Clásicos Cristianos – Salmo 8 (2)

 

Continuemos.

Se nos dice (Mateo 18:3): «A menos que os convirtáis y os volváis como niños», etc. Como si hubiera dicho: vosotros os esforzáis por lugares preeminentes y por la grandeza mundana en mi reino; yo os digo que mi reino es un reino de niños, y en él no hay sino los que son humildes y los que se ven poca cosa a sus propios ojos, y están contentos con ser pequeños y despreciados a los ojos de los demás, y no buscan los grandes lugares y cosas del mundo.

La obra que se hace en amor pasa a ser la mitad de difícil y tediosa. Es como con una piedra grande, que si intentamos moverla en el aire o sobre el suelo no lo conseguimos. Pero si inundamos el campo donde se halla y la piedra queda enterrada en el agua, ahora, una vez sumergida, hallamos que aplicando nuestra fuerza la podemos mover de su lugar con nuestro brazo. Del mismo modo, bajo las influencias celestiales de la gracia, la marea del amor se levanta, envuelve nuestros deberes y dificultades, y un niño puede hacer la labor de un hombre, y un hombre la de un gigante.

¿No nos asombramos todos tanto de la obra perfecta de las manos de Dios realizada en la hormiga, este pequeño insecto que se arrastra, como de la que ha hecho en el mayor de los elefantes? ¿De qué haya tantas partes y miembros ensamblados en un espacio tan pequeño? ¿De que una criatura tan pobre pueda proveer en el verano el alimento que necesitará en invierno?

Para hacer callar al enemigo y al rebelde. Esta misma confusión y rebeldía de Satanás, que fue la causa de la caída del hombre, fue dirigida contra Dios primero; por tanto, la primera promesa y predicación del evangelio a Adán que se le hizo al sentenciarle fue que la simiente de la mujer quebrantaría la cabeza de la serpiente, siendo el objetivo de Dios tanto el confundir a Satanás como salvar al hombre.

 

Vs 3. Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, y la luna y las estrellas que Tú formaste.

La mente carnal no ve a Dios en nada, ni aun en las cosas espirituales, su Palabra o sus ordenanzas. La mente espiritual lo ve en todo, incluso en las cosas naturales, mirando los ciclos y la tierra y todas las criaturas.

Si pudiéramos trasladarnos más allá de la luna, si pudiéramos alcanzar las estrellas más elevadas con nuestra cabeza, podríamos descubrir al punto nuevos cielos, nuevas estrellas, nuevos soles, nuevos sistemas, y quizá adornados de modo más magnífico. Pero incluso entonces los vastos dominios de nuestro gran Creador no habrían terminado; para nuestro asombro, veríamos que sólo habíamos llegado a los inicios de las obras de Dios.

¡Qué admirables son los cuerpos celestes! ¡Estoy asombrado por su esplendor, y me deleito en su hermosura! Pero, a pesar de esto, por hermosos y ricamente adornados que sean, este cielo carece de inteligencia. No se da cuenta de su propia hermosura, en tanto que yo, que soy mera arcilla, moldeada por la mano divina, estoy dotado de sentido y razón.

 

Vs.4. Digo: ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre, para que cuides de él?

Quizá no hay seres racionales por todo el universo entre los cuales el orgullo pudiera aparecer más impropio e incompatible que en el hombre, considerando la situación en que está colocado. Está expuesto a numerosas degradaciones y calamidades, a la furia de las borrascas y tempestades, a la devastación de los terremotos y los volcanes, al ímpetu de los torbellinos, a las ingentes olas del océano, a los estragos de la espada, el hambre, la pestilencia y a toda clase de enfermedades; y al final ¡ha de hundirse en la tumba y su cuerpo será pasto de los gusanos!

El más altivo y pagado de sí mismo entre los hijos de los hombres está sometido a las mismas vicisitudes que los más humildes de la familia humana. Sin embargo aún en estas circunstancias, el hombre, este endeble gusano de polvo, cuyo conocimiento es tan limitado y cuyas necedades son tan numerosas y evidentes, tiene el desparpajo de pavonearse en la altanería del orgullo y gloriarse en su desvergüenza.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “El Tesoro de David”

Por C. H. Spurgeon

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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