Pensamientos – Póngase en la Palangana
«A cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo» (Mateo 10:32).
No es fácil ver a Jesús lavar esos pies.
Ver las manos de Dios tocando los dedos de aquellos hombres es, bueno… no es justo. Los discípulos debían haberse lavado los pies. Natanael podría haber derramado el agua. Andrés los podría haber secado con la toalla. Pero no lo hacen. Ninguno. En lugar de servir, discuten sobre quién es el más grande (Lc.22:24).
Mientras disputan, Jesús se pone de pie. Se quita el manto y retira de la pared la ropa de siervo. Tomando el cántaro, vierte agua en la palangana. Se arrodilla ante ellos con una esponja y empieza a lavarlos. La toalla con que se ciñó es también con la que les seca los pies.
Esto no es justo.
¿No es suficiente que por la mañana esas manos vayan a ser taladradas? ¿También deben restregar esta noche la mugre? Y los discípulos… ¿merecen tener los pies lavados?
Mira alrededor de la mesa, Jesús. De los doce, ¿cuántos permanecerán contigo cuando estés ante Pilato? ¿Cuántos sufrirán contigo los azotes de los soldados romanos? ¿Y qué discípulo estará lo suficientemente cerca de ti para encorvarse a tu lado y llevar tu carga cuando caigas por el peso de la cruz?
Ninguno. Nadie.
Pero la limpieza no es un simple gesto; es una necesidad. Escuche lo que dice Jesús: «Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo» (Jn.13:8).
Nunca estaremos limpios mientras no confesemos que estamos sucios. Nunca alcanzaremos la pureza mientras no admitamos nuestra inmundicia. Y nunca podremos lavar los pies de quienes están heridos mientras no permitamos que Jesús, aquel que hemos herido, lave los nuestros.
Extracto del libro “3:16. Los Números de la Esperanza”
Por Max Lucado