Devocional Diario – Su Mano, Su Espíritu

 

Pasaje clave: 1º Crónicas 4:9-10.

Así es la mano de nuestro Padre celestial. Usted le dice: «¡Padre, por favor, haz esto en mí porque no puedo hacerlo solo! ¡Es demasiado grande para mis fuerzas!». Y luego da un paso en fe para hacer y decir cosas que solo podrían venir de la mano del Señor. Después, en su espíritu hay un clamor: «¡Solo Dios hizo eso, nadie más! ¡Dios me llevó, me dio las palabras, me dio el poder, y es maravilloso!»

¡Nunca podría recomendar un modo de vida más alto y sublime en esta sorprendente dimensión sobrenatural!

El poder de Dios bajo nosotros, sobre nosotros, en nosotros y que surge a través de nosotros es exactamente lo que convierte la dependencia en inolvidables conocimientos y hábitos de plenitud. (2º Corintios 3:5-6a).

Tan trágico como pueda parecer, la mano del Señor rara vez la experimentan muchos cristianos maduros que no la echan de menos y, por tanto, no la piden. Escasamente saben que existe. Creen que es algo reservado para los profetas y los apóstoles, pero no para ellos. Conforme usted esperaría, cuando esos creyentes alcanzan el plano del fracaso seguro, tienden a llegar a la conclusión errada siguiente: «He ido demasiado lejos. Llegué al lugar equivocado. Y puesto que ya empleé y agoté todos los recursos que iba a tener, ¡necesito retirarme rápido!»

Por el contrario, Jabes estaba tan seguro que la mano de Dios sobre él era indispensable para bendecirlo, que no podía imaginarse una vida de honor sin ella. Miremos un poco más detalladamente el significado de su oración.

La «mano del Señor» es un término bíblico que expresa el poder y la presencia de Dios en las vidas de quienes conforman su pueblo (Josué 4:24; Isaías 59:1). En el Libro de los Hechos, los sucesos extraordinarios de la Iglesia Primitiva se atribuyeron a una cosa: «Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número que creyó se convirtió al Señor» (Hechos 11:21, LBLA).

Una descripción más específica en el Nuevo Testamento para la mano del Señor es la «llenura del Espíritu Santo». El crecimiento y desarrollo de la iglesia da un testimonio poderoso, tanto sobre la necesidad como sobre la disponibilidad de la mano de Dios para realizar las obras y la voluntad divinas.

Consideremos la progresión natural desde más bendiciones para más territorio y para la necesidad de poder sobrenatural.

Cuando Jesús dio a sus discípulos la Gran Comisión (Mateo 28:19-20) no solo les dejó una gran bendición, sino también una tarea imposible. ¿Ir a todo el mundo para predicar? ¡Ciertamente cuando se ejecuta esa orden hay un desastre y muchas dificultades!

¡Después de todo, comisionó a cobardes tan poco dignos de confianza como Pedro, quien ya había demostrado que una criada junto al fuego en el patio del sumo sacerdote, le hizo decir que ni siquiera conocía a Cristo!

Pero cuando envió el Espíritu Santo (Hechos 1:8), Jesús tocó a esos creyentes comunes con grandeza, y les impartió su poder milagroso para diseminar el Evangelio. En efecto, se puede apreciar en el relato de Lucas que la expresión «llenos del Espíritu» a menudo se asocia con resultados y consecuencias: Hablaban con denuedo, confianza, conocimiento y valor (Hechos 4:13; 5:29; 7:51; 9:17).

Solo Dios al obrar a través de ellos pudo producir los milagros y las conversiones en masa que se vieron.

Cuando pidamos la presencia poderosa de Dios, como lo hicieron Jabes y la Iglesia Primitiva, veremos también milagros y efectos tremendos que solo se pueden explicar porque vienen de la mano del Señor.

De la Iglesia Primitiva me produce un gran impacto ver que esos cristianos continuamente buscaban ser llenos de Dios (Hechos 4:23-31). Se les conoció como una comunidad cuyos miembros pasaban horas y aun días en oración conjunta, que esperaban en Dios y clamaban por su poder (Hechos 2:42-47). Anhelaban recibir más y más de la mano del Señor, una plenitud espiritual y fresca con la llenura del poder de Dios que transformaría un fracaso cierto e inminente en un milagro haciendo posible la asignación extraordinaria que habían recibido.

Pablo exhortó a los cristianos de Éfeso considerar como prioridad el ser «llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios» (Efcsios 3:19). A fin de alcanzar esta meta, él oraba para que el Altísimo los bendijera y los fortaleciera «… con poder por su Espíritu en el hombre interior» (Efesios 3: 16).

¿Cuándo fue la última vez que su iglesia se reunió y suplicó la llenura del Espíritu Santo? ¿Desde cuándo usted no clama a Dios con toda regularidad y fervientemente: «¡Oh Señor, pon tu mano sobre mí! ¡Lléname con tu Espíritu!»

La diseminación tan rápida de las Buenas Nuevas en el mundo romano no pudo haber sucedido en ninguna otra forma.

Extracto del libro “La Oración de Jabes”

Por Bruce Wilkinson

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