Reflexiones Navideñas – Las Tarjetas Navideñas de Dios
Estoy vigilando mi buzón.
No suelo pasar tiempo observándolo, pero hoy lo hago. No quiero que se caiga. Unos pocos días atrás eso no me preocupaba… pero eso fue antes de que una cuadrilla de construcción comenzase a despejar el lote del otro lado de la calle. Y eso fue antes de que un conductor de camión de grava se olvidase de prestar atención a su espejo retrovisor.
Pum .
Así que hoy nuestro buzón vuelve a estar en posición vertical, apuntalado por tres vigas en tres de sus costados. No demasiado atractivo, pero funcional.
La mayoría de la correspondencia es innecesaria. Entonces, ¿por qué reparo mi buzón?
Simple. Es diciembre.
Si fuese cualquier otro momento del año, quizás lo dejaría sobre su costado. Que el cartero se quede con mis facturas por unos días más. Pero no puedo hacerlo. No en este momento del año. No en diciembre. ¡No la semana antes de Navidad!
Esta es la semana en la que la correspondencia es divertida. Es la semana de sobres rojos, sellos verdes y estampas de árboles de Navidad. Esta es la semana en que tu antiguo compañero de cuarto que se casó con Hazel y se mudó a Phoenix te escribe para contarte que su cuarto hijo está en camino. Esta es la semana de las cartas circulares escritas en el anverso y el reverso donde se describen el Gran Cañón del Colorado, graduaciones y cirugías de vesícula.
Esta es la semana de envíos por expreso de nueces y cakes de frutas envasadas y de carteros frenéticos. Agrégale a eso un regalo de la tía Sofía, un calendario de tu agente de seguros y tendrás motivo suficiente para recorrer silbando el trayecto hasta tu buzón.
Así que, tanto para mí como para el cartero, apuntalé el buzón.
Todos desean una tarjeta navideña.
Algunas son cómicas. Hoy recibí una que tenía gnomos que estaban sacando libros de la sección «gnomomásticos».
Otras son emotivas, como la ilustración de María y el bebé descansando en sus brazos.
Y unas pocas son inolvidables. Cada Navidad leo este recordatorio que llegó por correo hace varios años.
Si nuestra mayor necesidad hubiese sido la información, Dios nos habría enviado un educador. Si nuestra mayor necesidad hubiese sido la tecnología, Dios nos habría enviado un científico. Si nuestra mayor necesidad hubiese sido el dinero, Dios nos habría enviado un economista. Pero como nuestra mayor necesidad era la del perdón, Dios nos envió un Salvador.
Tarjetas de Navidad. Promesas puntualizadas. Frases que declaran el motivo por el cual hacemos todo esto.
Él se hizo como nosotros, para que pudiésemos llegar a ser como Él. Los ángeles aún cantan y la estrella todavía nos invita.
Él ama a cada uno de nosotros como si sólo hubiese uno de nosotros para amar.
Mucho tiempo después de olvidar el nombre del remitente, sigue vigente el mensaje de la tarjeta. Palabras de promesa. Un puño de semillas y sílabas arrojadas en la tierra fértil de diciembre con la esperanza de que nazca fruto en julio. Por eso, mantengo el buzón en pie.
Mi corazón puede hacer uso de todas las semillas que logre conseguir.
Extracto del libro “Cuando Dios Susurra Tu Nombre”
Por Max Lucado