Devocional – Soy Muy Impulsiva 2
En la 1º parte de este tema vimos «cómo disimulamos la bronca las mujeres». Continuemos.
Esconder la bronca hace que perdamos su aspecto positivo porque en cada mujer que esconde bronca hay ternura y vulnerabilidad. La mujer, en general, se puso un escudo para esconder su bronca; usa máscaras que tapan su ternura porque se siente vulnerable y no quiere que nadie más la lastime, pero tiene la bronca a flor de piel.
2. ¿Cómo sacar lo mejor de la bronca?
Hay que transformarla en energía creativa y para eso deben pasar por dos momentos:
A. Dejarla salir (una bronca, una rabia, enojo, ira que está adentro tuyo)
B. Transformar su fuerza en energía creativa.
Estuve investigando cómo los bomberos apagan un fuego, y hacen un cerco de fuego alrededor del incendio para que se detenga; o sea, ponen límite al fuego.
Igualmente sucede con la bronca, al soltarla estás poniendo un límite que si no lo expresas se va acumulando y el incendio se hace cada vez más grande dentro tuyo, lastimándote o saliendo de la peor manera, destruyendo al primero que se cruza en el camino.
El príncipe rana es un cuento que ejemplifica esto muy bien.
Hace muchos años vivía una princesa a la que le gustaba jugar con su pelota favorita que era de oro.
Un día, en que la princesa había salido a pasear por un bosque cercano al palacio de su padre, decidió sentarse cerca de un pozo. Mientras pensaba en sus cosas la doncella se entretenía tirando al aire su pelota de oro, pero en un momento la pelota se le escapó y fue directo al fondo del agua.
La princesa se puso a llorar y sus llantos llamaron la atención de una rana que andaba por allí: «Daría lo que fuera por recuperar mi pelota», decía.
La rana le preguntó: «¿Qué pasa princesa, por qué lamentáis así?»
-«Es que se me ha caído mi preciosa pelota en el fondo de este pozo, daría lo que fuera si consiguiera recuperarla».
-«Yo soy capaz de conseguir tu pelota -le dijo la rana- y para que veas, no te voy a pedir ni perlas, ni dinero, ni nada superficial, sólo te voy a pedir que me aceptes como compañero, que me dejes comer de tu plato y dormir contigo en tu cama; que me quieras, mimes y cuides. Si me lo prometes recuperaré tu pelota».
-Sí, sí rana, lo que quieras, lo que sea, lo único que quiero es mi pelota».
La rana se sumergió en el agua y al momento salió con la pelota de oro. La princesa se la quitó rápidamente de la boca y se fue contenta dando saltos a su casa.
La rana empezó a gritar: «Espera princesa, ¿qué pasa con tu promesa?
Pero la princesa no escuchó y se fue lejos.
Al día siguiente sonó el timbre en la puerta del palacio y la princesa salió a abrir. Allí estaba la rana preguntando por la promesa que se le había hecho y la princesa se asustó, se indignó y cerró la puerta en las narices de la rana.
El rey, que vio a su hija inquieta, le preguntó el motivo de su tristeza, y la princesa le contó la historia de la pelota, de la rana y de la promesa. El ofendidísimo rey le contestó: -«Hija, ¿acaso es así como te he educado? ¿Has hecho una promesa, no? Pues entonces debes cumplirla».
Y el rey abrió la puerta del palacio y dijo: «Señor rana, por favor pase usted y perdone la impertinencia de mi hija. Pase, pase, no se quede en la puerta que es la hora de la cena».
Efectivamente, la mesa ya estaba puesta así que el rey y su hija tomaron asiento.
La princesa, ante la mirada apremiante de su padre, tuvo que aceptar que la rana se sentara a la mesa y comiera de su plato.
Acabaron de cenar y llegó la hora de ir a la cama, el rey se puso serio y le ordenó a su hija que cumpliera su promesa y subiera a sus aposentos a compartir la cama con el anfibio.
Al rey le preocupaba más el honor relacionado con la promesa, que el honor relacionado con la virtud de su hija.
La princesa tomó a la rana con los dedos y subió a regañadientes a su habitación por las órdenes que le había dado su señor padre.
Una vez en su habitación se metió en la cama pero, en vez de poner a la rana a su lado, la arrojó con toda la rabia que tenía acumulada contra la pared.
Por suerte la rana no se estampó contra la pared, ni dejó manchas rojas, ni se murió, sino que de repente se transformó en un apuesto príncipe.
Ahora sí, la princesa aceptó cumplir la promesa y compartió la cama con el príncipe, ex rana.
La rabia expresada por la princesa fue adecuada porque experimentó toda la fuerza que antes había cedido -primero a la rana y luego a su padre- diciendo a todo que sí.
Al encontrarse con la rana se sintió como una mujer desvalida porque había perdido algo, por eso dijo que «daría cualquier cosa para recuperarlo».
Era una mujer vulnerable que decía «sí» a cualquier cosa porque estaba indefensa sin lo que le pertenecía.
Y muchas mujeres cambiaron su independencia por promesas, dijeron «sí» con tal de sentirse «seguras» y tener un «cierto bienestar».
La princesa llegó a su casa y en medio de sus cosas, habiendo recuperado lo que le pertenecía, volvió a sentirse segura y dijo: «No voy a hacer lo que los demás me dicen. No es tiempo de guardar más la bronca sino de soltarla».
(CONTINÚA…)
Por Alejandra Stamateas