Devocional Navideño – Él Pudo Haber Desistido.
Pasaje clave: 1º Corintios 13:7.
Él pudo haber desistido. Nadie se habría enterado nunca. Jesús pudo haber desistido.
Una simple mirada al vientre materno pudo haberlo desalentado. Dios es tan irrefrenable como el aire y tan ilimitado como el cielo. ¿Por qué iba a reducir su mundo por nueve meses al vientre de una muchacha?
¿Y nueve meses? Esta es otra razón para desistir. En el cielo no hay meses. En el cielo no existe el tiempo. O, quizás mejor dicho, el cielo tiene todo el tiempo. A nosotros se nos acaba. Nuestro tiempo pasa tan rápido que lo medimos en segundos. ¿No te parece que Cristo preferiría quedarse al otro lado de la montaña del tiempo?
Pudo haberlo hecho. Pudo haber desistido. O, por lo menos, haberse quedado a medio camino. ¿Tenía que hacerse carne? ¿Y qué de convertirse en luz? Esta es una idea. El cielo pudo haberse abierto y Cristo podría caer en la tierra en forma de una luz blanca. Y después, en la luz podría haberse oído una voz, un estruendo, un trueno, una voz estremecedora. Balanceándose en una ráfaga de viento y los ángeles haciendo un coro, ¡y todo el mundo se habría dado cuenta!
Pero cuando Él llegó, casi nadie se dio cuenta. No hubo ningún desfile en Belén. El pueblo no le ofreció un banquete. Pensaríamos que un día festivo hubiera sido buena idea. Por lo menos unas cuantas serpentinas en el establo.
El establo. ¿No sería esta otra razón para que Cristo se echara para atrás? Los establos huelen mal y están sucios. Los establos no tienen pisos de linóleo ni tanques de oxígeno. ¿Cómo van a hacer para cortar el cordón umbilical? ¿Y quién va a hacerlo? ¿José? Un simple carpintero que un pueblo pequeñito. ¿No hay un padre mejor para Dios? Alguien con estudios, de alcurnia. Alguien con influencias. Este tipo ni siquiera pudo conseguir un cuarto en el hotel. ¿Crees que tiene lo que se necesita para ser el padre del Hacedor del universo?
Jesús pudo haber desistido. Imagínate el gran cambio que tuvo que hacer, la distancia que tuvo que recorrer. ¿Cómo sería eso de hacerse carne?
El amor recorre distancias… y Cristo viajó desde la eternidad ilimitada a ser confinado por el tiempo para convertirse en uno de nosotros. No tenía por qué. Pudo haber desistido. En cualquier paso del camino pudo haberse echado atrás.
Cuando vio el tamaño del vientre pudo haberse detenido.
Cuando vio lo pequeña que sería su manita, lo suave que sería su voz, el hambre que sentiría en su barriguita, podría haberse detenido. Al primer atisbo del establo maloliente, a la primera ráfaga de aire frío. La primera vez que se raspó la rodilla o se limpió la nariz o comió rosquillas quemadas, pudo haberse dado la vuelta y marcharse.
Cuando vio el piso sucio de su casa de Nazaret. Cuando José le asignó la primera tarea. Cuando sus compañeros de clase se quedaban dormidos mientras se leía el Torá, su Torá. Cuando el vecino tomó su nombre en vano. Cuando el granjero perezoso maldijo a Dios por su mala cosecha. En cualquier paso Jesús pudo haber dicho: “¡Basta ya! ¡Se acabó! Me marcho a casa”. Pero no lo hizo.
No lo hizo porque Él es amor. Y el «amor todo lo soporta» (1º Co.13.7). Soportó la distancia. Y lo que es más, soportó la resistencia.
¿Por qué no se dio por vencido? Porque el amor por sus hijos era más grande que el dolor del viaje. Él vino a sacarte. Tu mundo había colapsado. Por eso vino. Estabas muerto, muerto en el pecado. Por eso vino Jesús. Él te ama. Por eso vino.
Por eso soportó la distancia entre nosotros. «El amor todo lo soporta».
Por eso soportó nuestra resistencia. «El amor todo lo soporta».
Por eso dio el paso final de la encarnación: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2º Co.5.21).
¿Por qué Jesús hizo esto? Sólo hay una respuesta. Y esa respuesta tiene una palabra. Amor. Y el amor de Cristo «todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1º Co.13.7).
Piensa en eso por un momento. Bebe de esto por un momento. Bebe sin prisa. No des unos cuantos sorbitos. Es hora de tragar. Ya es hora de dejar que su amor cubra toda tu vida. Todos los secretos. Todas las heridas. Todas las horas de dolor, todos los minutos de preocupación.
Extracto del libro “Un Amor que Puedes Compartir”
Por Max Lucado