Devocionales Cristianos – La Promesa de Dios en la Corona de Espinas

 

Cuando Dios entró en el tiempo y llegó a ser un ser humano, el que era infinito llegó a ser finito. Quedó preso en la carne. Restringido por músculos y párpados con tendencia al cansancio. Por más de tres décadas, su una vez alcance ilimitado se vio restringido al largo del brazo y su velocidad al paso del pie de un hombre.

Me pregunto: «¿Estuvo alguna vez tentado a recuperar su infinitud? ¿Habrá considerado, en medio de un largo viaje, trasladarse milagrosamente a la siguiente ciudad? ¿Se habrá sentido tentado alguna vez, cuando la lluvia fría entumecía sus huesos, cambiar las condiciones climáticas?

Si alguna vez tuvo estos pensamientos, nunca cedió a ellos. Ni una sola vez. Jamás usó Cristo sus poderes sobrenaturales para beneficio personal. Con una sola palabra habría podido transformar la dura tierra en suave lecho, pero no lo hizo. Con un movimiento de su mano pudo haber devuelto en el aire los escupitajos de sus acusadores y hacer blanco en sus rostros, pero no lo hizo. Con un levantar de sus cejas pudo haber paralizado el brazo del soldado que le incrustaba la corona de espinas. Pero no lo hizo.

Notable. ¿Pero será esto lo más extraordinario de su venida? Muchos quizás digan que no. Otros tantos, quizás en mayor número, es posible que apunten más allá de su condición de infinito, a su condición de impecabilidad. Es fácil comprender por qué.

¿No es este el mensaje de la corona de espinas?

Un soldado no identificado tomó ramas: suficientemente maduras como para tener espinas, suficientemente flexibles como para doblarse e hizo con ellas una corona de escarnio, una corona de espinas.

A través de la Escritura las espinas simbolizan, no el pecado, sino la consecuencia del pecado. ¿Recuerdas el Edén? Después que Adán y Eva hubieron pecado, Dios maldijo la tierra (Génesis 3.17-18). Zarzas en la tierra son el producto del pecado en el corazón.

Esta verdad halla eco en las palabras de Dios a Moisés. Ordenó a los israelitas limpiar la tierra de los pueblos impíos. Habría problemas si desobedecían (Números 33.55).

La rebelión produce espinas (Proverbios 22.5). Incluso Jesús comparó la vida de la gente perversa a espinos (Mateo 7.16).

El fruto del pecado es espinas. Púas, lancetas afiladas que cortan.

Pongo especial énfasis en las espinas para decirte algo en lo cual quizás nunca habías pensado: Si el fruto del pecado es espinas, ¿no es la corona de espinas en las sienes de Cristo un cuadro del fruto de nuestro pecado que atravesó su corazón?

¿Cuál es el fruto del pecado? Adéntrate en el espinoso terreno de la humanidad y sentirás unas cuantas punzadas. Vergüenza. Miedo. Deshonra. Desaliento. Ansiedad. ¿No han quedado nuestros corazones atrapados en estas zarzas?

No ocurrió así con el corazón de Jesús. Él nunca ha sido dañado por las espinas del pecado. Él nunca conoció lo que tú y yo enfrentamos diariamente.

¿Ansiedad? ¡Él nunca se turbó!

¿Culpa? Él nunca se sintió culpable.

¿Miedo? Él nunca se alejó de la presencia de Dios.

Jesús nunca conoció los frutos del pecado… hasta que se hizo pecado por nosotros.

Y cuando tal cosa ocurrió, todas las emociones del pecado se volcaron sobre él, como sombras en una foresta. Se sintió ansioso, culpable, solo. ¿No lo ves en la emoción de su clamor?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27.46). Estas no son las palabras de un santo. Es el llanto de un pecador.

Y esta oración es una de las partes más destacadas de su venida. Pero aun puedo pensar en algo todavía más grande. ¿Quieres saber qué es? ¿Quieres saber qué es lo más maravilloso de su venida?

No es que Aquel que jugaba canicas con las estrellas haya renunciado a eso para jugar con canicas comunes.

No que no haya dado la orden a los ángeles, que le rogaban: «Solo danos la orden, Señor. Una sola palabra y estos demonios se transformarán en huevos revueltos».

No que se haya negado a defenderse cuando cargó con cada pecado de cada disoluto desde Adán.

Ni que haya guardado silencio mientras un millón de veredictos de culpabilidad resonaban en el tribunal del cielo y el dador de la luz quedaba en medio de la fría noche de los pecadores.

Ni siquiera que después de aquellos tres días en el hueco oscuro haya salido al sol de la Pascua con una sonrisa y un contoneo y una pregunta para el humillado Lucifer: «¿Fue ese tu mejor golpe?»

Eso fue fantástico, increíblemente fantástico.

¿Pero quieres saber qué fue lo más maravilloso de Aquel que cambió la corona de los cielos por una corona de espinas?

Que lo hizo por ti. Sí, por ti.

Extracto del libro “Él Escogió los Clavos”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

4 Comentarios

  1. Gracias siervo de Dios por compartir,los conocimientos y sabiduria,que el Señor te ha dado,Dios te bendiga siempre,a usted y familia.

  2. Gracias por compartir estas meditaciones que edifican a la Iglesia de Cristo. Dios Padre los bendiga siempre y a sus seres queridos tambien.

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