Clásicos Cristianos – Pablo, su Capa y sus Libros 3

 

Continuemos.

C. Hay una tercera lección. Nuestro texto muestra la independencia mental del apóstol.

¿Por qué no pidió prestada una capa? ¿Por qué no rogó que le diesen una? No, no y no. Eso no es del gusto del apóstol. Él tiene una capa, y aunque esté a seiscientas millas de distancia, esperará hasta que llegue. Aunque hay tal vez algunos que podrían prestarle una, él sabe que el pedir prestado conduce a situaciones afligentes y que el que implora nunca es bien venido.

No creo que el cristiano deba ruborizarse de pedir prestado o de mendigar, si le es absolutamente necesario, pero no me gustan las personas que hacen tales cosas sistemáticamente. Un cristia­no debiera saber que nunca es honra, aunque no siempre sea deshonra, el mendigar. «Cavar no puede, de mendigar tengo vergüenza», di­jo el mayordomo infiel, y si hubiera sido fiel hubiera tenido más vergüenza todavía.

Repito, cuando llega la privación, y uno se ve obligado a pedir a su semejante, hágalo con osadía; pero que nadie se apresure demasiado a hacerlo, an­tes, como el apóstol, mientras pueda evitarlo, diga: «He trabajado con mis propias manos, y el pan de nadie he comido de balde». Él ense­ñó que el ministro de Dios tenía derecho a ser sostenido por el pueblo. «Si os hacen partícipes de lo espiritual», dice, «es justo que voso­tros les deis lo material».

Insiste en que no de­be poner bozal al buey que trilla; sin embargo, aunque sostiene esto como un gran principio, nunca toma nada para sí; sigue con su industria; cose sus lonas y se gana la vida, para no ser car­ga para nadie. ¡Noble ejemplo! ¡Cuánto debie­ron haber cuidado los cristianos de que no pa­sara necesidades en su ancianidad! Sin embar­go, se ve en la pobreza; pero su espíritu independiente no está quebrantado en lo más mí­nimo; esperará hasta que le llegue su capa de seiscientas millas de distancia, antes que pedir prestado o mendigar.

Sea el cristiano igualmen­te independiente, porque aunque la indepen­dencia no es una gracia cristiana, es una gracia común que, cuando se une con el cristianismo es muy hermosa, y cuadra al carácter de un hi­jo de Dios.

 

D. La cuarta observación es: ved cuan poco se preocupaban los apóstoles acerca de su atuen­do.

Pablo necesita sólo sentirse abrigado; no pi­de más. No cabe duda alguna de que las demás partes de su vestido estaban ya muy gastadas, que estaría realmente vestido de harapos, y por eso necesitaba la capa para envolverse. Lee­mos que en los tiempos antiguos muchos de los más grandes siervos de Dios se vestían en la for­ma más pobre. Cuando el buen obispo Hooper fue llevado a la hoguera había estado mucho tiempo en la cárcel, y sus ropas estaban tan ro­tas que pidió prestada una vieja toga de estu­diante, toda llena de agujeros y remiendos, pa­ra poder envolverse en ella y así, cojeando pol­los dolores de la ciática y el reuma, llegar al ca­dalso. Leemos de Jerónimo de Praga, que yacía en un calabozo húmedo y frío, y se le negaba cualquier cosa con que cubrir su desnudez.

Al­gunos ministros cuidan mucho de estar siempre vestidos en forma canónica o caballeresca. Me gusta la observación de Whitefield, cuando al­guien de mal carácter se asombraba de que él pudiera «predicar sin casaca: «Ah», le dijo, «yo puedo predicar sin casaca, pero no puedo pre­dicar sin carácter». ¿Qué importa el vestido ex­terior, con tal que el carácter sea el que debe ser?

Esta es una lección también para nuestros miembros particulares. A veces les oímos decir: «No pude salir el domingo: no tenía ropa adecuada». Cualquier ropa es adecuada para venir a la casa de Dios, si está pagada, por burda que sea. Si es lo mejor que Dios os ha dado, no mur­muréis. Vuestro Maestro no usaba ropas delica­das y elegantes. Su vestidura era la túnica ordi­naria común de los paisanos, tejida de arriba a abajo de una pieza, sin costura, pero no se aver­gonzó de llevarla delante de los sacerdotes y los reyes.

Siempre creo que el cristiano debiera cul­tivar una noble indiferencia por esas cosas ex­teriores; pero llegado el caso de una absoluta falta de vestidos, puede consolarse en este pen­samiento: «Ahora estoy en compañía de mi Ma­estro; ahora ando en las mismas pruebas que los apóstoles: ahora sufro como ellos sufrieron». Todo santo es una imagen de Cristo; pero un santo pobre es su imagen expresa, porque él era pobre.

(CONTINÚA…)

Por C. H. Spurgeon

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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