La Biblia está llena de historias de personas que fueron llamadas a salir de las circunstancias comunes y desafiadas por Dios a hacer lo imposible. Cuando Abraham no tenía hijos, y Sara estaba en su ancianidad, muy lejos de la posibilidad de procrear, Dios les dijo: «Tendrán un hijo, y él crecerá hasta convertirse en una nación».

El Señor se le apareció a Gedeón, el menor de su familia, la cual era la menor entre las tribus de Israel, se refirió a él como «guerrero valiente» (Jueces 6:12) y lo usó para liberar a su pueblo de los madianitas intrusos.

A ojos de su familia, David podría haber sido solo como un renacuajo, bueno para nada, solo para arrear las ovejas. De todos modos, Dios dijo: «Tú eres un rey» y envió a Samuel a ungirlo como tal. Viendo a José mientras era un esclavo en Egipto, Dios dijo: «Tú eres un gobernante y lo elevó a esa posición de primer ministro debajo de Faraón.

Cuando Dios nos habla, Él siempre le habla a la persona real, no a la persona que otros ven o incluso a la que vemos nosotros. Él mira más allá de nuestras circunstancias externas y características personales cuando se dirige al líder que hay en nosotros. No importa quiénes seamos, dónde es­temos o lo que hagamos, Dios quiere desarrollar el liderazgo en nosotros. Donde sea que trabajemos, cualquiera sea nuestra carrera, deberíamos pen­sar de nuestro empleo no solamente como un trabajo, sino más bien como una oportunidad que Dios nos ha dado para liberar nuestras habilidades de liderazgo. No deberíamos quejarnos sobre nuestro salario, porque de hecho ya valemos más de lo que cualquiera pudiera llegar a pagarnos. El trabajo no es simplemente hacer dinero para vivir. Se trata de ser entrenados para ocupar nuestro legítimo puesto de liderazgo en el mundo.

Como creyentes, todos somos hijos del Rey. El primer paso para na­vegar exitosamente entre los dos reinos es aprender a pensar y actuar como un hijo del Rey. En la realidad espiritual, todos somos príncipes y princesas; pero hablando en términos prácticos, la mayoría de nosotros no estamos todavía allí por causa del pensamiento negativo que ha impedido el desarrollo de los procesos mentales. Porque nunca aprendimos a pensar como miembros de la realeza, todavía nos comportamos como el hijo pró­digo, buscando solamente la ración del siervo.

Dios quiere que abramos nuestros ojos para ver las maravillas de quiénes somos realmente -sus hijos- y que nos esforcemos en reclamar lo que es nuestro por derecho en calidad de hijos. Todo se resume en una decisión: viviremos como hijos e hijas del Reino de Dios o como súbditos en el reino de este mundo.

REINOS EN CONFLICTO

Dios reina como Rey y Soberano absoluto sobre todas las cosas tanto en el ám­bito espiritual como en el físico. Luego de crear la Tierra con todas sus varia­das plantas y vida animal, creó a la humanidad para gobernar sobre ella. Por su diseño, somos reyes sobre el dominio terrenal. Dios es el Rey del universo, y nosotros somos sus representantes de gobierno en la dimensión física. La Tierra es el territorio que se nos ha asignado. Como corregentes con Dios en este mundo somos el Reino de Dios sobre la tierra. El Reino de Dios, no obstante, no es la tierra en sí, sino aquellos escogidos para funcionar como sus gobernantes en el dominio terrenal. Este planeta no es el Reino de Dios. El Reino de Dios es nosotros llevando su dominio sobre este planeta. El Reino de Dios es manifestado en su gente en vez de en un lugar en particular.

El Salmo 115:16 dice: «Los cielos le pertenecen al Señor, pero a la humani­dad le ha dado la tierra». Todo rey o gobernante debe tener un territorio sobre el cual regir. El cielo es el territorio de Dios; la Tierra es el nuestro. Nacimos para dominar la Tierra, no el cielo. Esa es la razón por la cual el cielo siempre resulta una excursión temporaria para nosotros; no es nuestro territorio.

Jesús hablaba constantemente sobre el Reino. A veces se refería a él como «el Reino de Dios» y otras veces como «el Reino de los cielos». Uno trata sobre la persona mientras que el otro trata sobre el lugar. En esencia, ambas frases son lo mismo, con una distinción. Cuando Jesús menciona el «Reino de Dios», se está refiriendo al reinado verdadero de Dios en el plano espiritual. Cuando dice «el Reino de los cielos», está hablando sobre sus «cuarteles centrales» en la invasión celestial a la Tierra o la transferencia de poder desde el plano espiritual al físico.

El Padre nuestro ilustra esta verdad cuando Jesús ora que la voluntad de Dios sea hecha en la Tierra como es hecha en los cielos. La primera habla del gobierno real de Dios, mientras que la segunda hace referencia a la fuente de ese poderoso Reino invasivo y su impacto en las regiones terrenales. Como sus representantes, somos llamados a hacer cumplir las reglas del cielo en los asuntos de los hombres.

El Reino de Dios aquí es, por lo tanto, la autoridad de Dios dentro del cora­zón y el espíritu del hombre, y el Reino de los cielos es cuando esa autoridad impacta el ambiente terrenal humano a través de sus representantes designa­dos. En otras palabras, los que somos «el Reino de Dios en la Tierra» podemos, a través del Espíritu Santo, llevar a nuestro Rey con nosotros dondequiera que vayamos e impactar nuestro medio, ayudando a traer «el Reino de los cielos» a ese lugar. Por eso, Jesús dijo: «Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca» (Mateo 4:17). Él había llegado, trayendo el Reino con Él y en Él. Con su Espíritu en nosotros, también llevamos su Reino dondequiera que vamos.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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