La Oración – ¿Por Qué No Pedir? 1

 

¡Oh, si en verdad me bendijeras! (1º Crónicas 4:10).

Usted está en un retiro espiritual en las montañas con otros que también quieren experimentar una vida cristiana más completa. Durante el curso del retiro a todos se les ha asignado un mentor. El suyo tiene unos setenta años, y ha alcanzado vidas para Dios por más tiempo del que usted ha vivido. Camino a las duchas la primera mañana, usted pasa por el cuarto de él. La puerta está entreabierta y él acaba de arrodillarse para orar. Usted no puede resistir y se pregun­ta: ¿Cómo exactamente comienza sus oraciones un gigan­te de la fe?

Hace una pausa y se acerca más. ¿Orará por avivamiento? ¿Orará por los que tienen hambre alrededor del mundo? ¿Orará por usted? Pero lo primero que oye es: «Oh Señor, te ruego con todas mis fuerzas en esta mañana, ¡por favor, bendíce­me!»

Sorprendido ante esa oración tan egoísta e interesada, atraviesa el vestíbulo para ir a las duchas. Pero a medida que gradúa la temperatura del agua, un pensamiento lo golpea. Es tan obvio que no puede creer que no se le hubie­ra ocurrido antes. Los grandes hombres de fe piensan de modo diferente del resto de nosotros.

Una vez que está vestido y se dirige al comedor para tomar el desayuno, usted ya está convencido. La razón por la que hombres y mujeres grandes de la fe se destacan entre los demás, es que piensan y oran de manera distinta a la de quienes les rodean,

¿Será posible que Dios quiera que usted sea «egoísta» en sus oraciones? ¿Pedir más… y más… de su Señor? He conocido a muchos cristianos fervoro­sos que toman como señal de inmadurez acariciar tales pensamientos. Suponen que serían muy descorteses y co­diciosos si le piden a Dios demasiadas bendiciones.

Es probable que usted también piense de la misma manera. Si es así, quiero mostrarle que una oración así no es un acto tan egocéntrico como parece, sino una acción sumamente espiritual y con toda exactitud la clase de petición que nuestro Padre anhela oír.

Primero, echemos una mirada más detallada al relato de Jabes.

 

Dolor no, Ganancia.

Hasta donde podemos decir, Jabes vivió en el sur de Israel después de la conquista de Canaán y durante la época de los jueces. Nació en la tribu de Judá y llegó a ser cabeza de un clan. Pero su historia en realidad comienza con su nombre: «Y su madre lo llamó Jabes, pues dijo: Porque lo di a luz con dolor».
En hebreo, la palabra Jabes significa «dolor». Una traducción literal podría ser: «El que causa (o causará) dolor». No suena como el comienzo de una vida promisoria ¿verdad?

Todos los bebés llegan al mundo con cierta cantidad de dolor, pero algo en el nacimiento de Jabes fue más allá de lo usual, tanto que su madre decidió recordarlo con el nombre de su hijo. ¿Por qué? El embarazo o el parto pueden haber sido trau­máticos. O puede ser que el dolor de la madre fuese emo­cional, quizá el padre del niño la abandonó durante el embarazo; o tal vez murió; quizá la familia cayó en una es­trechez económica tan grande que la perspectiva de otra boca para alimentar únicamente podía traer temores y preocupaciones.

Solo Dios sabe con certeza qué provocó el dolor de esta madre angustiada. No es que eso hiciera mucha dife­rencia para el joven Jabes. Él creció con un nombre que todo niño odiaría. Imagínese que usted hubiera tenido que soportar a través de toda su infancia el ser fastidiado por los bravucones, recordándole a diario de su mal recibido nacimiento con preguntas burlonas como: «Así, pues, jovencito, ¿en qué estaba pensando tu mamá?»

Pero la carga más pesada del nombre de Jabes tuvo que ver con la manera en que definía su futuro. En los tiempos bíblicos, el individuo y su nombre se relaciona­ban en una forma tan estrecha que la frase «cortar su nom­bre» tenía el mismo significado de darle muerte. Con frecuencia el nombre se consideraba como un deseo o has­ta una palabra profética con respecto al futuro del niño. Por ejemplo, Jacob puede significar «el que agarra o arrebata» lo cual constituye una excelente minibiografía de este astuto patriarca. Noemí y su esposo llamaron a sus hijos Mahlón y Quelión nombres que se pueden traducir como «enfermo» y «languidez», respectivamente. Y así les aconteció. Ambos murieron cuando eran adultos jóvenes. Salomón significa «paz» o «pacífico», y efectivamente fue el primer rey de Israel que gobernó sin recurrir a la guerra. Un nombre que significaba «dolor» no le auguraba buen futuro a Jabes.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “La Oración de Jabes”

Por Bruce Wilkinson

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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