jovenes-adanyevaDevocional – Adán, Maestro en el Juego de Echar Culpas

 

Adán y Eva fueron el primer hombre y la primera mujer, los padres de todos nosotros, hechos directamente por la mano de Dios. El Señor creó primero a Adán «del polvo de la tierra». Era especial -como también lo somos nosotros porque Dios «sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7). Adán no era un simple «animal superior». Era una criatura única, que reflejaba en sí la personalidad y el carácter de Dios.

David capta esta diferencia al escribir diciendo que Dios creó al hombre «poco menor que los ángeles [literalmente, ‘que Dios mismo’] y lo coronó de gloria y de honra» (Salmo 8:5). Eso no significa que seamos semejantes a Dios en cuanto a su sabiduría y poder infinitos. No obstante, sí somos semejantes a Dios en cuanto a su capacidad para pensar, razonar y sentir, e incluso para ser creativo.

La mujer perfecta: Dios puso a Adán en el huerto del Edén «para que lo labrara y lo guardase» (Génesis 2:15). Entonces dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (2:18). Así fue como creó a Eva a partir de u’na costilla de Adán. De una vez y para siempre, Eva formaría parte de Adán; no se separaría de él. Aunque ella poseía la femineidad como cualidad exclusiva suya, Adán exclamó: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne» (2:23). Era la mujer perfecta.

Entonces, Dios estableció un plan para los hombres y las mujeres de todas las épocas. Hoy en día lo llamamos matrimonio. Dijo el Señor: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (2:24).

Pecado y culpa Lamentablemente, lo creado por Dios para que fuera el cielo en la tierra, se convirtió pronto en lugar de decadencia, dolor, confusión, tensión y todo cuanto hay en el mundo que pueda acarrear desdicha. De toda la creación, Dios había prohibido un solo árbol, el «árbol de la ciencia del bien y del mal». Si Adán y Eva comían de aquel árbol, les dijo, «ciertamente morirían» (2:17).

En este momento entra Satanás en escena. Astuto y tramposo, persuadió a Eva para que dudara de Dios (3:1) y comiera de la fruta prohibida. Eva a su vez le dio de aquella fruta a Adán, quien comió también. En aquel mismo instante, Adán y Eva se dieron cuenta de que habían pecado y trataron de esconderse de Dios.

Lo que sucedió después sentó una pauta que los humanos han estado siguiendo desde aquel día. Cuando el Señor se enfrentó a la desobediencia de Adán, él le trató de echar las culpas a otra persona. Comenzó tratando de echárselas a Eva: «La mujer… me dio del árbol» (3:12). Casi nos lo podemos imaginar dirigiendo hacia su esposa el dedo acusador: «¡No me mires a mí! ¡Ella tiene la culpa!»

Sin embargo, no era Eva el blanco principal de Adán. Observe estas palabras clave de Génesis 3:12: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol» (énfasis añadido). La excusa definitiva de Adán consistía en que todo aquello era culpa del propio Dios. Al fin y al cabo, Él era el que había hecho aquella mujer tan débil, que no había podido resistir ante la tentación de Satanás.

¿Y qué decir de la excusa de Eva? Cuando Dios la interrogó, imitó el estilo de su esposo y le trató de echar a otro la culpa de que ella hubiera decidido desobedecer: «La serpiente me engañó, y comí» (3:13). «Todo esto es culpa suya», estaba sugiriendo.

Por supuesto, Dios no se dejó engañar. Él sabía que tanto Adán como Eva habían decidido desobedecer deliberadamente su orden. Cuando se les acabaron las excusas, les indicó cuáles serían las consecuencias de su caída. Eva tendría mucho más dolor al tener hijos, y habría luchas en su relación con Adán. Éste también sufriría unas consecuencias serias, porque el suelo había quedado maldito, y le haría falta realizar un gran esfuerzo para mantener a su familia. Por supuesto, a ambos les llegaría una muerte inevitable. Por último, debido a su pecado, Adán y Eva tendrían que salir del paraíso que Dios había creado para ellos, sin posibilidad alguna de regresar jamás (3:24).

No se equivoque en cuanto a esto: Adán y Eva -al igual que todos y cada uno de nosotros- fueron personalmente responsables ante Dios por su pecado. Por mucho que intentaran pasarle la culpa a otra persona, descubrieron en esta dura experiencia que Dios exige de cada uno de nosotros que le rinda cuentas por sus propias acciones.

La restauración del plan de Dios

Desde aquel mismo día hasta el momento presente, los esposos han tenido la tendencia de culparse uno a otro cuando las decisiones salen mal. Sin embargo, el conocimiento personal del Señor Jesucristo como Salvador introduce un elemento de restauración en nuestros matrimonios. Aunque siempre sufriremos las consecuencias del pecado de nuestros primeros padres, podemos experimentar la gracia salvadora de Dios, que no sólo le da vida eterna a cada uno de nosotros cuando cree en Cristo, sino que también capacita a los matrimonios para reducir al mínimo la maldición que cayó sobre las relaciones entre Adán y Eva.

Restaurar y mantener un matrimonio no es cosa fácil; es un trabajo de toda la vida. Sin embargo, con la ayuda de Dios, nuestro matrimonio nos puede proporcionar la unión, el amor, el respeto y el apoyo mutuo que Dios quería desde el principio que existieran. ¿Hasta qué punto está usted aprovechando en sus relaciones con su esposa el poder de Dios que ha sido puesto a su disposición por medio del Espíritu que habita en usted?

Por Dr. Cene Cetz

Sacado de la Biblia «Biblia Devocional para hombres» Editorial Vida. Pags.9-10.

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