«El Reino de Dios ha venido a la Tierra. Todos los que deseen, arre­piéntanse y vengan a él». Ese es el evangelio que Jesús predicaba y que comisionó a sus seguidores a predicar. En algún lugar del camino, la Igle­sia perdió su enfoque. Rara vez en estos días escucharemos el mensaje del Reino ser predicado en nuestros púlpitos. Predicamos sobre muchos otros temas, pero casi nada acerca del Reino. Predicamos sobre prospe­ridad, fe, dones, ministerios y otros temas secundarios, pero no acerca del Reino.

Satanás nos ha desviado. Una de sus estrategias más efectivas es pre­ocuparnos con cosas secundarias en vez de lo primordial. El diablo es astuto. Él sabe que esto es mejor que intentar hacernos hacer cosas que son marcadamente incorrectas o malignas. En cambio, desvía nuestro en­foque hacia temas que, aunque son importantes, no son lo que el Señor nos dijo que nos centráramos.

Si hacemos algo bueno, pero no es lo que el Señor nos dijo que hiciéra­mos, ¿está bien o está mal? Suponga que usted me contrata como chef en su hogar y, planificando una gran cena, me pide que prepare pavo con varias guarniciones. ¿Qué sucedería si usted acompaña a sus invitados a la mesa y allí descubre que yo cociné carne a la cacerola en vez de pavo? La carne puede estar de lo más jugosa, sabrosa y suculenta en su boca, pero aun así no es lo que me pidió. Tenemos una tendencia a creer que siempre y cuando algo no esté mal, entonces debe ser bueno. No obstante, aun las cosas bue­nas son malas cuando son hechas en el tiempo o en el lugar equivocado, o cuando alguna otra cosa buena debería haber sido hecha en su lugar.

Hace dos mil años, Jesús fue muy claro en la misión que le dio a la Igle­sia. No dejó lugar a la incertidumbre o a malas interpretaciones. Él especifi­có lo que debíamos predicar y enseñar:

“Por lo tanto vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándo­los en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que le he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).

«Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura»(Marcos 16:15)

«Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin» (Mateo 24:14)

El Nuevo Testamento proclama toda clase de «buenas nuevas» (evange­lio, evangelion). Las buenas nuevas que Jesús predicó -y que nosotros debe­ríamos predicar también- son que el Reino de Dios ha venido a la Tierra y que, a través de Jesús, todos podemos formar parte de él.

Nos hemos dejado desviar mucho en temas secundarios y periféricos. Parece como si el mensaje del Reino hubiera desaparecido. No hay dudas de que Jesús murió en la cruz para que nosotros fuéramos perdonados de nuestros pecados y hallemos vida eterna en Él. Tampoco hay dudas de que necesitamos decirle a la gente que Él es el camino, la verdad y la vida, y que es el único camino a la vida eterna. Todo esto es parte del mensaje del Reino, pero no es todo el mensaje. La cruz de Cristo es el punto de comienzo de la vida del Reino de Dios, pero no el punto de llegada. No hay punto de llega­da, porque la vida en el Reino no tiene fin.

Nuestro problema es que pasamos demasiado tiempo diciéndole a la gente cómo entrar al Reino, pero rara vez les enseñamos qué hacer cuando están dentro. A menudo ni siquiera nosotros lo sabemos, porque nadie nos lo ha enseñado tampoco. Pasamos tanto tiempo predicando sobre la puerta que olvidamos todo sobre el palacio que se encuentra detrás de ella.

ATORADOS EN LA PUERTA

Necesitamos volver a predicar el evangelio que Jesús nos dijo que predicára­mos: las buenas nuevas de que el Reino de Dios vino a la Tierra. Dios quiere que tengamos el Reino, y Jesús es la puerta para entrar a él. Jesús mismo dijo: «No tengan miedo, mi rebaño pequeño porque es la buena voluntad del Padre darles el reino» (Lucas 12:32). ¡Piénselo! A nuestro Padre le complace darnos el Reino. Eso es lo que Él desea hacer. Eso es lo que Él planeó desde el comienzo mismo.

Si pensáramos en el Reino de Dios como un palacio o una mansión gloriosa, hemos perdido totalmente el mensaje. Estamos atorados en la puerta. ¿Cuál es el propósito de una puerta? Provee entrada a la casa o a los diferentes cuartos de la casa. Del mismo modo, Jesús nos brinda una entrada al Reino del Padre. Jesús dijo: «Yo soy el camino». Una puerta es un portal a través del cual pasamos de un lugar a otro. Jesús es la puerta a través de la cual pasamos de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, de la culpa al perdón, de la vergüenza al gozo, de la lucha a la paz, de la derrota a la victoria. Así es el contraste entre el reino de este mundo y el Reino de Dios.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

2 Comentarios

  1. Gracias Edgardo por este devocional. Comparto plenamente lo expuesto. Yo creo que lo que está de la puerta hacia adentro es El Fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (templanza). Un estilo de vida que te hace feliz en Cristo Jesus.
    Dios bendiga tu ministerio.

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