Sexualidad Sana – El Cuerpo 2
Continuemos.
3. Hagamos un Poco de Historia…
Los primeros cristianos, desde que Cristo murió hasta el 300 d.C., se reunían en cuevas, en tanto eran perseguidos. Y lo que sucede cuando uno vive muchos años en una cueva es que su mente también se hace cueva: aprendés a hablar en voz muy baja, a tener cuidado y a llenarte de miedo.
Pasados estos años, cuando Constantino inaugura el cristianismo como religión oficial, los cristianos tienen que salir de esas cuevas, dando origen así a los monasterios (como cuevas grandes). Allí cantaban encerrados también, como en una cueva.
En la Edad Media, los seminarios religiosos tenían materias como Flagelación I y Flagelación II. Había una materia que literalmente consistía en flagelarse. Experimentar el amor a través del dolor, caminar de rodillas sobre maíz, hacer ayunos dolorosos… Eso se llama masoquismo.
Pero si nos detenemos por un momento y ensayamos una mirada inteligente, seguramente pensaremos: ¿para qué Dios nos va a querer pobres si pobres no podemos ayudar a nadie?
Él no quiere que tu cuerpo sufra, jamás te envía una enfermedad (como entienden algunos) para desarrollar la fe. El Creador puso nuestro espíritu y nuestra alma dentro de un cuerpo y como tal es que debemos cuidarlo. Somos una unidad.
4. La Cultura Tóxica.
Hoy, la cultura y los mandatos culturales tóxicos, el otro extremo del modelo religioso, nos dicen: ¡cuidá a tu cuerpo, porque él es el instrumento necesario para ser feliz!
Las altas y delgadas se casan con hombres ricos y son felices. El resto debe elegir entre lo que queda.
Sólo si sos delgada o musculoso vas a obtener el éxito. ¡Falso!
Otra mentira dice: «Cuanto más grande sean tus pechos, más feliz serás».
Otra: «Cuanto más lindo sea tu cuerpo, más feliz serás».
Sin embargo, la felicidad no tiene que ver con el cuerpo. Estos conceptos lo único que pretenden es ver a la mujer como un maniquí para ser expuesto y que el otro deba comprar. Muchos hombres exhiben a su compañera como el trofeo de una victoria.
Este modelo lo que pretende es que te conviertas en una persona obsesiva con tu cuerpo.
Nuestra cultura ha creado personas que no salen de sus casas porque la ropa les ajusta o no les gusta cómo les queda. Sólo hablan de comida, de gordura, de carbohidratos.
Mujeres que sólo usan el cuerpo como un instrumento de seducción, hasta que se casan y tienen un hijo… y una vez que ya formaron la familia ¡listo, ya está!… porque el cuerpo ya no es un arma.
Hombres obsesionados por los cuerpos de las mujeres… Y hay una nueva enfermedad: «Vigorexia»: hombres obsesionados con los músculos, con querer tener un pene grande (hay operaciones donde se cortan los abductores para que el pene crezca).
Y en esta sociedad en la cual vivimos no sólo podemos encontrarnos con quienes hacen un altar de su cuerpo, también están quienes no quieren a su cuerpo y lo único que desean es ocultarlo o maldecirlo.
Miles de personas han anestesiado su cuerpo, tratando de esconderlo, pensando que es malo o que no sirve.
Mujeres que han sido abusadas engordan como una manera inconsciente de evitar el contacto sexual.
Otros son hiperobesos como forma de evitar la intimidad social.
Personas que no quieren a su cuerpo porque desde chicos fueron golpeados y el mensaje que recibieron fue: «Vos no valés».
Varones que fueron violados, abusados, manoseados, y quebraron su identidad sexual quedando atrapados en conflictos porque sus cuerpos fueron lastimados.
Hombres y mujeres que vieron en el cuerpo el lugar perfecto para reflejar todos sus conflictos.
Dice Isabel: “He estado en iglesias y eso trajo consecuencias a mi cuerpo, me enfermé, tuve ataques de pánico… Estuve seis meses en tratamiento y mi primer ataque de pánico me ocurrió dentro de la iglesia…”.
Hoy necesitamos hablar inteligentemente y sabiamente de nuestro cuerpo y darle el lugar de importancia que tiene.
Aprendamos a no maldecir a nuestro cuerpo. Maldecir es un programa mental negativo que nos lleva a hablar mal de nosotros mismos.
Tu cuerpo es bueno, es maravilloso, es creación de Dios, único e irrepetible.
Dejemos de lado aquellas cosas que dañan nuestro cuerpo y entremos a un nivel de mejoramiento que vaya más allá de nuestro espíritu y nuestras emociones, que llegue a nuestro cuerpo.
Alma, cuerpo y espíritu necesitan el mismo cuidado. Somos responsables de cuidar tanto nuestro interior como nuestro exterior.
Una fe sana acepta y respeta su cuerpo tal cual es.
(CONTINÚA…)
Extracto del libro “Intoxicados Por La Fe”
Por Bernardo Stamateas
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