Devocionales Cristianos – Yo Compartiré Tu Lado Oscuro 2
Continuemos.
En términos teológicos estamos «totalmente depravados». Aunque hechos a la imagen de Dios, hemos caído. Tenemos corrompido el corazón. El centro de nuestro ser es egoísta y perverso. (Salmo 51.5). ¿Podría alguien de nosotros decir menos que eso? Todos hemos nacido con una tendencia a pecar. La depravación es un estado universal. La Escritura lo dice claramente en Isaías 53.6, Jeremías 17.9, Romanos 3.10, 23.
Es posible que alguien no esté de acuerdo con palabras tan fuertes; quizás tal persona podría mirar a su alrededor y decir: «Comparado con fulano, yo soy una persona decente». Un cerdo podría decir lo mismo. Podría mirar a sus pares y declarar: «Estoy tan limpio como cualquiera de estos». Comparado con un ser humano, sin embargo, ese cerdo necesita ayuda. Comparados con Dios, nosotros los humanos necesitamos lo mismo. La medida para la santidad no se encuentra entre los cerdos de la tierra sino en el trono del cielo. Dios mismo es la medida.
Nosotros somos unas bestias. Como el ensayista francés Michel de Montaigne dijo: «No hay hombre tan bueno que, si sometiera todos sus pensamientos y actos a las leyes, no merezca ser colgado diez veces en su vida». Nuestras obras son feas. Nuestros actos son rudos. No hacemos lo que queremos, no nos gusta lo que hacemos y, lo que es peor (sí hay aun algo peor), no podemos cambiar.
Tratamos de hacerlo, ah, sí que tratamos. (Jeremías 13.23). El apóstol coincide con el profeta (Romanos 8.7).
¿Aun disientes? ¿Aun piensas que la afirmación es demasiado violenta? Si es así, acepta este reto. Durante las siguientes veinticuatro horas trata de vivir una vida sin pecado. No te estoy pidiendo una década de santidad, ni un año, ni siquiera un mes. Solo un día. ¿Te atreves a intentarlo? ¿Podrías vivir un día sin pecar?
¿No? ¿Y una hora? ¿Estarías en condiciones de prometer que por los siguientes sesenta minutos tendrás solo pensamientos y acciones puros?
¿Sigues indeciso? ¿Y cinco minutos? Cinco minutos libres de ansiedades, de irritación, de ausencia de orgullo. ¿Qué te parece cinco minutos?
¿No? Ni yo tampoco.
Esto quiere decir que tenemos un problema: Somos pecadores (Romanos 6.23).
Tenemos un problema: No somos santos (Hebreos 12.14).
Tenemos un problema: Somos malos (Proverbios 10.16).
¿Qué podemos hacer?
Deja que los escupitajos de los soldados simbolicen la inmundicia en nuestros corazones. Y luego observa lo que hace Jesús con nuestra inmundicia. La lleva a la cruz.
A través del profeta, él dice: «Yo no escondí mi rostro de las burlas y los escupitajos» (Isaías 50.6). Mezclada con su sangre y su sudor estaba la esencia de nuestro pecado.
Dios pudo haber hecho las cosas de otra manera. Según el plan de Dios, a Jesús se le ofreció vinagre para su garganta; entonces, ¿por qué no una toalla para su rostro? Simón cargó con la cruz de Jesús, pero no limpió las mejillas de Jesús. Los ángeles estaban a tiro de oración. ¿No podían ellos limpiar los escupitajos?
Podían, pero Jesús no les dio la orden para que lo hicieran. Por alguna razón, Aquel que escogió los clavos también escogió la saliva. Además de la lanza y la esponja del hombre, soportó el escupitajo del hombre. ¿Por qué?
Jesús cambia lugar con nosotros. Nosotros, como Adán, estábamos bajo maldición, pero Jesús «cambió lugar con nosotros y se puso a sí mismo bajo esa maldición» (Gálatas 3:13).
El que estaba sin pecado tomó la forma de un pecador para que nosotros, pecadores, pudiéramos tomar la forma de un santo.
Extracto del libro “Él Escogió los Clavos”
Por Max Lucado