Estudios Bíblicos – Para Conocer y Ser Conocidos
¿Para qué hemos sido hechos? Para conocer a Dios.
¿Qué meta deberíamos fijarnos en esta vida? La de conocer a Dios.
¿Qué es lo mejor que existe en la vida, lo que ofrece mayor gozo? El conocimiento de Dios (Jer.9:23-24, Os.6:6).
Lo que hace que la vida valga la pena es contar con un objetivo lo suficientemente grande, algo que nos cautive la emoción, ¿y qué meta más elevada puede haber que la de conocer a Dios?
Conocer a Dios es una cuestión más compleja que la de conocer a otro hombre. Cuanto más complejo sea el objeto, tanto más complejo resulta conocerlo. ¿En qué consiste, entonces, la actividad de conocer a Dios?
Podemos decir que el conocer a Dios comprende: primero, escuchar la Palabra de Dios y aceptarla para aplicarla a uno mismo. Segundo, tomar nota de la naturaleza y el carácter de Dios como nos lo revelan su Palabra y sus obras. Tercero, aceptar sus invitaciones y hacer lo que él manda. Cuarto, reconocer el amor que nos ha mostrado al relacionarse con nosotros.
1. El conocer a Dios es cuestión de trato personal.
Es una relación personal con él, en el que me doy a conocer y donde él se revela a mí. Y en esta relación personal aprendemos a oír su voz (Jn.10:27-30, Mt.11:28-30). Oímos la voz del Señor cuando aceptamos lo que él afirma, cuando confiamos en sus promesas y respondemos a su llamado.
2. El conocer a Dios es una cuestión de compromiso personal.
Aceptar su compañía, compartir sus intereses y estar dispuesto a identificarse con sus asuntos. Es “gustar” su compañía (Sal.34:8).
3. El conocer a Dios es cuestión de gracia.
Es una relación en la que la iniciativa parte de Dios mismo. No es que nosotros nos hagamos amigos de Dios; Dios se hace amigo de nosotros haciendo que nosotros lo conozcamos a él mediante el amor que él nos manifiesta (Gál.4:9).
El vocablo “Conocer”, cuando se emplea con respecto a Dios, expresa gracia soberana, e indica que Dios tomó la iniciativa de amar, elegir, redimir, llamar y preservar. Él nos conoce plena y perfectamente, en contraste con nuestro imperfecto conocimiento de él (Ex.33:17, Jer.1:5, Jn.10:14-15, 27).
Lo que interesa por sobre todo, es el hecho de que Él me conoce a mí. Y yo puedo conocerlo porque él me conoció primero y sigue conociéndome. Y se trata de un conocimiento eterno y trascendental.
Extracto del libro «Conociendo a Dios»
Por J. I. Packer
Adaptado por Edgardo Tosoni