Clásicos Cristianos – En Qué se Muestra Cómo Empezar Cada Día con Dios 1
Pasaje clave: Salmo 5:3.
Si hiciera a alguno de vosotros la pregunta «¿Qué te trae aquí esta mañana tan temprano?», es posible que pensarais que la pregunta es un poco brusca, poco delicada; y sin embargo ésta es la pregunta que quiero hacer, y seriamente: ¿Qué es lo que buscas?
Es sorprendente ver cuántos se han congregado aquí; sin duda, los campos están blancos para la siega, y estoy dispuesto a creer que no fue meramente por el placer de pasear en una mañana agradable que habéis venido aquí, o por curiosidad, porque la conferencia matutina nunca se había dado en este lugar; y que no es por la compañía, por el placer de encontrar amigos, sino que estáis aquí con un propósito piadoso, de dar gloria a Dios, y de recibir gracia de Él, y en los dos casos de mantener la comunión con Él. Y si me preguntáis a mí, que soy un ministro, por qué he venido yo, espero poder contestar con sinceridad que es para ayudaros a vosotros en vuestro propósito (en cuanto Dios me lo permita).
El mensaje matutino os da la oportunidad para doblar vuestras devociones por la mañana además de adorar a Dios en privado y en la familia, lo cual no debe ser suprimido o eliminado por venir a escuchar este mensaje; aquí os halláis reunidos en solemne asamblea en el nombre de Dios, tanto para orar juntos como para oír un sermón. Tenéis también la oportunidad de conversar con la Palabra de Dios; allí tenéis la voluntad de Dios, precepto sobre precepto y línea sobre línea. Ojala que cuando se os presenta la oportunidad de hablar con Dios, mañana tras mañana, como dice el profeta, «vuestros oídos puedan oír como los sabios» (Isaías 50:4).
Que el mensaje de esta mañana os deje mejor dispuestos para la adoración matutina después; que estos frecuentes actos de devoción puedan confirmaros en el hábito, y que en adelante vuestro culto diario pueda seros más fácil, o, como podríamos decir, os parezca más natural. Para ayudaros a ello quisiera recomendaros el santo ejemplo de David en nuestro texto, el cual después de haber resuelto, en general (versículo 2), que abundaría en el deber de la oración y permanecería en él, «A ti oraré», establece el momento adecuado para ello, y este momento es la mañana: «De mañana me presentaré delante de ti», «De mañana oirás mi voz». Pero no sólo por la mañana. David ejecuta este deber de la oración tres veces al día, como Daniel, «mañana y tarde y a mediodía oraré y clamaré» (Salmo 55:17). Y aun esto no basta, sino «siete veces al día le alabaré» (Salmo 119:164). Pero de modo particular por la mañana.
Es prudente y es nuestro deber el empezar cada día con Dios. Observemos en el texto:
La buena obra que tenemos que hacer en sí. Dios tiene que oír nuestra voz, hemos de dirigirle nuestra oración a Él, hemos de esperar en Él. El tiempo designado y observado para hacer esta buena obra. Este momento es hoy por la mañana, y de nuevo la próxima mañana, esto es, cada mañana, cada vez que empieza el día.
En cuanto a lo primero, o sea, la obra, o la buena obra que se nos enseña por medio del ejemplo de David, se resume en una palabra: orar. Un deber que ya nos dicta la luz y la ley de la naturaleza, que nos habla de modo claro y alto: ¿No deben los hombres buscar a su Dios? Pero el Evangelio de Cristo aun nos da instrucciones más claras y nos anima a hacerlo mejor que la naturaleza; y es en su nombre que hemos de orar, y con su ayuda, y nos invita a presentarnos con confianza ante el trono de la gracia, y entrar en el lugar santísimo por la sangre de Jesús. Esta obra la hemos de hacer no solamente por la mañana, sino en todo momento; leemos de «predicar la palabra fuera de tiempo», pero no leemos de «orar fuera de tiempo», porque nunca es fuera de tiempo para orar; el trono de la gracia está siempre abierto y suplicantes humildes son recibidos siempre con una bienvenida, y no pueden presentarse a deshora.
Pero veamos en qué forma expresa aquí David su piadosa resolución de cumplir este deber. Oirás mi voz. La voz de David puede ser oída de dos maneras. O bien:
Considera que será aceptado por Dios en su gracia. Oirás mi voz cuando por la mañana dirigiré a ti mi oración; éste es el lenguaje de la fe, fundado en la promesa de Dios de que su oído oirá siempre el clamor de su pueblo. David había orado (versículo 1): «Escucha, ¡oh!, Jehová, mis palabras», y en el versículo 2: «Está atento a la voz de mi clamor»; y aquí hay una respuesta de aquella petición, la convicción de que «Oirás». No tengo la menor duda de que la oirás; y aunque de momento no tengo una garantía concedida de la cosa que pido, con todo, estoy seguro de que mi oración será oída, aceptada y presentada, como ocurrió con la oración de Cornelio; es guardada, catalogada, pero no olvidada. Si hemos mirado dentro y podemos decir por experiencia que Dios ha preparado nuestro corazón, podemos mirar hacia arriba y hacia delante y decir con confianza que Él nos oirá.
(CONTINÚA…)
Extracto del libro “Cómo Incrementar Nuestra Comunión con Dios”
Por Matthew Henry (Año 1712)
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