. En un encuentro pastoral privado que tuve con él, le mostré una serie de tarjetas con dibujos de caras de niños expresando diferentes emocio­nes. Le pregunté:

—¿Hay algunas caras aquí que muestran lo que tú sentiste esa tarde?

Jorgito agarró las tarjetas casi con des­esperación. No deliberó mucho en seleccionar cuatro. Desechó la carita que decía «eno­jo » para tomar la que decía «furia». Las ca­ritas que seleccionó mostraban miedo, furia, culpa y tristeza. Sin que yo lo guiara más, él mismo quiso ordenarlas de acuerdo con la intensidad con que las había sentido.

—Esta primero —dijo, señalando la tarjeta de la furia—. Luego éste —y señaló el mie­do—. Después éstas dos las sentí iguales —dijo con cara de satisfacción, mostrándome las de culpa y tristeza.

Con el uso de las caritas. Jorgito había comenzado a aprender un lenguaje para dar expresión a su dolor.

Cuando uno se acerca a un niño con el deseo de acompañarlo en medio de una crisis familiar o pérdida personal, lo primero que uno siente es impotencia. ¿Cómo hacer para establecer una relación de confianza con este pequeño niño tan traicionado por las circuns­tancias de la vida?

¿Cómo entender la situación desde su punto de vista?

¿Cómo hacer para aliviar su dolor y no agregar más a su confusión?

¿De qué manera puede uno ponerse del lado del niño como abogado defensor, sin debilitar aún más las tensas relaciones familia­res?

Todos estos interrogantes son válidos y representan algunas de las razones por las cuáles no nos atrevemos a proveer una contención pastoral adecuada a la niñez.

A pesar de la impotencia que uno siente, hay algunos métodos sencillos que podemos aprender a manejar. Estos métodos prácticos ayudan al niño en la expresión de lo que está sintiendo. Todos necesitamos aprender un lenguaje emocional, un «lenguaje del dolor» para poder articular adecuadamente nuestro sufrimiento. Si no lo podemos expresar de tal mane­ra que otro lo entienda y le otorgue la validez que corresponde vivimos carcomidos por un dolor nunca resuelto que, a su vez, afecta muchas otras áreas de la vida.

Una mujer compar­tió conmigo el enorme alivio que sintió cuando encontró en una lectura una descripción para lo que había sido su gran dolor y sufrimiento.

—¡Así fue mi vida! —casi gritó con el entusiasmo cuando me compartió su descubri­miento—. ¡Nunca pensé que podría encontrar palabras para explicar lo que viví! Esta lectu­ra me ayudó a entender por qué siento lo que siento.

Hay una fuerza liberadora en el poder expresar con palabras adecuadas el dolor causado por las injusticias y los secretos dañinos en la vida. El niño puede experimentar esta libera­ción también, si es ayudado a encontrar las palabras que verbalizan su sufriendo.

 

Las Emociones.

El lenguaje del dolor tiene mucho que ver con poder identificar e interpretar las emocio­nes. Todos tenemos malas costumbres, cuando se trata de hablar de las emociones. Por ejemplo, para contestar la pregunta «¿Cómo te sientes?», contestamos o con la palabra «bien» o con la palabra «mal». Ninguna de las dos palabras define una emoción. En el trabajo pastoral con los niños que sufren, una ayuda fundamental es enseñarle un vocabulario emo­cional.

La mayoría de los niños responden con alivio y mucho entusiasmo cuando entienden la nueva dimensión que les ofrece este aprendizaje. El niño necesita entender que todos tenemos una vida exterior que otros ven (por las conductas) y una vida interior que es conocida por nosotros y por Dios. Mucho de lo que pasa en la vida interior tiene que ver con pensamientos y emociones.

Generalmente, los pensamientos son la causa de las emociones. Es importante aclarar al niño que las emociones no son malas en sí. No hay «buenas» emo­ciones y «malas» emociones. Sería mejor llamarlas «emociones cómodas» e «incómodas», o «positivas» y «negativas», pero no clasificar a algunas como «malas».

Dios nos creó con emociones para que las expresáramos. Él las siente también, pero sin desequilibrios. Nos dio la capacidad de sentir porque quería que fuéramos como él, con la capacidad de disfru­tar de la vida. Aunque las emociones no son malas, a veces lo que hacemos con la emoción puede traer problemas y causarle daño a otro.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Más Que Maestros”

Por Betty S. de Constance

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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