Estudios Bíblicos – Dios No Avergüenza a Su Pueblo 3

 

Continuemos.

4. Considere al rey Ezequías.

La Escritura dice que Ezequías fue temeroso de Dios (2º Reyes 18:6). Durante el reinado de Ezequías, Jerusalén fue asediado por los Asirios, el gran poder mundial de aquellos días. Este vasto ejército ya había capturado Samaria, y las ciudades de Judá, y ahora rodeaban a Jerusalén. Su capitán se puso en pie provocándolos, “Nosotros hemos subyugado a los dioses de todas las naciones. ¿Cómo esperáis que vuestro Dios os libere?”.

Una vez más, el Señor en persona estaba siendo provocado. Su fidelidad estaba siendo cuestionada delante de todo el imperio, delante de los enemigos de Israel, incluso delante del pueblo de Dios. ¿Qué si él no actuaba? ¿Qué si, en la mañana, una lluvia de flechas llegaban en cascada sobre los muros de la ciudad? Los paganos se regocijarían y la palabra de Dios no tendría sentido. Mientras la crisis aumentaba, Isaías se quedó sin hacer nada observándolo todo. El había recibido una palabra del Señor, y él confiaba en ella completamente. Ahora él comprometía a Dios con esa palabra, colocando la reputación del Señor al frente. Él oró, en esencia: “Dios, mi honor no importa. Si tú no actúas librando, yo siempre me puedo esconder en el desierto. Es tu honor lo que está en juego”.

Dios nunca dejará que su pueblo que en él confía sea puesto en vergüenza, y esa noche él proveyó un poderoso milagro. La Escritura dice que 185000 soldados Asirios murieron misteriosamente, provocando un enorme pánico, y el poderoso ejército huyó. Una vez más, Dios defendió a su pueblo por su propio nombre.

5. Considere a Pedro y Juan en el Nuevo Testamento.

Mientras los dos discípulos caminaban hacia el templo, llegaron a un mendigo que había sido paralítico de nacimiento. Pedro y Juan posiblemente habían pasado al lado de este hombre muchas veces antes, pero esta vez se detuvieron. La multitud en el mercado oyó decir a Pedro al mendigo, “Míranos… en el nombre de Jesucristo de Nazareth, levántate y anda” (Hch.3:4-6).

Pedro fue llamado en el Señor a actuar, con la misma gloria de Dios en juego. Las multitudes deben haberse dicho unos a otros: “Qué predicador tan tonto. Está diciéndole a un hombre que ha sido lisiado toda su vida que se levante y camine”. Yo creo que aquellas personas estaban listas para reírse de Pedro y Juan y menospreciarlos. Para el asombro de la multitud, el hombre comenzó a saltar y danzar. Le pregunto: ¿qué si Dios no hubiera actuado? Esto nunca fue una preocupación para Pedro, quien con gusto  comprometió a su Dios a cumplir la proclama de sanidad. ¡El Señor nunca pondrá en vergüenza a aquellos que en él confían!!

También nosotros hoy somos llamados a obligar el honor, la gloria y reputación de Dios poniéndolo en primera línea. Piense en estos episodios bíblicos. En cada uno, todo por lo que Cristo vino a la tierra y murió estaba en juego. Así por todo el Antiguo y Nuevo Testamento, el plan de Dios, su propósito y su pueblo sobrevivieron. Y en cada caso, Dios llamó a sus hijos no sólo a confiar en él, sino a creerle que hace milagros. Dígame, ¿pediría el Señor algo menos de nuestra generación? Considere en adelante el testimonio que hemos puesto acerca de nuestro glorioso Señor. Hemos dicho que él proveerá, llamándole Jehová Jiré.

Hemos declarado sus promesas de que él suple a sus hijos. Ahora, una vez más, su nombre y su honor están en juego. Si nosotros le comprometemos a actuar, él promete: “Pero actué a causa de mi nombre, para que no se infamase a la vista de las naciones ante cuyos ojos los había sacado”. (Ezequiel 20:14). El está diciendo, en esencia, “Cuando yo libré a Israel, no fue en un rincón escondido. Ahora quiero hacer lo mismo en tu generación”.

Querido santo, ¿está usted enfrentando una situación en que aún no ha comprometido a Dios? ¿Está usted siendo llamado a poner su fe en peligro en el futuro?  Ha usted resuelto, “¿Sólo un milagro del Señor puede librarme?”.

No podemos comprender cómo Dios obrará su liberación; nadie en la Biblia pudo. Pero sabemos esto: sólo uno de sus ángeles pudo poner 185 mil hombres en fuga. El Señor nunca dejará que su pueblo sea avergonzado.

Ahora mismo, él nos está diciendo como le dijo a Israel, “Yo te hice salir de tus pecados. Y yo te he puesto al alcance de la vista de todos a tu alrededor, así puedo glorificar mi nombre. Fui yo quien te hice salir. Y seré yo quien te libere a vista de los irreverentes, por amor de mi propio nombre”. Así que, ¿andaremos ahora en lo que predicamos y proclamamos que creemos? ¿Comprometerá usted a Dios con su propia Palabra para que su nombre sea glorificado delante de las multitudes? Deberíamos todos nosotros adoptar la oración de David para estos tiempos en el Salmo 109:21.

Dios nunca pondrá al pueblo que en él confía en vergüenza. El cumplirá su Palabra en usted porque su propio honor está en juego.

Por David Wilkerson

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