Estudios Cristianos – La Gracia de Dios 2
Continuemos.
La promesa hecha a Abraham, 2.000 años antes de la venida de Cristo, era doble: nacional pero también personal. Las promesas nacionales eran para los judíos; las promesas espirituales eran y son para todos aquellos que estén en buena relación con el Mesías prometido. Este Mesías sería, humanamente, uno de los descendientes de Abraham.
Génesis 22:1-18.
Aquí tenemos un vivo cuadro tipológico del Mesías venidero y su obra sustitutoria. Los Santos del Antiguo Testamento tenían un concepto mucho más claro de la obra de Cristo del que generalmente nosotros les atribuimos (Hebreos 11). El v.14 une14 une los acontecimientos de este capítulo, ocurridos 2.000 años antes de Cristo, con la futura muerte del Señor dos mil años después. La localidad geográfica mencionada aquí es el lugar donde luego se asentaría Jerusalén, escenario de la muerte de Jesucristo. (Compárese el vs.2 con 22 con 2º Crónicas 3:1).
Éxodo 20:24.
Después que se dieron los Diez Mandamientos, Dios proveyó inmediatamente un camino para acercarse a Él cuando estos Mandamientos fueran violados. La construcción del altar anticipaba el hecho de la obra del Mesías que vendría y moriría por nosotros. Ningún hombre ha guardado jamás los Diez Mandamientos perfectamente. Todos, pues, necesitamos la salvación.
Isaías 53.
700 años antes de Cristo los judíos fueron informados explícitamente de lo concerniente a la obra del Mesías venidero. Incidentalmente, todo el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento era la figura de la obra del Mesías venidero, de que el Mesías vendría y moriría por nosotros.
Lucas 2:25-32, 36-38.
El Mesías nació según estaba profetizado, y cuando, siendo niño, fue llevado al Templo, Simeón le reconoció como el Mesías profetizado por el Antiguo Testamento. Había un pequeño grupo en esos días que tenía su fe personal fijada en el Mesías venidero. Cuando Jesús apareció, éstos le reconocieron y le aceptaron como tal.
Observen que Ana no sólo aceptó a Jesús como el Mesías, a quien ella había estado esperando con ansia durante toda la vida, sino que inmediatamente fue a informar a otros en Jerusalén, quienes también tenían su fe personal fijada en el Mesías venidero.
Declárase específicamente que Abraham, 2.000 años antes de Cristo, fue salvado exactamente como nosotros somos salvados por la fe, sin obras.
Dice aquí que David también (1.000 años antes de Cristo) fue salvado como nosotros somos salvados por la fe, sin obras. En el tiempo de David conocían bien los Diez Mandamientos dados por intermedio de Moisés 500 años antes; sin embargo, s dice claramente que David fue salvado no por obras sino por la fe. Ningún hombre ha sido salvado jamás por sus obras. La Ley nos condena siempre porque exige más de lo que nuestras obras pueden realizar.
Después que Abraham hubo sido salvado por la fe, fue circuncidado. La circuncisión no le salvó; fue meramente un signo externo del hecho de que él ya había sido aceptado por Dios sólo por la fe.
Abraham fue aceptado por Dios por su fe. Así sucede también con nosotros.
Gálatas 3:13-14.
Mediante la fe, Abraham y nosotros, cuando aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, recibimos la misma bendición de Dios.
Gálatas 3:24.
Si todo esto es verídico, ¿de qué sirve entonces la Ley de Dios: los Diez Mandamientos y otros mandatos eternos dados por Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento? Dios quiere mostrarnos, por la Ley, que somos pecadores para que así veamos nuestra necesidad de aceptar a Cristo como Salvador.
Hebreos 11:1 al 12:21 al 12:2.
Se da una larga lista de algunos que en el Antiguo Testamento tuvieron fe en Dios, y a nosotros, que tenemos estos ejemplos, se nos indica también tener la misma fe en Dios, mediante la aceptación de Cristo como nuestro Salvador.
Así, a través de las edades, antes de Cristo e igualmente después de Cristo, hay sólo un camino de salvación. Todos los hombres han pecado; la salvación sólo llega por la fe; sobre la base de la obra acabada de Cristo en favor nuestro.
Extracto del libro “25 Estudios25 Estudios Bíblicos Básicos”
Por Francis A. Schaeffer