Durante la etapa de reorganización, la víctima intenta reestructurar su personalidad y su vida. Pero suelen aparecer muchas respuestas inadecuadas y crónicas, como manifestaciones del estrés postraumático, por ejemplo:

  • Generan mecanismos de defensa o se enferman. Pueden recurrir al mecanismo de defensa que citamos antes, “el olvido”. La persona simplemente “no recuerda” lo que le aconteció.

Los que no generan este mecanismo de defensa, reaccionan de otras formas: ya sea desarrollando problemas psíquicos, emocionales y aun físicos. El odio, el resentimiento o la depresión son sentimientos que, lejos de desaparecer, tienden a crecer en el corazón de las víctimas. En muchos, las experiencias traumáticas quedan en un “baúl de recuerdos”. De tanto en tanto, visitan dicho “baúl” y reviven aquella experiencia, generando más odio, resentimiento o depresión.

Una joven mamá, profundamente irritable y con graves problemas conyugales, vino a vernos. Desde que tuvo su hijita, 2 años atrás, abandonó su carrera y se dedicó exclusivamente a la niña. Sin embargo, sentía una ira creciente por no realizarse como profesional. Al orientarla en la búsqueda de una solución, quizás retomando su carrera a medio tiempo, la expresión de su cara cambió de repente y en medio de un profundo llanto, expresó: “no quiero que a mi hija le pase lo mismo que a mí”, y continuó diciendo: “cuando tenía 8 años, un hombre amigo de la familia abusó de mí. Al fin me animé a contarle a mi mamá porque seguía abusándome y ella no me creyó; encima, me pegó por “mentirosa”. Jamás voy a perdonar a mi mamá. Salí de esa situación cuando mi hermana mayor se dio cuenta y me llevó a vivir con ella. Yo quiero proteger a mi hija, no quiero ni puedo dejarla con alguien que la cuide, consume todo mi tiempo, pero no puedo evitarlo. Me siento atrapada”. En realidad, esta joven mujer no se daba cuenta de que estaba atrapada en una situación pasada; ésa era su verdadera cárcel, no su hija o la maternidad.

  • Aparecen patrones de comportamientos no saludables. Desde conductas sexuales inexplicables, como rechazo obsesivo al sexo, anorgasmia (ausencia de orgasmos), dispareunia (dolor durante las relaciones sexuales) hasta la promiscuidad. Puede ser que tengan reacciones cambiantes e impredecibles, como enojo y manifestaciones violentas. Se caracterizan además por la desconfianza, el temor a estar solos/as, la tendencia a la depresión, la ansiedad, la humillación, la perturbación y deseos de venganza. En muchos casos se registran pensamientos intrusivos, imágenes retrospectivas del hecho, disminución del interés por actividades importantes, aislamiento, disminución de la capacidad de experimentar nuevas situaciones, pérdida de la esperanza en el futuro, hipervigilancia, dificultad en la concentración, respuesta de alarma exagerada, etc.

El abuso sexual infantil origina perturbaciones de las más diversas. Como la persona abusadora suele ser un familiar que el menor desea querer, en lugar de denunciar el abuso, culpa a Dios por no protegerla, o se culpa a sí misma por haber permitido que eso pasara, generando mayor carga emocional al hecho, de por sí traumático. El sentimiento de culpa de la víctima contribuye negativamente en la recuperación. Por regla general, cuanto menor haya sido la agresión física por parte del abusador, mayor será la culpa que suele sentir la víctima.

El 64% de las pacientes con dolores crónicos en la pelvis, malestar abdominal indefinido, menstruaciones dolorosas y cefaleas con exámenes ginecológicos normales, informan una historia de abuso sexual en la infancia.

  • Otros desequilibrios. Trastornos en la alimentación, ansiedad crónica, abuso de drogas, fobias. Deterioro del rendimiento escolar, ideas o intentos de suicidio, comportamientos retraídos y conducta delictiva. Esas personas tienen una pobre imagen de sí mismas. Las alteraciones del sueño suelen ser comunes después de un abuso sexual. Muchas víctimas manifiestan pesadillas, imaginando que en cualquier momento un hombre puede entrar y volver a violentarlas sexualmente.

Siempre tengo el mismo sueño. Duermo sobresaltada. Cuando tenía 12 o 13 años fui a la casa de mi hermana porque había tenido un bebé y me quedé casi un mes ayudándola. Una noche mi cuñado vino a mi pieza, comenzó a tocarme y besarme; no podía gritar, fue horrible. Nunca pude contárselo a nadie. Desde ese tiempo tengo problemas para dormir, no me gusta estar sola y me parece que en cualquier momento alguien puede entrar donde estoy durmiendo.

Extracto del libro Sexualidad Sana, Liderazgo Sólido

Por José Luis y Silvia Cinalli

 

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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