Clásicos Cristianos – La Presencia Universal 3

 

Continuemos.

¿Por qué algunas personas hallan a Dios en una manera que otros no pueden? ¿Por qué Dios manifiesta su Presencia a algunos pocos, y deja inmensas multitudes en la media luz de una experiencia cristiana imperfecta? Por supuesto, Dios desea lo mismo para todos. El no tiene favoritos dentro de su familia. Lo que hace por una de sus criaturas, puede hacerlo por cualquier otra. La diferencia no la hace Dios, sino nosotros.

Escojamos al acaso una veintena de grandes santos cuyas vidas son conocidas de todos. Estos pueden ser personajes bíblicos o de la historia de la iglesia. Nos llamará la atención el hecho de que siendo todos ellos santos, no todos son iguales. En algunos casos la diferencia es tan notable que llama poderosamente la atención. Por ejemplo, cuan diferente fue Moisés de Isaías, Elías de David, Pablo de Juan, San Francisco de Asís de Martín Lutero, Tomás de Kempis de Carlos Finney. La diferencia entre ellos es tan grande como la vida humana: diferencia de raza, de nacionalidad, de cultura, de temperamento, de costumbres, de cualidades personales. Sin embargo todos ellos, día tras día, anduvieron en la elevada senda de la vida espiritual, por encima del camino común de los demás. La diferencia entre ellos era puramente incidental, y nada significaba a los ojos de Dios. En alguna cualidad vital, ellos eran idénticos. ¿Cuál era esa?

Me aventuraría a decir que la cualidad vital que los unía era la receptividad espiritual. Había en ellos algo que siempre estaba abierto para el cielo; algo que los impelía hacia Dios. Sin intentar hacer ningún análisis de ellos, diré únicamente que tenían comprensión, espiritual, y que la cultivaron de tal modo que llegó a ser lo más grande de sus vidas. La diferencia entre ellos y el resto de los mortales consistió en su deseo de vivir en comunión con Dios, e hicieron todo lo que estuvo a su alcance para lograrlo. Durante toda su vida tuvieron el hábito de responder a lo espiritual. No desobedecieron la visión celestial. Como lo dice el salmista David: «Mi corazón ha dicho de ti, buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová».

Como en todo lo bueno de la vida humana, detrás de esa actitud receptiva está Dios. La soberanía de Dios está allí, y la sienten aun aquellos que le dan mayor importancia teológica. Importante como es el hecho de que Dios está trabajando con nosotros, quiero advertir que no pongamos demasiada atención en ello. Puede conducir a una estéril pasividad. Dios no nos exige que comprendamos los misterios de la elección, predestinación ni la divina soberanía. La mejor manera de encarar estas verdades es levantar los ojos al cielo y decir: » ¡Oh, Señor, tú lo sabes!». Son cosas que pertenecen a la profunda y misteriosa omnisciencia de Dios. La investigación de estos misterios podrá formar teólogos, pero jamás santos.

La receptividad no es una cosa simple es más bien una cosa compleja, una mezcla de varios elementos dentro del alma humana. Es una afinidad con, una propensión hacia, una respuesta simpática a, y un deseo de tener tal cosa. Por eso se puede tener más o menos de ella, dependiendo de la calidad del individuo. Puede aumentar con el uso y debilitarse con el desuso. No es una fuerza irresistible que se nos impone desde arriba. Más bien es un don de Dios, pero uno que debe ser reconocido y cultivado, como cualquier otro don, si va a realizar el propósito para el cual ha sido dado.

El desconocimiento de este hecho es causa de graves fallas en el evangelismo moderno. La idea de cultivarlo y ejercitarlo, tan cara a los santos de antaño, ha desaparecido de los cristianos de hoy. Es demasiado lento, demasiado común. Ahora reclamamos brillo y acción dramática. La generación de cristianos que ha crecido entre botones eléctricos y computadoras se impacienta cuando se le pide que emplee métodos más lentos. La verdad es que hemos estado tratando de emplear métodos mecánicos en nuestras relaciones con Dios. Leemos apresuradamente la porción bíblica marcada en el cuaderno, y luego salimos corriendo a la reunión evangélica para escuchar a un aventurero religioso venido de lejanas tierras, pensando que eso aliviará nuestros problemas espirituales.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “La Búsqueda de Dios”

Por A. W. Tozer

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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