Devocionales Cristianos – No se Pierda la Fiesta 1

 

Pasaje clave: Lucas 15.25–32.

 

El Caso del Hermano Mayor.

Un caso difícil porque era tan bien visto. Tenía su habitación en orden y se mantenía fuera de conflictos. Respetaba las reglas del juego y cumplía con sus obligaciones. ¿Su curriculum? Impecable. ¿Su crédito? Inmejorable. ¿Y su lealtad? Mientras su hermano sembraba en el viento, él permanecía en casa sembrando la tierra.

Por fuera era todo lo que un padre pudiera desear tener en un hijo. Pero por dentro estaba amargado y hueco. Vencido por los celos. Consumido por la ira. Cegado por la amargura.

¿Recuerda la historia? Tal vez sea la más conocida de todas las parábolas que contara Jesús.

Es la historia del hijo perdido. El muchacho que destrozó el corazón de su padre al tomar su herencia y partir. Él cambió su dignidad por una botella de aguardiente y su autoestima por un chiquero de cerdos. Luego sobreviene la pena del hijo y su decisión de regresar a la casa. Tiene la esperanza de que su padre le dé trabajo en el campo, en su finca, así como una habitación sobre el garaje. Lo que encuentra es un padre que ha mantenido en la mesa el sitio de su hijo ausente y que cada noche ha encendido la luz de la entrada del hogar.

El padre está muy entusiasmado por ver a su hijo… A que no puede imaginarse lo que hace. ¡Correcto, así es! ¡Hace una fiesta! A nosotros los pródigos amantes de fiestas nos encanta lo que hizo, pero esto enfureció al hermano mayor.

«Entonces se enojó» (v. 28). No es difícil de entender el porqué. «De modo que ¿es esta la forma en que uno recibe el reconocimiento en esta familia? ¿Te emborrachas, quedas en bancarrota y hacen una fiesta en tu honor?» De manera que se quedó fuera de la casa expresando en silencio su resentimiento.

El hermano mayor se sintió víctima de la desigualdad. Cuando su padre salió a encontrarse con él, el hijo comenzó desde el principio a enumerar la lista de las atrocidades de su vida. Sólo de escucharlo parecería que sus penurias se habían iniciado el día en que nació (Lc.15:29–30).

Al parecer ambos hermanos pasaron algún tiempo en el chiquero. Uno en un chiquero de rebeldía, el otro en el chiquero de la autocompasión. El menor ha vuelto a casa. El mayor no lo ha hecho. Aún está metido en el lodo. Está diciendo lo mismo que dijo usted cuando el niño que vive a unas casas de la suya recibió una bicicleta y usted no. ¡No es justo!

La amargura produce su propia prisión. Este sentimiento oscuro y frío impide una huida fácil. Las paredes están resbaladizas por el resentimiento. Un piso de ira cenagosa inmoviliza los pies. El hedor de la traición permea el aire y hace arder los ojos. Una nube de autocompasión impide ver la pequeña salida en la parte superior.

Avance un paso hacia adentro y observe a los prisioneros. Las víctimas están encadenadas a las paredes. Son víctimas de la traición, del abuso. Víctimas del gobierno, del sistema, de las milicias, del mundo. Levantan sus cadenas al elevar sus voces en gemidos. Gimen con fuerza, largamente.

Se quejan. Están enojados con otros que han recibido lo que ellos no recibieron.

Están de mal humor. El mundo está en su contra.

Acusan. Las fotos de sus enemigos están atravesadas con dardos que las fijan a la pared.

Se jactan. «Me guié por las reglas. Jugué limpio… En realidad, lo hice mejor que nadie».

Lloriquean. «Nadie me escucha. Nadie me recuerda. A nadie le importo».

Airados. Malhumorados. Acusadores. Arrogantes. Llorones. Júntelos todos en una palabra y deletréela: a-m-a-r-g-a-d-o-s. Si los junta en una persona, esa persona está en la fosa: En el calabozo de la amargura.

El calabozo profundo y tenebroso lo invita a entrar.

Usted sabe que puede hacerlo. Ha sufrido bastante dolor. Lo han traicionado suficientes veces. Tiene un historial de rechazos, ¿verdad? ¿Acaso no lo han ignorado, superado o excluido? Es usted un candidato al calabozo.

Puede escoger, al igual que muchos otros, encadenarse a su dolor.

O puede elegir, como algunos, deshacerse de sus heridas antes de que se conviertan en odios. Puede optar por asistir a la fiesta. Allí tiene un lugar asignado. Su nombre está al lado de un plato. Si es un hijo de Dios nadie puede quitarle esa condición de hijo.

Esto fue precisamente lo que el padre le dijo al hijo mayor. «Hijo mío tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo» (vs.31). Y eso es precisamente lo que le dice el Padre a usted.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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