Poesías Cristianas – Soledad
“No te alejes de mí,
porque la angustia está cerca,
porque no hay quien me ayude”.
Monte de los Olivos,
soledad y olvido,
ayer transfiguración,
hoy, agonía y martirio.
Monte de los olivos,
llegan los hombres a tu recinto.
Habitación ocre, terrena.
Olivares mudos, sufrientes.
Silencio del Dios hecho carne,
silencio por su propia muerte.
Monte de los olivos,
los hombres llegan a tu recinto.
Sólo Jesús y tres discípulos
penetran en el corazón
del Getsemaní dolido,
en la soledad de sus olivos.
Y se parte el alma herida
del Dios en carne, del Dios vivo.
Se desgarra su corazón
en llanto y dolor.
El misterio ha invadido
la noche del huerto sombrío.
Y en la soledad del alma,
en el silencio de aquel recinto,
un hombre avanza solo
hacia el centro del huerto,
corazón herido.
Y cae de rodillas ante
la majestad del infinito.
Solo. Tan solo.
-“Papá, Padre mío, escucha.
Todo es posible para ti,
aleja esta copa de mí”.
Crepúsculo negro oculta
las lágrimas. Oculta noche
la soledad del alma.
Oculten olivares
al hombre deshaciéndose
en angustias y soledades.
Jesús vuelve a sus amigos.
Deprimidos duermen la noche
de aquel huerto herido.
No hay oraciones, nadie vela;
la débil carne ha vencido.
Fueron tentados a pensar,
¡pobres!, en ellos mismos.
No está el Cristo en sus mentes,
sólo piensan en la angustia
de lo que sienten perdido.
Regresa Jesús con su Padre,
al centro del huerto sufriente,
a su alma en soledad
a su angustia creciente.
A batallar en agonías
por el pecado que no quiere.
-Papá, Padre mío, escucha.
Si fuera posible aleja
de mí esta cruz angustiosa.
Padre mío, Señor escucha.
No quiero ser hecho pecado.
Padre, muere mi alma
el morir de la muerte.
Muerte por el pecado
de los hombres que amamos.
¡De hombres pervertidos!
¡De los hombres insanos!
¡No quiero ser hecho pecado!
Hoy siento Padre la miseria
de quienes han negado
tus juicios, tu amor revelado.
Siento sobre mí sus maldades,
la corrupción de sus bajezas,
el dolor del pecado
que me carcome y penetra.
En agonías profundas,
en la noche sufriente,
entre olivos y muertes,
recibe la tierra en su ceno
gotas de sangrante sudor.
Bebe el polvo la agonía
y el huerto sufre su dolor.
¡Desciende, ángel del cielo,
fortaleza de Dios!
Y consuela a mi Hijo,
desgarrado por el dolor.
Se cumple mi voluntad.
El santo es hecho pecado.
La cruz será el destino
del Cristo enviado.
Monte de los olivos.
Soledad. Silencio. Olvido.
Se marchan los hombres de tu recinto.
1991. Ese fue el año en el que escribí esta poesía. Pero creo que no hay poesía, tema musical o narración que puedan expresar en toda su intensidad lo que Jesús sintió en el huerto del Getsemaní. La soledad, la sensación de impotencia, la angustia, un sin fin de emociones, y por otro lado, la claridad y la determinación para sujetarse a la voluntad del Padre.
Cuando tengas problemas para aceptar la voluntad de Dios en tu vida, miralo a Jesús en Getsemaní.
Por Edgardo Tosoni