Devocional Navideño – Un Nacimiento Sin Igual

 

Con una tarea tan grande delante de sí, ¿cómo llevó a cabo Cristo su misión?

La historia comienza con una joven virgen en un pueblo llamado Nazaret. En el Nuevo Testamento está escrito el prin­cipio de este evento:

Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, donde vivía una virgen llamada María, que era la prometida de José. Gabriel se le apareció y le dijo:

¡Alégrate, muy favorecida! El Señor está contigo.

Confundida y turbada, María se esforzaba por entender el significado de las palabras del ángel.

No temas, María le dijo el ángel por­que Dios te ha escogido para bendecirte ma­ravillosamente. Pronto quedarás encinta y tendrás un hijo, al que llamarás Jesús. El será grande y lo llamarán Hijo del Altísimo…

¿Pero cómo voy a tener un hijo si no soy casada ni jamás he tenido marido?

El Espíritu Santo vendrá sobre ti le respondió el ángel y el poder de Dios te cubrirá con su sombra. Por lo tanto tu hijo será el Santísimo Hijo de Dios… Entonces María dijo: Soy sierva del Señor y estoy dispuesta a hacer lo que ordene. Conviértanse en realidad tus palabras.

Y el ángel desapareció”. (Lucas 1:26-38, LBD). 

El nacimiento virginal de Cristo simplemente significa que, contrario al curso natural, Jesús fue divinamente concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María. En esa concepción, la deidad y la humanidad se fusionaron y Jesús surgió como el Dios Hombre. Toda la estructura de la fe cristiana se fundamenta en este hecho.

Si Jesús hubiese nacido de un hombre y una mujer mortales, no habría sido sin pecado ni el Hijo de Dios, como Él se atribuyó, sino simple­mente un hombre común y corriente sin poder para perdonar el pecado. En lo que a nosotros respecta, nos veríamos privados de su carácter singular, y separados de Dios, perdidos en nues­tros pecados para siempre, excluidos del destino eterno que Dios originalmente nos preparó.

Por su nacimiento virginal, Jesús posee una naturaleza dual. Él es tan Hijo de Dios como Hijo del Hombre. Nuestras mentes finitas no pueden comprender lo que esto significa, pero es verdad.

En esta «hipóstasis» o unión de lo divino y lo humano en Cristo, el eterno Hijo de Dios tomó sobre sí mismo la naturaleza humana -pero sin pecado- y se hizo hombre. Como Hijo de Dios, su misión fue ir a la cruz y pagar la deuda por nuestros pecados, lo cual ningún ser humano po­día realizar. Como Hijo del Hombre, su propósito fue identificarse con todos los aspectos de nuestra humanidad. Y por su naturaleza única, Jesús podía hacerlo sin pecar.

La naturaleza dual de Cristo es vital en el plan de Dios para la redención.

Finis Jennings Dake, en su comentario God’s Plan for Man (El plan de Dios para el hombre), escribió: No sólo fue importante que El tuviera dos naturalezas, la divina y la humana, por causa del hombre, pero también por causa de Dios, para que fuera un verdadero mediador entre Dios y el hombre…. Como Dios, ostentar la dignidad de Deidad, y como hombre, puede ser perfectamente comprensivo y conocer las necesidades del hombre”.

Solamente Jesús puede salvar el abismo entre la santidad de Dios y la pecaminosidad del hom­bre. Solamente a través de El hallamos el camino a Dios y experimentamos su amor, su perdón y la seguridad de la vida eterna.

Nuestro Señor es único, no solamente en su revolucionario nacimiento y naturaleza, sino, además, por la forma en que vivió y pensó. Como Hijo del Hombre, Jesús es el modelo de lo que Dios quiere que sea cada uno de nosotros.

En su absoluta sumisión a Dios el Padre, en su entrega total al Santo Espíritu de Dios, en su obediencia incondicional a la voluntad divina, en su triunfo total sobre la tentación, en su vida sin pecado y ministerio de milagros, en sus poderosas oraciones, Jesús es el supremo ejemplo.

Como centro de esas maravillosas cualidades se encuentra el sin igual e infinito amor de Cristo. A diferencia de los conceptos de Hollywood donde el amor está basado en la lujuria y el egoísmo, el amor de Cristo es desinteresado, incondicional y sacrificial.

Ese amor sacrificial le costó a Jesús la vida.

Con 2000 años de adelantos en educación, tecnología, filosofía y otras muchas ramas de las ciencias, la humanidad jamás ha producido nin­gún otro personaje ilustre que se pueda comparar con Cristo. Su divinidad y humanidad no tienen paralelo entre los hombres.

Extracto del libro «Un Hombre Sin Igual»

Por Bill Bright

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