Hace unos años, miré un documental de televisión sobre el misterio de las civilizaciones y ciudades perdidas. El narrador nos guió a través de las historias de unos cuantos mitos y leyendas familiares, tales como la ciudad de Atlantis y las ruinas de la civilización maya. Sentí intriga mientras él presentaba artefactos, documentos y una diversidad de evidencias con el objeto de armar su argumento de modo tal que pudiera probar su caso. Mientras estaba allí sentado meditando en esta presentación, no pude evitar pensar en una historia similar acerca del primer reino perdido: el reino de los reyes adámicos.

Cuando Dios creó al hombre, por favor observe que la primera cosa que le dio fue su imagen y semejanza, pero el primer mandato y tarea que le asignó fue el de ejercer «dominio». Consideremos cuidadosamente la naturaleza del mandato de dominio, tal como está registrado en Génesis 1:26-28, y sus implicancias en cuanto a lo que ese gobierno original abar­caba y excluía.

  • Dios le dio al hombre dominio sobre la Tierra.
  • Dios le dio al hombre dominio sobre la creación y la Tierra, no sobre otros hombres.
  • Dios nunca le dio dominio sobre los cielos.
  • Dios nunca le dio al hombre una religión, sino una relación.
  • Dios nunca le prometió al hombre el cielo, sino la Tierra.

Para comprender la pérdida del mandato del reino adámico, es impor­tante que nos demos cuenta de que no podemos perder lo que nunca tu­vimos. A Adán, el primer representante real del Reino de los cielos sobre la Tierra, le fue delegada la responsabilidad de servir como embajador del cielo en la Tierra. Un embajador es solamente tan viable y legitimo como lo sean sus relaciones con su gobierno. Por lo cual, la relación más impor­tante que tenía el primer hombre sobre la Tierra, Adán, era con el cielo. Por esa razón, el Espíritu Santo de Dios tuvo una relación de intimidad con la humanidad desde el principio. Su presencia garantizaba comunicación y comunión constante con la voluntad, la mente, la intención y el propósito de Dios y del cielo, de modo que él pudiera ejecutar la voluntad de gobierno del Creador, en la Tierra. Esta relación hizo del Espíritu de Dios la persona más importante en todo el planeta y lo estableció como el componente clave del Reino de los cielos sobre la Tierra. La pérdida o separación del hombre del Espíritu Santo de Dios haría de la humanidad un componente descalifi­cado del cielo sobre la Tierra, porque él no conocería la voluntad ni la mente del gobernante del cielo.

Al leer el reporte de Génesis 3 sobre el encuentro de la humanidad con el adversario, el diablo, vemos que el objetivo del ataque fue apartar al hombre del jardín y de la relación con Dios y con el cielo, lo cual dio como resultado la pérdida del Reino de los cielos sobre la Tierra.

UN ACTO DE TRAICIÓN

Tal vez, el mayor crimen que pueda cometerse en algún reino o nación, antigua o moderna, sea el delito de traición. De hecho, es el único crimen para el cual no hay cuestionamientos sobre la pena de muerte. Es el acto mayor de rebelión.

Cuando un gobierno le confiere a algún ciudadano la autoridad y el dere­cho de representar sus intereses, le ha otorgado la mayor forma de confianza posible, y eso debiera ser estimado como el más grande de los honores. Cuan­to mayor sea el nivel de representación, tanto más grande será la responsa­bilidad y confianza, y por lo tanto, mayor será la influencia que ese alguien pueda tener sobre la propia nación o reino. Esto es especialmente crítico en el contexto de reinos, donde el rey no solo se representa a sí mismo, sino que también personifica y simboliza el reino entero y todos sus componentes. Adán esencialmente representaba el gobierno celestial sobre la Tierra.

Por lo tanto, la caída del hombre no fue simplemente un acto de des­obediencia personal, sino que básicamente fue un acto de traición. Adán y sus descendientes cometieron el mayor acto de traición y merecieron la pena de muerte. En efecto, Adán declaró la independencia del gobierno de su Reino, el Imperio de los cielos, y al hacerlo cortó su relación con el Rey de los cielos, abandonó su posición como embajador y perdió su dominio sobre la Tierra. Mediante la abdicación de sus responsabilidades como rey sobre la Tierra, Adán perdió la relación más importante de todas: el Espí­ritu Santo. Al violar La Palabra de Dios, la humanidad se convirtió en un representante descalificado del cielo en la Tierra. Cuando Adán cayó por su acto de traición, no solo perdió su relación personal con su Padre celestial, sino que perdió un reino. Adán se transformó en un embajador sin fueros, un enviado sin estatus oficial, un ciudadano sin nación, un rey sin reino, un gobernante sin dominio.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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